Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Sección Oficial
In-I In Motion
Juliette Binoche es en opinión de muchos, entre los que me encuentro (aunque aceptaría discusiones), la mejor actriz europea de las últimas décadas. Es tanto el reconocimiento y respeto alcanzado que podría dedicarse lo que le queda de carrera a pisar terreno conocido y a permitirse elegir interpretar solo aquellos papeles que realmente le apetezca hacer.
Sin embargo Juliette Binoche pertenece a la raza de los actores inquietos, los que necesitan salir de vez en cuando de su zona de confort y probar cosas nuevas. Esta sería probablemente la razón que la llevó, en 2007, a embarcarse en un espectáculo de danza teatro titulado In-I junto al bailarín y coreógrafo británico Akram Khan.
Dieciocho años después de aquella aventura, Binoche ha recuperado más de setenta cintas con un montón de horas de grabación de ensayos para montar (previa cierta guionización, se entiende) un largometraje titulado In-I in Motion que documenta el proceso de gestación y ensayo. Y el documental comienza, en sus primeros minutos con la voz de la Binoche confesando la verdad primigenia: esto surgió como la idea de hacer un espectáculo de danza-teatro entre una actriz que no sabía bailar y un bailarín que no sabía actuar.
Juntos se encerraron durante seis meses que no fueron únicamente de ensayo, sino, y de un modo indisoluble, de creación, pues argumental y coreográficamente partían de cero. Con ellos trabajaron la directora de ensayos Su-Man Hsu que, además, fue coach de danza de Binoche y la actriz, coach, escritora estadounidense y miembro del Actors Studio, Susan Batson cuya presencia en la primera media hora del documental es avasalladora y que fue quien les empujó hacia la fisicidad que requiere un espectáculo de este tipo, el contacto entre los cuerpos es casi permanente y salvar ese tipo de barreras era una de las primeras prioridades.
El metraje montado por Binoche (creo que es más exacto hablar de guion y montaje que tratar de venderlo como su primera dirección cinematográfica, pero no voy a abrir esa disquisición) ocupa sus dos primeras horas aproximadamente a seguir el día a día (no todos, obviamente) del proceso, vemos como Juiette Binoche pasa de moverse con torpeza por el escenario siguiendo a su compañero con movimientos poco armónicos a bailar de una manera más que competente. Al mismo tiempo, Akram Khan sufre con los textos, pero aprende a dotarles de emoción y resulta prodigioso oír y ver cómo consigue utilizar la voz y la gestualidad acompañando al cuerpo su principal herramienta de trabajo.
Se ven (y casi se huelen) los sudores, las llagas en los pies, se oyen los golpes, se respiran las inseguridades y los vértigos, incluso el miedo escénico de los días previos en dos artistas que son primeras figuras de orden mundial (cada uno en lo suyo). Resulta apasionante verles sufrir y disfrutar al tiempo que van dando cierto sentido argumental a una historia de amor que nace y se cancela entre una chica blanca y un chico de color. El resultado es un canto a la diversidad, a la integración, a la multiculturalidad.
Aproximadamente los últimos cuarenta minutos de In-I In Motion corresponden a grabaciones de la representación, incidiendo particularmente en aquellas escenas cuya gestación o ensayo es más pormenorizada durante la parte previa. Esta parte está filmada con un sentido de la plasticidad y la belleza desbordante. No hay respiro, los cuerpos se funden y se pegan a a pared del fondo que vira de colores sobre el espacio escénico de Anish Kapoor y la iluminación de Michael Hulls.
El espectáculo se estrenó en Londres y tras realizar posteriormente una temporada en París, giró por ciudades como Leicester, Sydney, Shanghai, Tokio y Nueva York. Allí, en Nueva York, ha contado estos días Juliette Binoche que fue a verlo una noche Robert Redford y que a la finalización del espectáculo fue a visitarla a su camerino y le dijo: «tienes que hacer una película con esto». Nunca sabremos si realmente fue el impulso de Redford lo que llevó a que Binoche rescatara sus cintas, pero, incuestionablemente, es una anécdota muy bonita de escuchar.
In-I In Motion dura 156 minutos que se les pueden hacer eternos a aquellos espectadores a los que no les guste la danza ni el teatro, pero a los aficionados a los escenarios y a los interesados en contemplar de primera mano cómo se va gestando un espectáculo de este tipo, nos resulta hipnótico, fascinante y sí, créanme, hasta corto.
Descubre más desde No es cine todo lo que reluce
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.















![Teatro | Crítica de ‘Borde[r]’: Los límites del cansancio cotidiano](https://i0.wp.com/noescinetodoloquereluce.com/wp-content/uploads/2025/10/border1.jpg?resize=218%2C150&ssl=1)










