Las críticas de Laura Zurita:
El extranjero
Argel, 1938. Meursault (Benjamin Voisin), un hombre tranquilo y reservado de unos treinta años, asiste al funeral de su madre sin derramar una lágrima. Al día siguiente, inicia una aventura con Marie (Rebecca Marder), una compañera de trabajo, y vuelve a su rutina con aparente normalidad. Pero su vida se ve alterada por su vecino, Raymond Sintès (Pierre Lottin), que lo involucra en sus oscuros asuntos personales. Bajo un sol sofocante, en una playa desierta, un encuentro fortuito desencadena un trágico suceso que cambiará su destino…
El extranjero (L’Étranger) está escrita y dirigida por François Ozon sobre la soberbia novela homónima de Albert Camus. La película está interpretada por Benjamin Voisin, Rebecca Marder, Pierre Lottin, Denis Lavant, Swann Arlaud, Christophe Malavoy, Nicolas Vaude, Jean-Charles Clichet, Mireille Perrier, y Hajar Bouzaouit. La película se estrenó el 19 de diciembre de 2025 de la mano de BTeam Pictures.
Adaptación difícil
Hay novelas tan llenas de sentido y de significados que resultan extraordinariamente difíciles de desplegar en imágenes. No solo por su densidad, sino porque su coherencia interna se sitúa en un lugar incómodo, refractario a la explicación. El extranjero pertenece a ese territorio. Adaptar la novela de Camus supone enfrentarse no solo a una obra canónica, a menudo considerada inadaptable, sino a una idea de mundo: la del absurdo como condición de existencia, la del individuo construido a partes iguales entre la conciencia y la indiferencia, la de una persona capaz de vivir sin moralidad.
Con motivo de este estreno he revisitado El extranjero, y su sequedad y misantropía me han vuelto a golpear en la cara. La versión de Ozon decide no modernizar el texto ni subrayar su vigencia. Trabaja desde una fidelidad sobria, que asume la angustia de su material. Esa fidelidad no es neutra: funciona como una continuidad del malestar, como una prolongación de ese resentimiento frío con el mundo que atraviesa la obra original.
El extranjero se centra en la vida de Meursault, un hombre cuyo comportamiento resulta difícil compatibilizar con la psicología tradicional. Su desconexión emocional es radical, pero él no la percibe como una anomalía ni como un conflicto. Meursault vive, trabaja, se relaciona, pero lo hace navegando en un mundo sin significado. Vive su vida sin habitarla. No jerarquiza los acontecimientos. La puesta en escena insiste en esa incapacidad para otorgar sentido, y la cámara lo acompaña sin ofrecer coartadas morales. Esa distancia es demoledora y termina siendo determinante para su destino.
La narración avanza con una cadencia irregular, que reproduce la percepción subjetiva de Meursault: días que se suceden de manera absurda, descoordinada, sin progresión emocional. Sin embargo, es precisamente en esa monotonía donde El extranjero encuentra su coherencia interna. El absurdo es la vida misma. El nihilismo no aparece como postura intelectual, sino como la forma humana de habitar una realidad incómoda.
Blanco y negro que distancia
Ozon ha elegido trabajar en blanco y negro, como ya hizo con deslumbrantes resultados en Franz (2016). En El extranjero esta elección estética ayuda a establecer la distancia entre la mirada del protagonista y el mundo. El calor, el sol, el sudor funcionan como presencias físicas que condicionan las decisiones y erosionan la voluntad. La experiencia humana queda reducida a su expresión más elemental y gris, y en esto apoya la concepción de un mundo plano y carente de sentido.
El extranjero descansa en la neutralidad de la mirada de su protagonista. Meursault no se defiende ni se explica. Acepta la forma en que los otros lo observan y lo juzgan, y no busca ni entiende su empatía. Al evaluar su comportamiento, no se condena tanto los hechos en los que ha incurrido como la imposibilidad de encajar en una norma social compartida.
Gran parte del metraje de la película transcurre en el silencio y la neutralidad. El extranjero establece que Meursault está fuera de todo lo que se considera una conciencia normal, fuera de cualquier ciencia moral aceptada. La película no intenta integrarlo ni redimirlo. Mantiene esa distancia como núcleo de la experiencia. Los momentos más brillantes se encuentran en la observación de la vida cotidiana del personaje y los más irregulares en los diálogos de la parte final, cuando se enfrenta a su destino. Estas últimas son escenas densas, agobiantes, de un contenido profundamente literario que resulta difícil de trasladar a la pantalla. Ozon no las aligera para facilitar la vida del espectador, sino que pide paciencia al público y se recrea en la duración del diálogo, en su peso y su incomodidad.
Meursault está interpretado por Benjamin Voisin, actor muy joven y llamativamente bello, lo que introduce una tensión significativa. Esa apariencia atractiva propicia una cercanía engañosa con el personaje, que hace aún más perturbadora su indiferencia y su nihilismo. Voisin logra transmitir la levedad, la tranquilidad y la profunda desconexión que rodean su vida. Meursault vive una existencia aparentemente normal, cumple las reglas, pero sin que nada le importe. De esa amoralidad nace el acontecimiento que cambiará su vida de forma radical.
En resumen, El extranjero puede sentirse distante. Pero esa distancia no es un defecto, sino una consecuencia lógica de la propuesta. La película no busca resolver el absurdo ni ofrecer consuelo. Funciona como un espacio de confrontación: con el texto, con el personaje y con el espectador, obligado a ocupar un lugar incómodo, sin refugio ni alivio posibles.
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