jueves, septiembre 21, 2023

Ciclo Shôhei Imamura: Crítica de ‘Agua tibia bajo un puente rojo’ (2001)

Las críticas de Daniel Farriol:
Ciclo Shôhei Imamura
Agua tibia bajo un puente rojo (2001)

Agua tibia bajo un puente rojo (Warm Water Under a Red Bridge / Akai hashi no shita no nurui mizu) es una comedia japonesa, con elementos de fantasía, que está dirigida por Shôhei Imamura, quien también co escribe el guion junto a Motofumi Tomikawa y Daisuke Tengan, adaptando una historia de Yo Henmi. La historia sigue a un hombre corriente que emprende un viaje para buscar en una casa situada cerca de un puente rojo, un Buda de oro que un amigo vagabundo robó hace años de un templo de Kioto. Allí conocerá a una misteriosa mujer de la que se enamorará de forma instantánea. La película está protagonizada por Kôji Yakusho, Misa Shimizu, Mitsuko Baishô, Mansaku Fuwa, Isao Natsuyagi, Yukiya Kitamura, Hijiri Kojima, Toshie Negishi y Kazuo Kitamura.

‘Agua tibia bajo un puente rojo’ es el irreverente testamento cinematográfico de Shôhei Imamura

El testamento cinematográfico del director japonés Shôhei Imamura, si obviamos su cortometraje para el filme episódico 11’09»01 – September 11 (2002), fue Agua tibia bajo un puente rojo, una extraña comedia con aura de fábula que bajo su desenfadada irreverencia aglutina la mayoría de símbolos, ideas y reflexiones que caracterizaron todo su trabajo anterior.

La trama nos presenta a Yosuke Sasano (Kôji Yakusho), un hombre de mediana edad que ha caído en desgracia en plena recesión económica de Japón, se ha quedado en paro y le ha dejado su mujer. A eso hay que sumarle la muerte de Taro (Kazuo Kitamura), un anciano erudito amigo suyo que vivía como un vagabundo en un asentamiento junto al río. Según contaba siempre a sus más allegados, siendo joven robó una estatua de oro de un templo budista y la escondió en un casa situada junto a un puente rojo en la prefectura de Toyama. Nadie sabe si era una historia real o algo que el viejo se había inventado, pero acuciado por su mala situación económica Yosuke decidirá ir a buscar el tesoro.

Ese inicio aventurero que propone la película no deja de ser un Macguffin para justificar el viaje del protagonista desde Tokio hasta una pequeña población costera al sur del Mar de Japón. Allí el director tendrá una nueva oportunidad para hacer desfilar a toda una exótica galería de personajes que forman parte de esas comunidades que tanto le agradaba radiografiar desde un punto antropológico, o sea, situándolas en un limbo indefinido entre la modernidad de los nuevos tiempos y las creencias ancestrales arraigadas al pasado más tradicional.

Agua tibia bajo un puente rojo

‘Agua tibia bajo un puente rojo’ funciona como el reverso desvergonzado de ‘La anguila’

Nada más llegar a ese pueblo de Toyama, el protagonista se topará en el puente rojo con una misteriosa mujer que llamará su atención, Saeko Aizawa (Misa Shimizu), la cuál convenientemente también viste de rojo para fusionar espacio y deseo. Después de eso descubrirá a la mujer robando en un supermercado tras verla en una actitud de excitación íntima mientras mueve sus pies sobre un charco de agua. La conducta bizarra de la mujer solo conseguirá atraer aún más su atención y, con la excusa de devolverle un pendiente que ella ha perdido, irá hasta su casa donde acabarán manteniendo un encuentro sexual acuífero (esto lo explicaré más tarde porque tiene miga).

Que la pareja protagonista de Agua tibia bajo un puente rojo esté interpretada por Kôji Yakusho y Misa Shimizu, los mismos intérpretes de La anguila (1997), no parece casualidad. Más allá de que a Imamura le gustaba repetir colaboraciones con gente que le hacía sentir a gusto, ambas películas parecen formar un díptico donde los personajes de una complementan los de la otra. Casi podríamos afirmar que los amantes adictos al sexo de Agua tibia bajo un puente rojo funcionan como el reverso desvergonzado de los amantes abstemios de La anguila.

