Las críticas teatrales de Laura Zurita:
Solarpunk
Solarpunk es el primer montaje, y un muy buen comienzo, dentro de la Temporada Verde de la Sala Cuarta Pared.
¿Qué pasaría si la luz del sol dejara de ser un bien común y pasara a estar privatizada? En un mundo demasiado parecido al nuestro, un grupo de personajes se enfrenta a la mercantilización de lo más esencial: la energía, la verdad y hasta la esperanza.
Generar el cambio a través de la emoción e ir por delante de la sociedad relatándola, ese es el común denominador de la comunidad científica y los creadores. Ese pensamiento junto a la idea cotidiana de que “hasta que no tengamos tiempo para cocinar, no habrá transición ecológica”, están en el origen de esta obra. Una obra que se toma tan en serio el humor, que acaba siendo la única respuesta posible para abrir grietas en el sistema.
El presidente de la energética Ibersolar, un teleoperador que va en pañales al trabajo y una youtuber que nos anima a cocinar en la oficina y que está a punto de convertirse en una heroína ecoterrorista… estos son algunos de los personajes de Solarpunk, que se construye sobre la estructura de rondó: un cuento para niños sobre el origen del capitalismo va mutando –a modo de estribillo– para intercalarse entre las coplas (escenas) de la trama.
Solarpunk está dirigida por Mario Hernández, con dramaturgia de Ruth Rubio. En su reparto encontramos a Natalia Cobos Chapman, Sara Mata, Pilar Gómez y José Fernández. La obra se representa en la Sala Cuarta Pared del 13 al 29 de noviembre.

Humor y fábula
¿Qué ocurriría si la luz del sol, ese recurso que creemos inagotable y común, pasara a manos privadas? Solarpunk parte de esa pregunta provocadora para construir una distopía en la que el sol se ha convertido en mercancía y donde el poder económico determina el acceso a la verdad. Una distopía tan cercana y tan parecida a lo real que incomoda y asusta.
La obra utiliza dos herramientas que elevan un mensaje duro a la categoría de poesía teatral. Por una parte, un humor oblicuo y ácido que hace que la sonrisa duela un poco. Por otra, contar el tema central como un cuento, tan absurdo y extremo como muchos cuentos clásicos, en el que un personaje casi mágico da inicio a un concepto terrible, pero aun así real: la apropiación privada de los bienes comunes, en este caso la luz del sol.
Los personajes de Solarpunk nos llevan a todos los lados de una realidad poliédrica: Vemos al presidente de la compañía energética Ibersolar que hace lo que tiene que hacer: vender su idea. En el otro extremo de la compañía, un teleoperador trabaja en pañales, abrumado por la precariedad laboral. Una youtuber cocinera y terrorista y una Ministro de Defensa que cree en el trabajo que tiene que hacer, completan un mosaico humano reconocible. Son figuras exageradas, pero no por ello menos reales.
Tiempo para cocinar
La puesta en escena de Solarpunk es esquemática, con una estética casi industrial, y la introducción de los actores, con movimientos robóticos en un escenario duro y frío, muestra a personajes alienados, como si fueran piezas de un engranaje. La luz es un elemento que se raciona, por estar privatizada. A un mundo tan duro se le añaden ruidos mecánicos, pantallas omnipresentes y contornos ásperos, construyendo un entorno incómodo y opresivo.
No estamos ante un futurismo fantasioso, sino ante una extrapolación de tendencias ya presentes. Es curioso que uno de los mensajes revolucionarios de la obra sea que hay que tener tiempo para cocinar, reclamando que la humanización del mercado de trabajo es tan radicalmente importante como la conciencia ecológica. La reivindicación de la comida real y de la luz solar real es un fuerte mensaje político, en el que incluso en un mundo tan sombrío (en todos los sentidos) como el que se nos muestra, aún hay esperanza.
En resumen, Solarpunk es una obra poética y visionaria que, a pesar de su punto de partida, reivindica la esperanza, pero no como concepto abstracto para callarnos y consolarnos, sino como una llamada a la acción.
¿Qué te ha parecido la obra teatral Solarpunk?
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