domingo, septiembre 28, 2025
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73 SSIFF. Crónica 1 del Festival de San Sebastián 2025: ‘Nouvelle Vague’, ‘Sentimental Value’ y ‘Los Tigres’.

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Cobertura realizada por Daniel Farriol:
73 Festival de San Sebastián

No es cine todo lo que reluce se ha desplazado hasta el 73 Festival de San Sebastián, y os iremos contando nuestras primeras impresiones de todas las películas que tengamos la oportunidad de ver, así como otras cosas interesantes que sucedan en estos días tan señalados y dedicados al mejor cine nacional e internacional que se estrenará en los próximos meses. Hoy os hablamos de las películas: Nouvelle Vague, Sentimental Value y Los Tigres.


73 Festival de San Sebastián NOUVELLE VAGUE

Dirigida por: Richard Linklater
Intérpretes: Guillaume Marbeck, Zoey Deutch, Aubry Dullin, Bruno Dreyfurst
País: Francia
Perlas

Sinopsis: La historia detrás de la creación del movimiento cinematográfico francés conocido como Nouvelle Vague, centrándose en la producción de la innovadora película de Jean-Luc Godard À bout de souffle (Al final de la escapada) en 1959.

Nuestra opinión: Nouvelle Vague es un estimable ejercicio de nostalgia cinéfila y un sentido homenaje a todos aquellos cineastas que revolucionaron la manera de hacer cine e influenciaron a las generaciones venideras. La figura de Godard, en manos de Linklater, se erige como la del artista completo bajo una fachada de rebeldía y autocomplacencia, siguiendo sus pasos en el caótico rodaje en 1959 de À bout de souffle (Al final de la escapada), donde transformó los códigos de la creación artística apelando a un sentido de la libertad que ponía en peligro el propio sentido común. Sin embargo, más allá de una recreación milimétrica del estilo visual que tenían aquellas películas o de lo atractivo que siempre resulta aquello de «el cine dentro del cine», la película de Linklater se muestra episódica, fría y superficial, quedándose en lo anecdótico por encima de lo analítico.


SENTIMENTAL VALUE

Dirigida por: Joachim Trier
Intérpretes: Renate Reinsve, Elle Fanning, Stellan Skarsgård, Inga Ibsdotter Lilleaas
País: Noruega – Francia – Dinamarca – Alemania
Perlas

Sinopsis: Las hermanas Nora y Agnes se reencuentran con su distanciado padre, el carismático Gustav, un antiguo director de renombre que le ofrece a su hija Nora, actriz de teatro, un papel en su próxima película. Nora lo rechaza y pronto descubre que le ha dado su papel a una joven y entusiasta estrella de Hollywood. De repente, las dos hermanas deben sortear su complicada relación con su padre y lidiar con una estrella estadounidense que se encuentra en medio de su compleja dinámica familiar.

Nuestra opinión: Sentimental Value es un melodrama denso, complejo y con muchas capas a explorar. Joachim Trier cambia de tercio respecto a su celebrada La peor persona del mundo (2021) para adentrarse en un intenso relato bergmaniano que analiza las fisuras y contradicciones de las relaciones familiares en un contexto donde la creación artística sirve de expiación o catarsis. El entramado de personajes, con muchas referencias literarias y metafóricas, adquiere el tono de una tragedia operística tremendamente fría donde, de manera paradójica, las emociones humanas son un material sensible altamente inflamable.

El guion explora con meticulosidad nórdica las vulnerabilidades de los personajes, atados por sus vínculos familiares a un pasado común que les atormenta y que les obligará a rendir las cuentas pendientes. No es un filme asequible ni tan siquiera redondo, pero su bien entendida intensidad dramática nos ha regalado algunos de los mejores instantes de cine de lo que llevamos visto en esta edición del Festival.


LOS TIGRES

Dirigida por: Alberto Rodríguez
Intérpretes: Antonio de la Torre, Bárbara Lennie
País: España – Francia
Sección Oficial

Sinopsis: Antonio y Estrella son hermanos. Su padre era buzo. Llevan toda la vida en el mar. Antonio es el Tigre, un buzo imbatible, el compañero que todos quieren ahí abajo, cuando en unos segundos te juegas la vida y lo haces todos los días. Estrella asiste a su hermano en la barcaza en la que trabajan. Ella le mantiene unido a tierra, fuera del agua Antonio es un auténtico desastre. Ha vivido siempre hoy, sin pensar nunca en mañana, su situación económica es delicada. Antonio tiene un accidente y le comunican que sus días de buceo van a acabar pronto.

Nuestra opinión: Los Tigres es un sólido thriller dramático que destaca por la construcción de sus personajes y en el imaginario casi espacial de las escenas subacuáticas, aunque finalmente cae en demasiados lugares comunes del género que debilitan su impacto. Alberto Rodríguez arriesga en su apuesta visual y se esfuerza en potenciar las escenas de suspense, en las que vuelve a demostrar su pericia con el manejo del tempo dramático, pero no logra alcanzar las cotas de intensidad que tienen otras de sus obras como La isla mínima (2014) o Grupo 7 (2012). Por contra, donde sí consigue entusiasmar es en los momentos más íntimos y en las conversaciones susurradas bajo un contexto social de precariedad económica, en especial, en todo lo que hace referencia a la relación fraternal entre los hermanos protagonistas.


73 Festival de San Sebastián
73 Festival de San Sebastián

73 SSIFF. Sección Oficial. Crítica de ‘Couture’: Winocour se pierde en tramas y personajes

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Couture

Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Sección Oficial
Couture

Una jovencísima (casi una cría) chica procedente de Sudán del Sur a través de Kenya que, huyendo de la guerra y sin que su padre lo sepa, llega a París para ganarse la vida como modelo participando en la Semana de la Moda (Anyier Anei). Otra joven procedente de Zaporiyia, una de las ciudades ucranianas más golpeadas por la guerra también trata de abrirse camino como modelo viajando por Europa. Una maquilladora (Ella Rumpf) que se gana la vida como freelance con una agenda de eventos apretadísimos tal que si uno se retrasa no llega al siguiente mientras, en realidad, sueña con convertirse en escritora. Otra joven (Garance Marillier) trabaja como costurera, en jornadas interminables, rematando los detalles más delicados de los trajes y vestidos que saldrán a la pasarela.

Una directora estadounidense de películas de terror de bajo presupuesto (Angelina Jolie) en plena crisis matrimonial se encuentra con la oportunidad profesional de su vida de dirigir una película que abrirá el gran evento de la moda parisina, pero es diagnosticada de un cáncer cuyo tratamiento no puede esperar a regresar a Estados Unidos. Un hombre que trabaja en la producción del evento (Louis Garrell) sin que nada parezca ilusionarle demasiado. Un médico francés (Vincent Lindon) con escasas dotes de comunicación con los pacientes que se encuentra con el “marrón” de diagnosticar, informar y tratar a una paciente americana fuera de su hogar.

