Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Ciclo-Retrospectiva Lillian Hellman
The Little Foxes (La loba) (1941)
De las cinco películas que William Wyler filmó con guion de Lillian Hellman, todas ellas magníficas, La loba, estrenada en 1941, es, sin duda alguna, la que certificó el mayor hito de su colaboración en la historia del cine. Estamos ante una obra mayor en la que todo está a gran altura. Empezando, precisamente, por el afilado guion de Hellman, finalizando con la sobria y elegante puesta en escena de Wyler y pasando por la fotografía de Gregg Toland y las interpretaciones de Teresa Wright, Herbert Marshall, Patricia Collinge y una superlativa Bette Davis.
Lilian Hellman escribió el guion cinematográfico sobre su propia obra teatral, “The Little Foxes”, probablemente la más exitosa de su carrera como dramaturga, que se había estrenado dos años antes en Broadway con Tallulah Bankhead en el papel que en el cine interpretará Bette Davis. Para el resto del reparto se mantuvo a gran parte del elenco teatral incluyendo a Herbert Marshall, Patricia Collinge y Charles Dingle.
Y precisamente en ese título original de la obra teatral y de su adaptación cinematográfica está la única disonancia de la película en su versión española, supongo que por las connotaciones semánticas de la palabra “zorra” en español, se prefirió titular la película La loba en lugar de Las pequeñas zorras, referencia bíblica de El Cantar de los Cantares (2:15): “Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas que echan a perder las viñas porque nuestras viñas están en ciernes”, una cita con la que se abre la película y que volverá a repetirse en una de las secuencias centrales del film (la única en la que se dan cita juntos los cinco personajes buenos de la película) y que funciona como metáfora central de La loba: unas viñas en ciernes que representan los lazos familiares y afectivos, aún frágiles pero con posibilidad de dar fruto; y unas pequeñas zorras que no son sino la ambición desmedida y la codicia que corroen desde dentro aquello que debería sostenerlos.

Porque aunque pueda sonar reduccionista, La loba es ante todo una lucha entre el bien y el mal y, por tanto, tenemos a una serie de personajes que encarnan la generosidad, la integridad y la defensa de ciertos valores humanos frente a otros que viven devorados por la ambición, la codicia y la falta de escrúpulos.
Ambientada en los albores del siglo XX en el viejo y profundo Sur de los Estados Unidos, la acción nos introduce en el seno de la familia Hubbard compuesta por tres hermanos: los ambiciosos Ben (Charles Dingle) y Oscar (Carl Benton Reid) y su taimada hermana Regina Giddens (Bette Davis) casada con Horace Giddens (Herbert Marshall) un hombre bueno, honesto y gravemente enfermo al que ya únicamente parece mover el amor de su hija Alexandra (Teresa Wright).
El núcleo argumental de La loba nos lleva a una conspiración entre los tres hermanos de la familia Hubbard para hacerse con el dinero de Horace, un dinero que necesitan para cerrar la construcción de una algodonera con la que piensan enriquecerse contratando a obreros que trabajen por menos de la mitad de los salarios habituales en la época, en lo que supone una soterrada crítica al feroz y despiadado capitalismo imperante.
La loba, que podría haberse quedado en un sólido drama familiar, trasciende lo íntimo para convertirse en un tratado inapelable sobre la corrupción moral a través de la tensión entre los vínculos familiares y los intereses económicos. Las deslealtades y traiciones entre los tres hermanos son mostradas de un modo descarnado por un maestro de la puesta en escena como Wyler para el que cada plano está meticulosamente planificado para vehiculizar las pulsiones dramáticas de la narración y de los personajes.
Bette Davis compone uno de los grandes personajes femeninos de la historia del cine con esta mujer fría, arrogante, calculadora y absolutamente deshumanizada por su obsesión por enriquecerse y lo hace con sutileza, sin necesidad de alzar la voz ni forzar el gesto. Su interpretación armoniza su gelidez con una sobria elegancia que resulta en un personaje repulsivo y, sin embargo, magnético. Valga reseñar la secuencia en la que Horace sufre un ataque cardiaco y ella permanece inmóvil, impertérrita, con la mirada perdida, denegando el auxilio con una frialdad escalofriante.

Es precisamente en esta secuencia, una de las más célebres del film, en la que Wyler, ayudado por el maestro de la fotografía Gregg Toland consigue uno de los hitos de la narración en varios planos gracias a su virtuosismo con la profundidad de campo. Hellman y Wyler, desde el guion y la dirección, transforman un material teatral en cine de gran potencia visual sin que se pierda ni una pizca de su hondura dramática y de la clave moral de la historia que no es otra que la acción corrosiva y cotidiana de la mezquindad humana (las pequeñas zorras).
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