Las críticas de Daniel Farriol en el AMFF 2023:
Flux Gourmet
Flux Gourmet es una comedia satítica británico-estadounidense que está escrita y dirigida por Peter Strickland (In Fabric, Berberian Sound Studio). La historia nos ubicado en un instituto dedicado al espectáculo culinario y alimentario donde un colectivo de personas se ve envuelto en luchas de poder, venganzas artísticas y trastornos gastrointestinales. Está protagonizada por Efthymis Paradimitriou, Fatma Mohamed, Gwendoline Christie, Asa Butterfield, Ariane Labed, Richard Bremmer, Leo Bill y Sebastien Kapps. La película tuvo su presentación en el Festival de Sitges 2022. También ha podido verse en la Sección Climatics de Atlàntida Mallorca Film Fest 2023.
Un cineasta inclasificable
El cine del director británico de ascendencia griega Peter Strickland, tal vez, sea acaso uno de los más libres e inclasificables con los que uno puede toparse en el panorama cinematográfico actual. Su bagaje (contra)cultural lleno de influencias cinéfilas diversas, en especial de los años 70, convierte a sus películas en un compendio alucinógeno que invoca el espíritu transgresor que tenían autores tan dispares como Fassbinder, Jess Franco, Andy Warhol o Walerian Borowczyk, entre otros. Es un cine donde la estética del giallo se cruza con otros géneros bastardos para dar como resultado algo tan nuevo como original donde el director proyecta sus propias tribulaciones acerca de la violencia y la sexualidad.
Tras la road movie sobre la venganza Katalin Varga (2009), el slasher acústico que era Berberian Sound Studio (2012), el erotismo sadomasoquista que impregnaba con diversos fluidos a The Duke of Burgundy (2014) o el giallo textil del vestido maldito en In Fabric (2018), el director nos vuelve a sorprender ahora en Flux Gourmet con una extrañísima sátira escatológica. La historia nos lleva hasta una residencia de artistas donde se realizan actuaciones de pequeño formato de algo que ellos conocen como «catering sónico», es decir, representaciones que combinan la perfomance teatral con sonidos que se crean en directo mientras los actores/músicos están cocinando, por ejemplo, acercando un micrófono a una olla con una sopa en ebullición para captar el ruido/sonido que genera la cocción e integrarlo así a la experiencia acústica que proponen.
Este argumento tan surrealista queda además condimentado con la presencia de un desfile de personajes tan extraños como los que puedas imaginarte, siendo muchas veces complicado empatizar con ellos o simplemente entender de qué están hablando. En primer término tenemos a un introvertido documentalista que tiene que grabarlo todo y cuyas flatulencias le provocan cierto aislamiento social. Así pues, su única manera de integrarse al «grupo» dentro del espectáculo será dejarse practicar colonoscopias, en vivo y en directo, las cuáles son proyectadas durante las actuaciones como si fueran aquellas imágenes que amenizaban los conciertos de Pink Floyd en pleno auge del rock psicodélico. Os aseguro que no estoy ebrio mientras escribo estas líneas y que lo que os cuento en esta reseña es solamente un pequeño extracto de lo que puede verse en la película. ¿Estás preparado para algo así? Ya te adelanto que yo no lo estaba.
Bizarrismo culinario con multitud de referencias cinéfilas
En Flux Gourmet, Strickland sigue fiel a un universo visual propio con reminiscencias del cine erótico de los años 70. Lo articula a través de un particular tratamiento del color que dota de una inquietante atemporalidad que caracteriza a todas sus películas. Sin embargo, en esta ocasión, su crítica hacia el arte contemporáneo, a las élites intelectuales y a determinadas actitudes sociales asociadas al poder, tan solo le funciona durante los primeros 40-45 minutos de metraje, es decir, mientras consigue mantenernos estupefactos ante todo el imaginario absurdo que nos propone y del que antes ya he realizado un bosquejo.
A partir de entonces, el plato que nos sirve se vuelve pesado e indigesto, la acumulación sobre la mesa de marcianadas terminan causando más sopor que fascinación por culpa de personajes demasiado abstractos, reiteraciones escénicas que no hacen avanzar adecuadamente la historia o excesos en un humor escatológico solo apto para un número reducido de espectadores. En cierta manera, la película se convierte entonces en el reverso soez e indecente del cine ya de por sí incómodo perpetrado por Yorgos Lanthimos o Peter Greenaway. Cocinar a fuego lento en una misma olla a presión tantas referencias estéticas solo puede acabar explotando sin remedio en un arco iris bizarro de excreción y sangre. Por eso, Flux Gourmet combina el esperpento con el giallo. ¿Estás preparado para algo así? Te vuelvo a decir que yo no lo estaba.
Un espectáculo gastronómico que se te puede indigestar
Pese a todo lo dicho, Flux Gourmet ofrece muchos elementos de interés precisamente por ser una locura que va tan a contracorriente de todo. En lo particular me interesa más por su aspecto visual y por la experimentación que hace con los ambientes sonoros, algo que obsesiona al director. De ese modo, las secuencias de las performances gastromusicales son absolutamente delirantes y cuando la película se pone bestia te deja con la boca abierta por la incredulidad, sin embargo, otros derroteros igualmente surrealistas por los que transcurre la historia me dejan mucho más frío, me refiero a todos aquellos que tienen que ver con los plomizos diálogos o con una crítica demasiado subrayada hacia la intelectualidad artística.
Flux Gourmet puede ser un plato apetecible para los fans más acérrimos del cineasta británico, pero aquellos incautos que no conozcan nada de su cine o se acerquen a esta película totalmente desprevenidos pueden acabar traumatizados ante una experiencia lisérgica de tamaña envergadura. ¿Estás preparado para algo así? Yo no.
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