Con todos estos, a priori, interesantísimos personajes, la directora francesa Alice Winocour ha escrito y dirigido Couture, una película de pretensiones corales en la que trata de abordar infinidad de temas de gran envergadura. Personajes y temas son lo suficientemente atractivos como para ocupar el protagonismo y el núcleo argumental de una película propia, pero Winocour fracasa en el intento de amalgamarlos en un film con mucho mejores intenciones que resultados.

Couture no funciona ni como retrato de la dureza (y frivolidad) del mundo de la moda, ni como crónica del desarraigo de las jóvenes que tratan de abrirse camino en él huyendo de durísimas condiciones de vida, ni como drama médico o existencial de una mujer en plena crisis vital (confluyen divorcio, cáncer y la oportunidad profesional de su vida), ni como ensayo sobre la incomunicación humana en la época en la que más comunicados parecemos estar.

Todo es tratado con exasperante superficialidad, de tal forma que de ninguno de los personajes llegamos a saber gran cosa en profundidad y todas las derivas argumentales se quedan en pinceladas gruesas que precisarían un mayor refinamiento de escritura. Y el problema parece radicar, precisamente en un guion cuyos pecados son un exceso de ambición y un defecto de desarrollo de las diferentes líneas narrativas.

Y es una lástima porque el envoltorio es atractivo, la producción es de altura y el conjunto de intérpretes es sólido, brillante incluso en algunos momentos. Angelina Jolie, con estatus de estrella en esta coproducción francesa-estadounidense, está sobria y elegante en su intento de vencer la frialdad de un mundo aparentemente hostil en un momento personal crítico, pero no acaba de conmover. Los personajes de Louis Garrell y Vincent Lindon son meramente funcionales en el guion y ninguno de los dos puede hacer mucho más que cumplir su función tirando de talento.

En cuanto a los personajes femeninos más corales es en los que más se echa de menos un mayor desarrollo de guion, las vidas de la costurera, la maquilladora y las jóvenes modelos son meramente abocetadas y hemos de conformarnos con vislumbrar de lejos sus emociones, miedos, ambiciones y sueños.

73 SSIFF. Sección Oficial. Crítica ‘Dos pianos’: Sobre amores desgarrados y miedos escénicos

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Dos pianos

Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Sección Oficial
Dos pianos

El veterano realizador francés Arnaud Desplechin presenta en Dos pianos un drama con (al menos) dos planos narrativos articulados alrededor de sus personajes principales. En uno de los planos tenemos una reflexión sobre las renuncias, fundamentalmente personales, que debe realizar un instrumentista virtuoso para desarrollar una carrera musical exitosa como solista y en otro plano se desarrolla una historia de amor que, tras su abigarramiento y aparente complejidad no es más que un triángulo amoroso (bastante clásico) con dos amigos enamorados de la misma mujer y ella, quizá de diferentes maneras, enamorada de los dos.

Y como esas cosas solo se arreglan (o se parchean) con distancia, uno de los dos vértices masculinos, el joven pianista Mathias (François Civil) se borró hace tiempo yéndose a Japón a dedicarse a la enseñanza musical que, por lo visto, es el premio de consolación para los que no logran hacer carrera como solistas. Esto ocurrió para desesperación de su mentora Elena (imponente Charlotte Rampling), una veterana y prestigiosa pianista que había puesto en Mathias los ojos para que fuera su sucesor. Cuando años después Elena proyecta su retirada, invita a Mathías a viajar a París para dar un concierto juntos (dos pianos) como despedida. Este regreso (temporal) a París supondrá una serie de desgarrados encuentros, sorprendentes descubrimientos y reapertura de heridas que no estaban bien cerradas.

El problema es que el guion del propio Desplechin y Kamen Velkovsky no desarrolla en profundidad la primera de las líneas argumentales y se excede en la segunda con algunas secuencias demasiado desgarradas emocionalmente y un tratamiento un tanto forzado de las reacciones de sus personajes sustentadas por unas decisiones de guion difícilmente creíbles.

La chica de la historia Claude (Nadia Tereszkiewicz), es insegura, inmadura y con escasas habilidades sociales; cuando se fue Mathias se casó con Pierre (Jeremy Lewin), el otro vértice del triángulo, que ahora es galerista de arte y tienen un niño pequeño al que los guionistas hacen entender, razonar y hablar como un hombre hecho y derecho. Algunas de las conversaciones que mantiene con los personajes adultos son indigeribles. Como difícil de tragar es lo que ocurre, de la noche a la mañana, para que el camino entre Mathias y Claude se despeje.

A partir de ahí asistimos a una colección de reproches, sentimientos de culpa y remordimientos que unas veces desembocan en pasión y otras en ira pero siempre con una exaltación del amor que roza el histerismo. El conato de misterio con la aparición del niño (pretensiones hitchcocknianas incluidas) no dura ni cinco minutos y el resto de los personajes son meros accesorios de guion. Ni la madre de Mathias, también música, (Anne Kessler), ni la supuesta mejor amiga de Claude Judith (Alba Gaïa Bellugi), ni siquiera Max, el agente de Mathias, (Hippolyte Girardot) tienen un desarrollo acorde al potencial que podrían jugar en la historia y al talento de los actores que los interpretan y uno, como espectador, se pregunta cosas tan peregrinas como para qué necesita un agente un docente de música que ha renunciado a ser solista internacional.

En cuanto al primero de los planos narrativos que apuntamos en el primer párrafo, la cosa es todavía más decepcionante. Lejos de profundizar en la soledad de los concertistas de éxito que se pasan la vida viajando, en las dificultades para tener una vida familiar o sentimental reconfortante o en la lucha interna con el ego, Desplechin nos despacha un par de secuencias bastante arquetípicas sobre el pánico escénico.

En conclusión, Dos pianos es un film de notable realización, con buenos intérpretes y un atractivo material de partida que se desintegra víctima de un guion demasiado forzado al que le hubieran venido bien un par de reescrituras más reposadas. El final, eso sí, es resuelto con una solución argumental elegante y coherente que, al menos, no deja mal sabor de boca.

73 SSIFF. Retrospectiva – Lillian Hellman. Crítica ‘Dash and Lilly’ (1999)

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Las críticas de Daniel Farriol:
Ciclo-Retrospectiva Lillian Hellman
Dash and Lilly (1999)

Dash and Lilly es un biopic británico-estadounidense que está dirigido por Kathy Bates y que cuenta con un guion escrito por Jerrold L. Ludwig, inspirado en la vida y obra de los escritores Dashiell Hammett y Lillian Hellman. Su turbulenta historia de amor se enmarca en hechos históricos tan importantes como las dos Guerras Mundiales y la caza de brujas de McCarthy. Hammett escribió la obra que dio pie a El halcón maltés, mientras que su compañera Lillian firmó importantes libretos como el de La jauría humana.

Está protagonizada por Sam Shepard, Judy Davis, Bebe Neuwirth, Laurence Luckinbill y David Paymer. La película ha podido verse en el Festival de San Sebastián 2025 dentro de la Retrospectiva Clásica que han dedicado a la guionista.