Yosuke y Takuro, los protagonistas masculinos respectivos de cada una, parten de un estado emocional muy similar. Me explico, ambos son víctimas de la modernización industrial de Japón y han sido engullidos por una maquinaria de crecimiento económico que les ha dado de lado. Los dos son, también, hombres heridos en su masculinidad por no poder cumplir los objetivos que la sociedad patriarcal japonesa les exige como cabezas de familia. Takuro explotaba su rabia en un ataque de celos y acababa asesinando a su mujer, la redención posterior le llegaría tras salvar a una mujer suicida. Yosuke no llega a explotar porque conoce a Saeko antes, pero nos deja evidentes muestras de rabia machista ante el abandono de la esposa o ante la posibilidad de una infidelidad de su amante, en otras circunstancias, es probable que Yosuke se hubiera comportado igual que Takuro, son dos caras de una misma moneda.

Agua tibia bajo un puente rojo

Dualidad atemporal y contexto socioeconómico 

No es el único hilo invisible que une a los personajes de ambas películas de Imamura, existe una dualidad necrológica muy hitchcockiana que intercambia los roles de pareja en su relación con los doppelgänger. Si en La anguila la mujer suicida era una especie de «reencarnación» de la esposa asesinada, algo que le permitía redimirse, aquí es él, Yosuke, a quien todos identifican como el doble idéntico de un pescador amante de Saeko que acabó suicidándose, de hecho, él mismo asumirá ese rol comenzando a trabajar como pescador, por tanto, la sanación redentora será aquí para ella que podrá liberarse de su sentimiento de culpa por la muerte de su antiguo amante.

Entrando en el terreno de la fábula, el tiempo parece atemporal y carece de un sentido práctico, es decir, el pasado reinventa el presente con una repetición cíclica que conduce a la transformación comunitaria. La coincidencia de Agua tibia bajo un puente rojo con una obra del cine chino de vanguardia estrenada un año antes, Suzhou River (Lou Ye, 2000), me hace dudar de si Imamura pudiera haberla visto antes de escribir el guion, ya que ambas comparten un enigma similar alrededor del dimorfismo de sus personajes y también ambas sitúan el inicio de la acción junto a las barracas de los desarraigados que viven en los márgenes de un río.

Las primeras escenas de Agua tibia bajo un puente rojo describen a la perfección la mirada crítica del director hacia el «milagro económico» que propició un crecimiento espectacular en la economía del Japón posguerra. Es un tema recurrente en su cine que retrata de manera sutil como parte del contexto en sus historias. Esta vez lo veremos a través de esos vagabundos que viven en tiendas de campaña junto al río, gente corriente que no mucho tiempo atrás llevaba una vida normal. Yosuke no encuentra trabajo y debe pagar una pensión a su mujer, su vida en bancarrota hace pensar que no tardará en quedarse sin techo donde vivir y deberá buscar refugio junto a sus amigos en la ladera del río.

Toyama, más allá de las casualidades

Cuando llega a Toyama, esto no es tan evidente, pero el otro río que hay allí se nutre de un agua milagrosa que permite la regeneración del fondo y fauna marina tras haber sido destruidos por los vertidos tóxicos tirados por las empresas. Esto está extraído de la realidad, durante los años 50, en la zona de Toyama surgió la enfermedad ósea Itai-Itai producida por un exceso de cadmio en las aguas, y es que Imamura no deja nada al azar, la ubicación de su historia en ese lugar invita a reflexionar sobre el efecto tóxico de un progreso económico descontrolado en las clases sociales más desfavorecidas.