Una pareja atípica contra todos y contra ellos mismos

Dash and Lilly es un telefilme que hace un retrato somero a la vida y obra de dos de los escritores más influyentes del siglo XX: Dashiell Hammett y Lillian Hellman. Se trata de un biopic que supuso el debut en la dirección de la actriz Kathy Bates y se centra principalmente en la tempestuosa relación sentimental que mantuvieron ambos durante varias décadas, marcada por las constantes infidelidades, discusiones y reproches entre ambos. Lo que plantea la película es la falsa idea de una historia de amor como las de antes, la de una pareja que supo vencer a todas estas adversidades y otras que llegaron desde el exterior en forma de mccarthismo, guerras y precariedad laboral. Un vínculo inquebrantable entre dos personas que se necesitaban y amaban más allá de cualquier convención social. Muy bonito… sobre el papel.

El guion de Jerrold L. Ludwig, acostumbrado a trabajar en televisión para series de todo tipo, resulta insuficiente para trasladar esas emociones contradictorias al espectador. El retrato inicial de los personajes es bastante insufrible y sensacionalista, cuesta empatizar con esas dos mentes inquietas abocadas al alcoholismo, deslealtades constantes y comportamientos infantiles, sin que el texto preste la misma atención a su talento literario, al proceso creativo o la repercusión que tuvo su obra. La película cumple como biopic porque se repasan los eventos más señalados de su trayectoria, en especial, la época oscura de Hollywood donde ambos fueron llamados a declarar en juicio durante la «caza de brujas», pero lo triste es que se pierde la oportunidad de ir más allá de un planteamiento descriptivo de los hechos para profundizar en los aspectos sociológicos o políticos del asunto.

Dentro de una película de cine negro

Dash and Lilly (el utilizar los diminutivos para el título ya deja claro el distanciamiento hacia ellos como referentes artísticos) se inicia con el primer encuentro de los dos en una fiesta. Un flechazo instantáneo que termina en noche romántica (más bien en calentón) y que supondrá el inicio de una relación intermitente no exenta de altibajos emocionales. Ella era una mujer que, por aquel entonces, estaba casada con el también escritor Arthur Kober, pero el impacto que tuvo en ella conocer a Hammett fue tan fuerte que en la película vemos como al regresar a casa le pide el divorcio a su marido esa misma noche. Es una muestra del tono «peliculero» que tiene la propuesta y que también trasciende a la puesta en escena, por otra parte, cuidada hasta el detalle en ambientación, vestuario o dirección de arte.

Por ejemplo, el primer encuentro de la pareja parece directamente extraído de una película de cine negro en la que Hellman actúa como la típica femme fatale que aparecería en una de las novelas de Hammett. Podría haber resultado incluso divertido ese juego de metaficción donde los escritores se transformasen en prolongaciones de los personajes de sus novelas, sin embargo, en la película acaba siendo una pose artificial que nos despega del realismo que debe tener cualquier película biográfica.

Dash y Lilly se convierten, entonces, en estereotipos de una novela negra, en arquetipos literarios manidos sobre el escritor torturado y borracho que recibe los arrumacos de adulación por parte de la dama sufridora que quiere ponerle los pies en el suelo. La estética también nos remite al cine negro clásico, siempre aparecen envueltos por el humo de sus cigarrillos o con una botella de alcohol que completa el ménage à trois perfecto. Al final, cuesta reconocer las personalidades reales de ambos escritores bajo esa fachada hollywoodiense. Pasa igual con otros personajes que quedan despojados de las virtudes por las que pasaron a la historia, la propia dramaturga Dorothy Parker aparece como amiga confesora de Hellman haciendo ganchillo. ¿Nada más? Pues vale.

Recital interpretativo en un biopic convencional

Dash and Lilly logra que odiemos a unos personajes inmersos en una relación tóxica aunque después se dulcifique para conmovernos en la parte final del relato con aquello de «tras superar todas las adversidades se mantuvieron unidos hasta que la muerte los separó». Lo cierto es que ambos tenían una personalidad peculiar y estaban llenos de contradicciones, no creo que su relación pueda ser ejemplo para nadie.

Por otro lado, el legado de su obra queda en segundo término, se ofrecen breves apuntes de los estrenos teatrales de los éxitos de Hellman o vemos imágenes en televisión de La cena de los acusados (The Thin Man) (W.S. Van Dyke, 1934), la adaptación de la última novela escrita por Hammett, pero en general son aportaciones de relleno, no es algo que al guionista le interese indagar, son detalles que pasan igual de desapercibidos que el contexto histórico de la época que precisamente tanto influyó en esos textos.

Dash and Lilly es un convencional biopic sobre una pareja nada convencional. Kathy Bates se acerca a sus personajes desde la devoción ciega que siente, idealizando y justificando algunos de sus aspectos o comportamientos menos honrosos, prefiere ponderar el tono populachero sobre la reflexión mordaz a la que ellos nos tenían acostumbrados. Por suerte, el magnífico trabajo de sus dos protagonistas, Sam Shepard y Judy Davis, en dar vida a esos dos titanes de la literatura, hace que permanezcamos atentos a la pantalla más allá de los clichés que representan, siempre y cuando seamos capaces de separar a los personajes que interpretan de su influencia artística. Si la película sirve para dar a conocer a alguien la figura de ambos escritores y su obra, la doy por buena.


¿Qué te ha parecido la película ‘Dash and Lilly’?

73 SSIFF. Retrospectiva – Lillian Hellman. Crítica ‘The Searching Wind’ (1946)

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Las críticas de Daniel Farriol:
Ciclo-Retrospectiva Lillian Hellman
The Searching Wind (1946)

The Searching Wind es un drama estadounidense que está dirigido por William Dieterle y que cuenta con un guion escrito por Lillian Hellman, adaptando su propia obra teatral. En la Europa de los años 1920, Alex Hazen es la suerte de hombre que, por jugar a la diplomacia, no le resulta fácil tomar partido. Molesta con su falta de carácter, Cassie Bowman le deja en Roma, justo antes de que Mussolini se tome el poder. Años después, terminada la II Guerra Mundial, Emily, esposa de Hazen invitará a Cassie a cenar, y ella y su hijo Sam, tendrán algunas historias que contar.

Está protagonizada por Robert Young, Sylvia Sidney, Ann Richards, Dudley Digges y Douglas Dick. La película ha podido verse en el Festival de San Sebastián 2025 dentro de la Retrospectiva Clásica que han dedicado a la guionista.

Amor y guerra

The Searching Wind es una película que, pese a sus virtudes, ha caído en el olvido y en España ha sido imposible ver más allá de alguna proyección en Filmotecas o ediciones domésticas de importación. Su alto contenido político y su denuncia a las dictaduras europeas la convirtió en un artefacto incómodo que evitó su estreno en muchos países como el nuestro. El inicio nos sitúa en el año 1945, poco antes de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, con la escucha parcial de un discurso pronunciado por Roosevelt en la Conferencia de Yalta (en Crimea), donde el Presidente de los Estados Unidos se reunió con Stalin y Churchill para decidir el futuro de Alemania y otros países europeos golpeados por la guerra. Pese a lograrse algunos acuerdos entre los tres mandatarios, este este encuentro suele considerarse como el comienzo de la Guerra Fría.

Tras esa clarificadora introducción, la trama nos presenta a Alex Hazen (Robert Young), un diplomático norteamericano que ha trabajado durante décadas en las embajadas de distintos países europeos. Está casado con Emily Taney (Ann Richards), pero siempre ha estado enamorado de Cassie Bowman (Sylvia Sidney), una periodista de prestigio. Los tres fueron amigos de infancia (estos triángulos sentimentales casi siempre están presentes en los guiones de Lillian Hellman), pero hace años que no coinciden los tres. Alex decide abandonar a su esposa por Cassie, pero antes Emily invita a su vieja amiga a cenar en su casa. La tensa y extraña velada coincidirá con el asesinato de Mussolini, y eso llevará a los comensales a recordar el pasado y aclarar temas pendientes.

El inmovilismo de la diplomacia

El guion de Hellman introduce en ese momento un largo flashback que nos lleva a Roma veintitrés años atrás, justo con el ascenso del dictador italiano al poder. A partir de ahí la historia combina la historia de amor intermitente entre Alex y Cassie con las reflexiones sociopolíticas acerca de los cambios que se estaban produciendo en la Europa de entonces. La película hace un somero repaso al auge del fascismo italiano, el franquismo y el nazismo para denunciar el inmovilismo de la diplomacia estadounidense que no quiso ver el peligro de todo aquello. No hace falta ir tan lejos si observamos nuestro alrededor en la actualidad.

Además del subtexto político, también encontramos algunas señas de identidad propias de la dramaturga de Nueva Orleans: un triángulo sentimental de personas que se conocen desde la infancia; un personaje mayor elocuente o directamente cínico que sirve como contrapunto cómico a la historia; o el trasfondo de la guerra pasada como evidencia de las secuelas físicas o psicológicas en el presente, en este caso, para Sam, el hijo del matrimonio protagonista, sufre pesadillas nocturnas y tiene una pierna maltrecha por la metralla.

El trío protagonista de The Searching Wind simboliza tres posturas distintas ante los conflictos políticos que se estaban produciendo. Alex es un hombre dialogante que «no se moja» ni toma decisiones en los momentos oportunos, su propia relación sentimental a tres acaba siendo una analogía de su apático posicionamiento política. Emily es la esposa ultrajada que se conforma con vivir una relación desapasionada y se refugia en su soledad en círculos poco saludables a los que no cuestiona. Y Cassie simboliza la conciencia y el activismo político que lucha con su pluma contra los crecientes fascismos europeos aunque sea incapaz de desprenderse de una relación donde siempre es el segundo plato.

El viento que hará desaparecer el fascismo

Es interesante el estudio psicológico que hace Hellman de esos tres personajes, directamente sacados de un melodrama romántico al uso, bajo el contexto político que les rodea y cómo va entrelazando las decisiones que toman en el ámbito íntimo de sus relaciones personales con las posturas ideológicas que adoptan al tener que confrontar la situación social. The Searching Wind emerge entonces como un drama psicológico que transmite la desazón por la falta de compromiso político, en especial de los Estados Unidos hacia sus aliados, y que culpa directamente al conformismo social del auge de las ideologías fascistas. El propio diplomático protagonista manifiesta en uno de sus diálogos algo así: «No he podido ver todas las piezas del puzzle juntas o, tal vez, no he querido verlas».

El director de la película es el buen artesano William Dieterle, judío alemán que emigró a Hollywood para seguir haciendo cine, cuya elegancia escénica se deja notar en el tratamiento de la luz o en los suaves movimientos de cámara que dinamizan un texto de origen teatral. The Searching Wind es un interesante filme a reivindicar donde destaca la participación de Sylvia Sidney y que puede disfrutarse de manera epidérmica como un drama romántico o profundizar más en su enfoque crítico. La revelación final de Sam puede entenderse como una metáfora sobre la necesidad de amputar algo de nosotros mismos para poder avanzar en un futuro mejor.


¿Qué te ha parecido la película ‘The Searching Wind’?

73 SSIFF. Retrospectiva – Lillian Hellman. Crítica ‘The Cowboy and the Lady (El vaquero y la dama)’ (1938)

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Las críticas de Daniel Farriol:
Ciclo-Retrospectiva Lillian Hellman
The Cowboy and the Lady (El vaquero y la dama) (1938)

The Cowboy and the Lady (El vaquero y la dama) es una comedia estadounidense que está dirigida por H.C. Potter (con la participación sin acreditar de Stuart Heisler y William Wyler) y que cuenta con un guion escrito por S.N. Behrman y Sonya Levien (con la participación sin acreditar de Anita Loos, Robert Ardrey, Alan Campbell, Richard Connell, John Emerson, Howard Estabrook, Gene Fowler, Lillian Hellman, Frederick Lonsdale, Eddie Moran, Dorothy Parker, Robert Riskin y Frank Ryan), adaptando una historia de Leo McCarey y Frank R. Adams. Stretch Willoughby es un cowboy rudo pero con buenos sentimientos. Aunque no tiene nada que ver con su forma de ser, acaba enamorándose de Mary Smith, una joven adinerada. Ella no soporta que nadie le diga lo que tiene que hacer.

Está protagonizada por Gary Cooper, Merle Oberon, Patsy Kelly, Walter Brennan y Fuzzy Knight. La película ha podido verse en el Festival de San Sebastián 2025 dentro de la Retrospectiva Clásica que han dedicado a la guionista.

El amor no entiende de clases sociales

The Cowboy and the Lady (El vaquero y la dama) es una simpática comedia sin demasiadas pretensiones artísticas que retoma la clásica historia de «chica rica se enamora de chico pobre», siendo en este caso la hija de un aristócrata con pretensiones políticas la que cae rendida a los brazos de un vaquero humilde e íntegro que está poco dotado para las relaciones sociales. El guion no ofrece muchas sorpresas y todo transcurre tal y cómo el espectador irá adivinando en cada momento, lo que no resta que sea un entretenimiento agradable muy apegado a la época en la que fue realizado (y con esos ojos debe verse).

La trama principal nos presenta a Mary Smith (Merle Oberon), una niña rica que vive aburrida en la mansión familiar relacionándose tan sólo con el personal del servicio o su tío Hannibal (Harry Davenport), el único en la familia que comprende las necesidades afectivas de una joven de su edad. Debido a ello, se escapan juntos una noche para divertirse bailando en un club nocturno, pero la policía irrumpe en el local haciendo una redada contra las apuestas ilegales y se extiende el rumor entre la prensa de la presencia de la chica allí.