Otro ejemplo, si se quiere, más anecdótico, es el que hace referencia a la cordillera de Tateyama que puede verse desde la ventana de casa de Saeko, donde presuntamente está escondido el Buda dorado que busca el protagonista. Esas montañas son consideradas un lugar sagrado del que cuenta la leyenda que un cazador persiguió a un oso hasta la cima hasta que lo vio transformarse en… ¡un Buda dorado! Hasta el más mínimo detalle tiene un sentido semiótico para el cineasta. Después de eso, según la misma leyenda, el cazador se hizo monje budista y convirtió el lugar en un santuario que ahora es visitado por miles de turistas. Otra vez, tenemos confrontados los vestigios de un pasado anclado en las creencias milenarias con los deseos humanos intrínsecos a los personajes.

En otro orden de cosas, la capital de Toyama tiene otro aspecto importante a considerar, ya que fue una de las ciudades más salvajemente golpeadas por los americanos durante la Segunda Guerra Mundial. Apenas cuatro días antes del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, acción que era el eje narrativo de la película Lluvia negra (1989), los ataques aéreos sobre Toyama acabaron con la vida del 96 % de la población civil. Como vemos, la idea de llevar Agua tibia bajo un puente rojo a ese enclave geográfico tiene, pues, un triple sentido (social, místico e histórico) que no debería quedar oculto bajo el tono humorístico y el erotismo de las imágenes que predominan en el relato.

Agua tibia bajo un puente rojo

Carpe Diem sexual

Agua tibia bajo un puente rojo es una comedia sexual inclasificable que solo un cineasta tan libre como Imamura puede ser capaz de realizarla a los 75 años (y a poco menos de un lustro de morir). El personaje del vagabundo Taro puede verse como un alter ego del propio director, sus enseñanzas a Yosuke versan sobre la necesidad de disfrutar de la vida antes de que «no se te ponga dura». Tal cuál, esa filosofía impúdica concentra el legado de un viejo degenerado (él mismo se definía así) cuya célebre frase de «me interesa la relación entre la parte baja del cuerpo humano y la parte baja de la estructura social» definía el tratamiento que hay en sus películas a una sexualidad ligada a los instintos primarios de sus personajes.

Todas las frases que pronuncia Taro aluden a un carpe diem sexual, a buscar la motivación de vivir «en la lascivia» y dedicando «todas las energías a la comida y el sexo». Finalmente, le recomienda las lecturas de «El arte de amar» de Ovidio o la obra erótica «Kama-sutra», asumiendo apesadumbrado que en la vida actual la gente es «demasiado culta para reconocer sus deseos». Y Yosuke le hará caso… ¡vaya si lo hará! En la escena pre créditos veremos el tren que lo lleva dirección a Toyama entrando en un túnel, es el auspicio de lo que le espera al otro lado. Ya lo hizo Hitchcock en el celebrado plano final de Con la muerte en los talones (1959), y tampoco es la primera vez que el director japonés otorga un sentido sexual a los trenes.

Su relación con Saeko será, por tanto, eminentemente carnal, con la pequeña gran particularidad de que ella expulsa chorros de agua que salpican toda la habitación cada vez que tiene un orgasmo. La mujer siente que «le sube el agua» y necesita hacer algo malo para liberarla, ya sea robar en el supermercado o mantener relaciones sexuales (visto esto, entonces, como algo sucio en una sociedad que ha renunciado a sus instintos). La escenas de sexo, aunque numerosas, no son tan explícitas como en anteriores obras del director, ya que aquí tienen un tono entre humorístico y fabulesco que es subrayado por una machacona banda sonora.

Agua tibia bajo un puente rojo

Corridas humorísticas en ‘Agua tibia bajo un puente rojo’ 

Ese éxtasis acuático posee un evidente sentido simbólico. El agua que expulsa la mujer por su vagina-aspersor acaba nutriendo al agua del río mediante un entramado de tuberías. Los peces se alimentan de ella y, a su vez, los pescadores del pueblo pescan esos peces. Es la manifestación empírica del ciclo de la vida que acerca a los lugareños a su verdadera esencia y les aleja de la modernidad destructora que contaminó el río años atrás. El sexo provoca la felicidad de todos y será el artífice de una comunión entre ellos que no puede verse en las grandes ciudades, sin embargo, hay que tener cuidado porque retozar en los bajos instintos también conlleva acercarse a la violencia, la obsesión y los celos (eso se exploraba con mayor detalle en la citada La anguila).