Su padre, para evitar un escándalo que destroce su carrera política, decide enviar a Mary a Palm Beach para fingir que en realidad no era ella la que estaba bailando esa noche en el casino. Aislada y hastiada en una lujosa casa sin nada que hacer, la chica pide acompañar a sus criadas en una cita a ciegas que van a tener con unos vaqueros, haciéndose pasar por otra criada más de la casa. Allí conoce a Stretch Willoughby (Gary Cooper), un hombre rudo y tímido del que se enamora perdidamente y con quien se casará en secreto.

Problemas de producción

Lo primero que sorprende de The Cowboy and the Lady (El vaquero y la dama) es encontrar a unos 17 guionistas (de los cuáles sólo 2 aparecen en los créditos) colaborando entre sí para armar una historia tan plúmbea y previsible, lo que denota bien a las claras que no fue un rodaje fácil y que hubo muchos problemas de producción. Entre los guionistas no acreditados y cuya influencia real en el resultado final resulta incierta, encontramos el nombre de Lillian Hellman, la homenajeada por el Festival de San Sebastián con una retrospectiva, por lo que resulta cuestionable si es acertada o no la elección de esta película como representación de su trabajo cinematográfico.

Más allá del guión, también existieron problemas en la dirección. El director escogido para liderar el proyecto, William Wyler, abandonó poco después de iniciarse el rodaje tras una fuerte discusión con el productor Samuel Goldwyn, así que fue H.C. Potter quien asumió el rol. Sin embargo, los constantes retrasos de fechas en la producción hicieron que finalmente el montador Stuart Heisler completase algunas escenas debido a que Potter tuvo que marcharse antes de finalizar por haberse comprometido a rodar La historia de Irene Castle (1939).

Con toda esa información sobre la mesa, la verdad es que cuesta creer que la película, al menos, se sostenga como una correcta screwball comedy sin que decaiga en ningún momento el ritmo narrativo, más allá de alguna secuencia evitable y realmente boba como aquella donde los vaqueros «juegan a las casitas» mediante mímica.

Lo mejor es la química entre Gary Cooper y Merle Oberon

The Cowboy and the Lady (El vaquero y la dama) utiliza todos los tópicos de la época en su escenificación de las relaciones hombre-mujer y en el contraste de las clases sociales como detonante de algunos leves conflictos en la pareja. En ese sentido, los personajes secundarios están caricaturizados para potenciar aún más esas diferencias y ofrecer un contrapunto cómico forzado que fortalece la importancia del romance al que se entrega la pareja protagonista. Oberon y Cooper forman una pareja estupenda con buena química en pantalla, elevando sus personajes unidimensionales con el glamour necesario en secuencias para el recuerdo como la del beso en el camarote del barco que contiene una preciosa composición del encuadre.

Sin embargo, poco más puede destacarse a nivel técnico excepto que la banda sonora y la canción que da título a la película obtuvieron una nominación al Oscar y que el encargado del sonido se llevó la estatuilla a casa. The Cowboy and the Lady (El vaquero y la dama) es simple y predecible, una comedia inofensiva narrada a modo de cuento de hadas que se deja ver con agrado y se olvida rápido.


¿Qué te ha parecido la película?

73 SSIFF. New Directors. Crítica ‘Nan fang shi guang / Before the Bright Day’: Crecer en libertad

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Las críticas de Daniel Farriol en el 73 SSIFF
New Directors
Nan fang shi guang / Before the Bright Day

Nan fang shi guang / Before the Bright Day es un drama taiwanés que está escrito y dirigido por Shih-Han Tsao. Chou, un adolescente sensible que anhela ser independiente, se enfrenta a dificultades cuando la crisis del Estrecho de Taiwán de 1996 golpea la economía de su familia y empeora las tensiones en casa. Trabaja en secreto en una sala de billar, donde establece un vínculo con Button, el líder de una pandilla, pero se enfrenta a contratiempos como el alistamiento de Button y conflictos con los compañeros. Cuando su padre le descubre, su relación empeora. En la escuela, la chica que le gusta, Min, se marcha por miedo a la guerra y la presión de un profesor acentúa su incertidumbre.

Está protagonizada por Chen Hsuan-Li, Wu Kang-Ren, Sun May y Cheng Yu-Chieh. La película ha podido verse en el Festival de San Sebastián 2025 dentro de la Sección New Directors.

La historia de Taiwán desde la mirada adolescente

Nan fang shi guang / Before the Bright Day es un emotivo coming of age donde se vincula el tránsito en la vida de un adolescente hacia la edad adulta con el contexto histórico de Taiwán en los albores de su independencia democrática. La película nos sitúa entonces en el año 1996, en plena crisis del Estrecho, un momento de gran tensión social cuando el gobierno chino quiso demostrar su poder mediante el lanzamiento de misiles hacia el archipiélago taiwanés como presagio de una posible invasión o el inicio de una nueva guerra.

La inestabilidad política de la zona afectó directamente a la vida y convivencia entre los ciudadanos. También multiplicó la incertidumbre económica que lastraba las expectativas de futuro de las nuevas generaciones. Sin embargo, también fue un año clave para el cambio y la esperanza. En 1996 se celebraron las primeras elecciones presidenciales para escoger un representante propio en Taiwán. El ganador fue Lee Teng-hui, quien ofreció un cambio de rumbo en las políticas que hasta entonces se basaban en el autoritarismo y la dependencia militarizada de la China continental.

Esta película semiautobiográfica de Shih-Han Tsao nos muestra todo eso, a través de sus recuerdos de infancia ficcionados, unos contrastes que provocaron incertidumbre y miedo en la sociedad taiwanesa de los 90. Nan fang shi guang / Before the Bright Day está contada desde el punto de vista de un adolescente con espíritu rebelde, un retrato honesto de maduración personal que es también una metáfora sobre la libertad extrapolable al propio país, por eso resulta fascinante observar la transformación que se produce en paralelo en el plano íntimo y en el plano sociopolítico.

Del autoritarismo a la libertad

El protagonista de Nan fang shi guang / Before the Bright Day es Chou, alter ego del director, un adolescente que desea crecer rápido para asumir, por fin, el control de su independencia. La escuela no le motiva, su falta de concentración en los estudios le lleva a suspender habitualmente y ser cuestionado por la dirección de la escuela que lo considera un «inútil». Por contra, él prefiere pintar garabatos en su cuaderno escolar, escaparse a fumar a escondidas con un amigo o frecuentar una sala de billar donde conoce a una pandilla de chicos mayores que acaban aceptándolo como si fuera uno de ellos.

La película se detiene de manera explícita en criticar el tipo de educación recibida por aquella generación, mediante castigos corporales que buscaban incentivar el estudio u obligando a los alumnos díscolos a pagar multas por acometer faltas de puntualidad. Está claro que ese sistema tan estricto no funciona para Chou, cuya desafección hacia los estudios solo hace que incrementarse con cada castigo que recibe.

Durante esa etapa de cambios, Chou también siente algo especial por Min, una chica que conoce desde que eran pequeños y a la que comienza a ver de otra manera. Sin embargo, se produce un distanciamiento entre ellos cuando él se vuelve más rebelde con el sistema y al tener que marcharse ella a los Estados Unidos huyendo de una posible guerra. La ópera prima de Shih-Han Tsao narra esos hechos con sensibilidad y sutileza, sin caer en lo melodramático ni subrayando los eventos en exceso, prefiere desgranar las vivencias de su protagonista desde un naturalismo narrativo desnudo de artificios.

Un cambio generacional para transformar el país

El director hace lo mismo en momentos complicados como cuando el líder de la pandilla es llamado a filas por el ejército. Button se convierte en una figura referencial para Chou, una suerte de hermano mayor o modelo a seguir por su grado de libertad respecto a una vida cotidiana sin alicientes. Es algo que contrasta con su ámbito familiar, donde el padre de Chou está tan pendiente de sus negocios inmobiliarios que apenas le presta atención, solo si tiene que abroncarlo por sus malas notas.

La competitividad y excelencia son conceptos extremadamente ligados al sistema educativo de la mayoría de países asiáticos, algo que llevado al extremo puede resultar contraproducente en aquellos alumnos «que se quedan por el camino» o no cumplen las expectativas de sus mayores. Pese a ello, hacia el final, vemos que Chou no deja de ser un reflejo-espejo de su propio padre, sus choques de caracteres provienen de una diferencia generacional y del deseo de los adultos de que sus hijos tengan un futuro mejor que ellos. Algo que se potencia al final cuando el propio Chou habla con un niño menor y fija las bases para el nuevo cambio generacional que se avecina.

Nan fang shi guang / Before the Bright Day relata el proceso de crecimiento y maduración con un planteamiento que puede recordar a multitud de propuestas parecidas. Sin embargo, la película destaca por la precisión con que se conjugan los elementos personales, culturales, sociales y políticos, sin resultar farragosa ni discursiva. Hay una finura narrativa que mantiene el subtexto en segundo término y su alcance se calibra a través de una puesta en escena de sencillez abrumadora que no renuncia a la belleza estética del encuadre.

Nan fang shi guang / Before the Bright Day


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73 SSIFF. Sección Oficial. Crítica de ’27 noches’: El libre albedrío de Martha Hoffman

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27 noches

Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Sección Oficial
27 noches

El actor y director argentino Daniel Hendler está doblemente presente en esta septuagésima tercera edición del Festival de San Sebastián con su tercer y cuarto largometrajes como director: Un cabo suelto en la sección Horizontes Latinos y esta 27 noches que ahora nos ocupa con la que se ha inaugurado la Sección Oficial a competición.

Y en 27 noches se trata un tema peliagudo que puede ser abordado desde muchos puntos de vista, el de la decisión de incapacitar a una persona y/o institucionalizarla contra su voluntad aduciendo para ello que no está en sus cabales. Y ahí es precisamente donde radica el quiz de la cuestión, pues como se dice en un momento del film, no es lo mismo tener una personalidad excéntrica y tomar decisiones poco congruentes que padecer un deterioro cognitivo, una demencia u otro tipo de enfermedad mental.

Con el mismo argumento podría haberse filmado un dramón tremebundo, pero Hendler ha optado por abordarlo desde la comedia dramática lo cual lo hace mucho más fácilmente digerible y, por momentos, francamente divertido.

La anciana Martha Hoffman (una fantástica Marilú Marini) es una mujer rica que, a lo largo de su vida ha reunido una importante colección de obras artísticas y objetos de gran valor, además de acumular una importante fortuna. A sus 83 años sigue teniendo una personalidad hedonista, vividora y progresivamente manirrota con lo que empieza a gastar sin medida y a regalar buena parte de su patrimonio a un colectivo de artistas alternativos que viven en una especie de comuna creativa. Esto provoca la creciente preocupación de sus dos hijas, Myriam (Carla Peterson) y Olga (Paula Grinszpan) que ven en peligro su herencia y se las arreglan para internar, forzosamente, a su madre en una institución mental.

Tras 27 noches de internamiento (de aní el título) Martha logra escapar y se inicia un proceso judicial para esclarecer si realmente reúne condiciones para ser incapacitada o no para tomar decisiones sobre su patrimonio. Y ahí es donde entra en escena el otro protagonista de la peli, el perito Leandro Casares (interpretado por el propio Daniel Hendler) un hombre retraído, gris que permanentemente se pone la etiqueta de imparcial y apolítico.

Con estos mimbres argumentales, Hendler construye, como hemos dicho una comedia dramática narrada en tono distendido, amable y con algunos momentos divertidos. Un guion bien construido es rodado con sentido del ritmo, y con un reparto solvente en el que destacan las interpretaciones de su pareja protagonista, Hendler y Marini, cuyo contraste de personalidades consigue algunos de los mejores momentos de la película cuando la extraversión de Martha lleve a Casares a los límites de su contención.

Pero Hendler no se conforma con filmar una historia bien contada, también (aunque de forma más superficial, insertado en las subtramas) hay un discurso sobre la creación artística, la diferencia entre verdaderos artistas y gente con talento. Hay muchas alusiones a Pina Bausch, se habla de música, de pintura, de escultura.

También hay una crítica (bastante soterrada) a cierta clase médica acomodada en un status profesional y económico que se salta todo tipo de código deontológico y firma informes diagnósticos sin el rigor mínimamente exigible, personificada en un neurólogo y psiquiatra con cierto prestigio. Por suerte, hay colegas de profesión que imponen la profesionalidad y la ética a ciertos intereses espurios o a las decisiones más fáciles de tomar.

En definitiva, estamos ante una película bien construida y contada tan fácil de ver como (supongo) de olvidar. A pesar de que es irreprochable como entretenimiento resulta difícilmente comprensible su posicionamiento como película inaugural de un festival de categoría A. Aunque después de la Emmanuelle de Audrey Diwan que inauguró el año pasado, lo de Hendler podría emparentarse con Billy Wilder.

73 SSIFF. Retrospectiva – Lillian Hellman. Crítica ‘The Chase (La jauría humana)’ (1966)

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La jauría humana

Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Ciclo-Retrospectiva Lillian Hellman
The Chase (La jauría humana) (1966)

Dedicada, con todo mi amor cinéfilo y profundo agradecimiento a Robert Redford que se hizo eterno tres días después de escribir estas líneas para la proyección de La jauría humana en la 73ª edición del Festival de San Sebastián

En 1966 el productor Sam Spiegel, en nómina de Columbia Pictures, se embarcó en la idea de llevar al cine la adaptación de la obra teatral de Horton Foote (basada en su propia novela) “The Chase”. Para ello contrató a Lillian Hellman para que escribiera el guion y a Arthur Penn para que la dirigiera. El caso es que juntos pero, según cuentan las crónicas, no muy bien avenidos, engendraron una auténtica obra maestra que retrata despiadadamente la hipocresía social y moral de un pueblo (ubicado en Texas pero fácilmente extrapolable a casi cualquier lugar del mundo) y la violencia latente en una comunidad que, ante cualquier detonante, se desata como suma de las violencias de cada individuo convergiendo en un comportamiento de manada animal. Como el de una jauría, una jauría humana. Pocas veces el cambio del título original para su estreno en España ha sido tan afortunado.