Los encuentros entre Yosuke y Saeko dan pie a escenas histriónicas, cada vez que la chica siente que «le sube el agua» o, hablando en plata, se pone cachonda, avisará al pescador reflectando en un espejo la luz solar. Él saldrá corriendo a su encuentro para copular como un poseso como si estuvieran bajo el «Jet d’Eau» de Ginebra (parece un meme de internet, pero no lo es). Son tantas las ansias de follar que en sus carreras desde el puerto hasta la casa del puente rojo es capaz de adelantar a un maratoniano africano que se entrena para las Olimpiadas, este es uno de los momentos más delirantes de la película. A medida que los encuentros se vayan prodigando él irá perdiendo su fuerza y ella sintiéndose más vacía de agua, en cierto modo, deberán aprender a equilibrar la pulsión sexual con el amor.

Para explicar el origen de esa «anomalía» física en Saeko, Imamura insertará en la parte final de Agua tibia bajo un puente rojo uno de sus habituales flashbacks que rompen el orden narrativo. Si Obélix posee una fuerza sobrehumana por haberse caído de pequeño a un caldero de poción mágica, Saeko tuvo su exceso de agua siendo una niña al tirarse al río para salvar la vida de su madre. En esa misma escena se nos explica lo que comentábamos antes acerca de los vertidos tóxicos, no para justificar el superpoder acuátil de la mujer si no para promulgar que las creencias ancestrales inspiradas en viejas supersticiones ya han dejado de servir en la vida moderna, por tanto, la enfermedad provocada por el cadmio no puede curarse con amuletos ni rezos a deidades milenarias.

Agua tibia bajo un puente rojo

Agua, divino tesoro

El agua es un símbolo que aparece en todas las películas de Imamura y aquí puede entenderse como el líquido amniótico que produce protección y nutrientes a una comunidad como si fueran un feto en plena gestación. El propio Yosuke tiene un sueño surrealista donde aparece en el interior de un útero y también alude a eso mismo para definir el hueco del entramado de rocas junto al mar donde tiene cabida la reconciliación final con Saeko, como no, sellada con otro polvo.

La búsqueda adulta de la sensación uterina de los orígenes de la naturaleza humana habilita el proceso de transformación de los personajes al igual que el agua y sus corrientes marcan su destino. Tal y como reza la frase inicial de «Hōjōki» («Canto a la vida desde una choza») de Kamo no Chōmei: «La corriente del río jamás se detiene, el agua fluye y nunca permanece la misma. Las burbujas que flotan en el remanso son ilusorias: se desvanecen, se rehacen y no duran largo rato.». Hay otra analogía sobre esto en la escena ambientada en la central nuclear donde se explica el proceso de los neutrinos colisionando con el agua para generar la «luz Cherenkov», pero me parece algo demasiado científico y metida con calzador en la trama, más allá que la escena resulte visualmente hermosa.

Agua tibia bajo un puente rojo es una comedia excéntrica donde los personajes secundarios añaden un contrapunto aún más surrealista. Tenemos, por ejemplo, al atleta africano tratado como un esclavo por su entrenador japonés, la abuela senil (otra) que escribe profecías mientras espera el regreso de un viejo amante, el matón de medio pelo (otro) que contrata al protagonista tras propinarle una paliza, etcétera, mientras las secuencias de peleas físicas de la parte final tienen el mismo componente slapstick que ya había en La anguila. El filme termina con una fuerte risotada que resuena en pantalla como si fuera la del propio Imamura despidiéndose de su público. La aparición final de ese arco iris que no vieron los protagonistas de Lluvia negra, es una declaración de intenciones sobre la necesidad de disfrutar de la vida sin tomársela demasiado en serio, «follar más y joder menos», podría decirnos el maestro.

Agua tibia bajo un puente rojo


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Agua tibia bajo un puente rojo

8

Puntuación

8.0/10

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