Y en La jauría humana el detonante es la fuga de prisión de Bubber Reeves (Robert Redford), un hombre del pueblo que, por lo visto, fue detenido y condenado por un delito que no cometió. La posible llegada al pueblo del fugitivo enciende los temores de todos los que tienen ciertas cuentas pendientes con él, ya sea por haberle delatado por algún delito menor como el pusilánime Edwin Stewart (Robert Duvall) o por haberse convertido en el amante de su mujer Anna (Jane Fonda) como es el caso de Jake Rogers (James Fox) que, para más señas, es el hijo del magnate local Val Rogers (E.G. Marshall) que, de una u otra forma, tiene comprado a todo el pueblo y que está dispuesto a solucionarlo todo a base de dinero.

Toda la acción se desarrolla en un día, desde el momento de la fuga de Bubber al amanecer hasta el dramático desenlace, bien entrada la madrugada, frente a las escaleras de la comisaría del pueblo o, si lo prefieren, hasta el amanecer del día siguiente cuando un desolado Val Rogers anuncia a Anna lo que acaba de suceder.

Y en medio de todo esto, se nos aparece el sheriff Calder interpretado por un mayúsculo Marlon Brando, un hombre íntegro a pesar de que haber sido promovido para el puesto por el Sr. Rogers le coloca en permanente sospecha de estar vendido al poder. Junto a él, su esposa Ruby (maravillosa Angie Dickinson) probablemente el único ser humano genuinamente bueno del pueblo.

Tras un comienzo de cierta dispersión argumental con la que Hellman trata de presentar a los personajes, La jauría humana se asienta precisamente sobre su solidez narrativa, las secuencias se van encadenando al tiempo que crean un clima de tensión progresiva y atmósfera enrarecida según van circulando las noticias de que el fugitivo está cada vez más ceca del pueblo. Penn va cocinando la acción y a sus personajes en ese caldo de cultivo de rumores, viejas rencillas, pasiones reprimidas, infidelidades, corrupción, racismo, clasismo y frustración.

Y es que además de los personajes protagonistas citados, en La jauría humana se dan cita innumerables personajes secundarios que juntos componen esa comunidad infectada de prejuicios clasistas y raciales, represión sexual, fanatismo religioso, rencor, intolerancia… ingredientes todos ellos ideales para generar esa violencia salvaje de la que hablábamos al inicio de estas líneas.

Y Penn trata todo esto con una equilibrada mezcla entre clasicismo en la forma cinematográfica y la audacia temática (presente en el guion de Hellman). No olvidemos que estamos en 1966 y aunque el racismo ya había sido tratado de forma abierta en algunas (pocas) producciones de Hollywood como Fugitivos (Stanley Kramer, 1958), temas como el deseo sexual, las infidelidades o la violencia colectiva eran evitados o tratados de forma tímida y velada. Aquí, los diálogos de Hellman son crudos y aunque algunos personajes son excesivamente arquetípicos (la rubia tonta de la fiesta, la beata que va rezando por las esquinas) y algunos dobles sentidos hoy nos harían sonrojar (la analogía entre tener pistola y el pene, por ejemplo) en su momento podían calificarse de atrevidos. La película en su conjunto se adelanta unos años a la corriente de realismo crítico que haría fortuna en Hollywood en los setenta.

La fotografía, a cargo de Joseph LaShelle y la partitura de John Barry completan el empaque formal de una película que, en su momento, fue un absoluto fracaso de taquilla a pesar de su reparto estelar, mayoritariamente vapuleada por la crítica y ninguneada por los premios cinematográficos incluyendo los Óscar que no le concedieron ninguna nominación. Con el tiempo, la película ha ganado reconocimiento y, a menudo, se la incluye en la programación de grandes festivales, ya sea en ciclos de la filmografía de Arthur Penn, de cualquiera de sus estrellas o, como es el caso de la presente edición del Festival de San Sebastián, en retrospectivas de su guionista Lillian Hellman.

73 SSIFF. Retrospectiva – Lillian Hellman. Crítica ‘Dead End (Calle sin salida)’ (1937)

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Calle sin salida

Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Ciclo-Retrospectiva Lillian Hellman
Dead End (Calle sin salida) (1937)

Hay una especie de fatalismo que empapa todo el metraje de Calle sin salida (Dead End, 1937), y que estriba en la imposibilidad (o enorme dificultad, al menos) de huir de las condiciones sociales en las que uno nace cuando estas consisten en pobreza y marginalidad, hacia una vida próspera o, al menos, apacible y honesta. Eso que durante tanto tiempo se llamó “una vida normal” sin que nadie malinterpretase lo que se quería decir.

Dirigida por William Wyler y con guion de Lillian Hellman a partir de la exitosa obra teatral de Sidney Kingsley, Calle sin salida supone la segunda colaboración entre director y guionista tras Esos tres (1936), primera de las dos adaptaciones de la obra teatral de Hellman «The Children’s Hour» que volvería a ser dirigida por Wyler en 1961 con el título español de La calumnia.

La obra teatral de Kingsley había sido un enorme éxito teatral en Broadway dónde la vieron el propio Wyler y el productor Samuel Goldwyn quien, finalmente, acabaría comprando los derechos para su adaptación al cine. El guion de Hellman conserva el tono alegórico del texto y lo lleva más lejos en su carácter de denuncia de las desigualdades sociales fruto de la pobreza estructural y la (casi) inevitable secuencia hacia la marginalidad y la corrupción moral.

Pero Wyler, a pesar de estar cautivado por el texto, consigue que el material teatral, sin perder su naturaleza, se transforme en lenguaje cinematográfico a través de su célebre maestría para la puesta en escena, de una concepción muy precisa del encuadre, de unos movimientos de cámara perfectamente orquestados y de una iluminación que confiere al decorado un carácter casi expresionista. Y aquí, como tantas veces en la carrera de Wyler, resulta fundamental la maestría del gran director de fotografía Gregg Toland.

Calle sin salida comienza con un plano secuencia magistral en el que la cámara desciende desde lo alto de un edificio hasta pie de tierra mientras unos rótulos nos informan de que el crecimiento urbanístico de Nueva York hacia el East River ha hecho coincidir, en apenas unos metros, un conjunto de viviendas lujosas ocupadas por familias pudientes con un barrio deprimido y decadente en el que la miseria y la marginalidad son el pan nuestro de cada día. Un pan del que se alimentan una pandilla de chiquillos que, permanentemente en la calle, no parecen tener otra salida que la delincuencia.

Estamos por tanto ante un film de evidente denuncia social, cuyos planteamientos éticos (e incluso estéticos) podrían hacerlo precursor del neorrealismo italiano que surgiría pocos años después con los Visconti, De Sica y Rossellini. Wyler a través del guion de Hellman, ofrece una visión crítica de la desigualdad en la Nueva York de los años treinta y retrata el contraste entre opulencia y marginalidad.

Lo primero que llama la atención del reparto es que, a pesar de que Humphrey Bogart es la presencia más reconocible (y vista desde hoy, la estrella del film), su nombre en el cartel aparece por debajo y en letras más pequeñas que el de Joel McCrea y, especialmente, el de Sylvia Sidney que era, en aquella época, una estrella de primer nivel en la Paramount, mientras que Bogart apenas empezaba a despuntar en una sucesión de papeles secundarios haciendo de gánster o villano. Y precisamente eso es lo que interpreta en Calle sin salida, a “Baby Face” Martin, un criminal atormentado por el desencanto de alguien que quiso escapar de la miseria pero acabó engullido por la violencia, que regresa a su antiguo vecindario con la intención de rehabilitarse ante su madre (Marjorie Main) y una antigua novia de juventud (Claire Trevor) convertida en una prostituta enferma.

Frente a él, se contraponen los personajes “íntegros” de Dave Connell (Joel McCrea), un arquitecto de poca monta que malvive con trabajos modestos pero honrados y Drina Gordon (Sylvia Sidney) una joven trabajadora empeñada en casarse con un hombre rico que la saque de su miserable barrio y cuya gran preocupación es alejar a su hermano pequeño, Tommy Gordon (Billy Halop), de la influencia de los “Dead End Kids”, la pandilla de chicos callejeros del vecindario, convertidos ya en predelincuentes dedicados al hurto y el gamberrismo. Unos críos cuyo único destino posible parece convertirse en los nuevos “Baby Face” Martin.

Y precisamente para dar vida a estos críos, Goldwyn y Wyler, empeñados en conseguir verismo, recurrieron a seis de los jóvenes intérpretes de la obra teatral en Broadway dando lugar a un grupo de jóvenes intérpretes, los Dead End Kids, que, lanzados a la fama por esta película, harían carrera juntos en más de sesenta películas de entre las cuales, quizá la más señalada sea Ángeles con caras sucias (Michael Curtiz, 1938).

Calle sin salida tuvo, en general, un favorable reconocimiento de la crítica y recibió cuatro nominaciones al Óscar incluyendo el de mejor película, el de mejor actriz secundaria para Claire Trevor, mejor dirección artística y mejor dirección fotografía para Gregg Toland. No consiguió ninguno de ellos. Hoy, casi noventa años después, mantiene su vigor cinematográfico y su vigencia social precisamente porque su denuncia se hace desde la imagen y la humanidad de los personajes, no desde discursos panfletarios tan frecuentes en otros muchos films.

Crítica de ‘Gen V’. Segunda temporada: Ausencia de novedades para continuar una estabilidad

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Crítica de 'Gen V'. Segunda temporada: Ausencia de novedades para continuar una estabilidad

Las críticas de Óscar M.:
Gen V. Segunda temporada

En la segunda temporada de Gen V, un nuevo curso está en marcha. Mientras el resto de América se ajusta a la mano de hierro de Homelander, en la Universidad Godolkin, el misterioso nuevo decano promueve un plan de estudios que promete hacer a los estudiantes más poderosos que nunca. Una guerra entre Humanos y Supers está gestándose tanto dentro como fuera del campus, mientras que el grupo descubre la existencia de un programa secreto que se remonta a la fundación de la Universidad Godolkin.

La segunda entrega está protagonizada por Jaz Sinclair, Lizze Broadway, Maddie Phillips, London Thor y Derek Luh, Asa Germann y Sean Patrick Thomas y se une al reparto de esta nueva temporada Hamish Linklater. La serie estrena sus 3 primeros episodios el 17 de septiembre de 2025 en Prime Video.

Crítica de 'Gen V'. Segunda temporada: Ausencia de novedades para continuar una estabilidad

Ficción duramente real

La segunda temporada de Gen V se inicia varios meses después del apoteósico y sanguinario final de la primera parte (aunque en la actualidad hayan transcurrido dos años) la masacre universitaria prácticamente que dejó al centro educativo mermado de alumnos y profesores. Tras este tiempo indeterminado en el que hemos estado ausentes, la historia de los personajes ha seguido su camino pero apenas ha evolucionado y la lamentable desaparición del actor Chance Perdomo, quien daba vida al personaje de Andre (uno de los ejes de la trama general) va a marcar de manera importante el inicio de este nuevo curso.

El vacío dejado por Perdomo y su personaje se ha integrado en la historia y se convierte en el eje vertebral de los primeros episodios de esta segunda temporada. The boys y, por extensión, su serie hija Gen V no se ha caracterizado por las resoluciones fáciles ni por “saltarse el tiburón” (como se acusa a la mayoría de series que obvian un problema que les afecta de manera no ficticia y que recurren a escurrir el bulto), en esta ocasión se ha tomado el camino más difícil posible, pero también el más honesto con la audiencia.

Crítica de 'Gen V'. Segunda temporada: Ausencia de novedades para continuar una estabilidad

Reducción de personalidad e independencia narrativa

Al contrario que en la primera temporada, donde Gen V luchaba por su independencia propia sin recurrir a los personajes de The boys, ahora la conexión se vuelve imprescindible para seguir el argumento (de hecho, es recomendable ver ambas series para evitar estropear las sorpresas o, como mínimo, la cuarta temporada) y han convertido a los personajes de la serie madre y a sus acciones en un apoyo necesario para el desarrollo de la vuelta a las súper-clases.

Como era evidente, la segunda temporada recupera el misterio de una nueva conspiración y la presencia de los nuevos personajes han de estar en la mayoría de las escenas, pero sin abandonar a los supervivientes conocidos en la anterior temporada y sus nuevas aventuras. La drástica reducción de sangre y desmembramientos digitales durante los primeros episodios defrauda en su intento por mantener la atención del público, algo que hace prever una deseable y previsible escalada salvaje y violenta a medida que avanzan los acontecimientos y todo se va complicando.

Crítica de 'Gen V'. Segunda temporada: Ausencia de novedades para continuar una estabilidad

Una historia menos novedosa y más cohesionada

La trama general de esta segunda tanda de episodios se vuelve más dramática y reducida para casi todos los personajes, centrándose principalmente en el misterioso nuevo decano y la investigación que hacen el grupo de chicas protagonistas, este centralizado relato hace que el interés y la atención del espectador decaiga un poco hacia mitad de la temporada.

Al igual que la vida real va modificando inexorablemente nuestro comportamiento y la importancia que le aportamos a las cosas, en los nuevo capítulos de Gen V, el fallecimiento de uno de sus personajes ha trastocado indiscutiblemente su línea argumental y la escala de valores ha cambiado.

Aunque la segunda temporada de Gen V intenta mantener el tipo con la introducción de nuevos misterios y personajes, se aprecia una decadencia respecto a la temporada anterior. La falta de originalidad y novedades destacables durante los primeros episodios, así como la dependencia hacia The boys, provoca cierta indiferencia y una sensación de preámbulo constante en el espectador, que asiste a una visualización de episodios con poca evolución de los personajes y muchísima menos violencia gratuita y descontrolada, una de las marcas de ambas series.