Las críticas de Daniel Farriol en el 78 Festival de Locarno:
Un balcon à Limoges (A Balcony in Limoges)
Un balcon à Limoges (A Balcony in Limoges) es una comedia francesa que está escrita y dirigida por Jérôme Reybaud (Qui êtes-vous Paul Vecchiali?, 4 días en Francia). Gladys, una mujer de cincuenta años, vive al margen de la sociedad, sin hogar, sin seguro médico, sin banco. Nada le importa, ni siquiera el sexo, el alcohol ni el baile, que practica con alegría y frenesí. Una mañana, por casualidad, conoce a Eugénie, una amiga del instituto. Eugénie intenta ayudarla contra su voluntad.
Está protagonizada por Anne-Lise Heimburger, Fabienne Babe, Patrice Gallet y Emilien Tessier. La película ha podido verse en la sección Concorso Cineasti del Presente de Locarno Film Festival 2025.
Una comedia con un final extraño
Un balcon à Limoges (A Balcony in Limoges) es una comedia de apariencia ligera que contiene un discurso político en el subtexto. La historia nos presenta a dos mujeres antagónicas que fueron compañeras de instituto y se reencuentran años después de haber perdido el contacto. A sus 50 años, Gladys es una persona que vive al margen de la sociedad y de las convenciones, sin casa ni trabajo, duerme en su coche y lo único que busca en la vida es divertirse. Por su parte, Eugénie es todo lo contrario, estricta y ordenada, su vida consiste en educar sola a su hijo de 12 años, quien sigue utilizando mascarillas años después de la pandemia, y se ocupa de recoger ropa de segunda mano para refugiados (una semana toca Ucrania, la siguiente Afganistán…). Gladys se convierte entonces en su nueva misión de salvamento, pese a que ella no quiere ser salvada.
La relación entre ambas mujeres se explora desde lo epidérmico, sin abusar de los tópicos, pero cayendo irremediablemente en bastantes lugares comunes. En principio, la película nos muestra el aprendizaje y transformación de dos personas distintas que se complementan, algo que hemos visto miles de veces en el cine. Pero no, Jérôme Reybaud juega al despiste para pillarnos desprevenidos en un tercer acto donde corta abruptamente con ese estilo naturalista para ennegrecer el tono cómico con elementos propios de una película de terror. Sin embargo, el invento resulta fallido, prefiere no adoptar los códigos propios del género y su narrativa sigue siendo igual de contemplativa y luminosa al resto, por eso nunca pierde el tono rohmeriano de una estampa de verano bucólica pese a que lo que esté contando en ese momento sea algo terrible.
El discurso sociopolítico
El desconcertante tono de Un balcon à Limoges (A Balcony in Limoges) no siempre juega a favor de la credibilidad de la historia y de nuestro interés por la misma. A veces parece más fruto del capricho intelectual de querer impactar al espectador que de un discurso nítido sobre lo que quiere transmitirte. Es cierto que, por el camino, el director disemina detalles que dejan entrever el trasfondo de falsedad de sus personajes (la feliz Gladys perdió trágicamente a un hijo y la solidaria Eugénie se inventa dolencias físicas para no tener que trabajar), pero esa sensación constante de liviandad y superficialidad que se desprende de las imágenes provocan un cortocircuito entre la forma y el mensaje.
Gladys, pintada como ese espíritu libre a la que apasiona bailar al ritmo de canciones disco de los años 80, es vista por su amiga como un peligro a erradicar en la sociedad francesa del centrismo y del conformismo. En ese sentido, hay una burla evidente a las políticas de Emmanuel Macron y su figura como gestor del país. «Votando al centro siempre se acierta», dice Eugénie en un momento dado, lo que el director convierte en una declaración de intenciones que «justifica» el cambio de comportamiento que tiene el personaje a posteriori cuando su amiga no quiere «centrarse».
Se podría entender que, bajo el razonamiento del director, el centrismo excluye de manera implícita a todos los que se salen del redil o del pensamiento único, ya sea hacia un lado u otro, entendiendo ese buenismo como un posicionamiento extremista aún mayor. Eso tendría muchos matices sobre los que hablarse, pero no es este el foro adecuado para hacerlo.
Las contradicciones de la existencia
Jérôme Reybaud nos cuela esas ideas entre conversaciones banales y largas secuencias de baile que no parecen conducir a ningún lado. En el edificio de enfrente, un voyeur anónimo y pasivo, se erige como punto de vista del espectador al mismo tiempo que en el narrador principal de los hechos que acontecen tras la ventana de su vecina, mediante el uso de una voz en off. Es una extraña decisión formal, no siempre eficaz, que sirve para reforzar y enmascarar el discurso citado. La voz cita al filósofo racionalista Baruch Spinoza con una frase que describe a Gladys con «la alegría como una fuerza de la existencia» o mostrando la portada del libro «L’école du réel» de Clément Rosset, donde el escritor estudia la realidad y sus dobles, algo que acabará definiendo las propias contradicciones de los personajes.
Por desgracia, Un balcon à Limoges (A Balcony in Limoges) se queda en tierra de nadie. La libertad de Gladys a menudo invade la libertad de los demás y se convierte en alguien molesto (el niño, heredero de la intransigencia de su madre, tira el equipo de música del río), alguien que se aprovecha de la buena fe de los demás en su propio beneficio (los vestidos que pide a su amiga para venderlos), pero tampoco deja en buen lugar el falso moralismo de los buenos samaritanos que, a su vez, esconden razones egoístas que buscan una satisfacción personal o de adoctrinamiento ético. Jérôme Reybaud no las juzga a ellas, pero sí juzga el declive de la sociedad. El problema es que lo hace a través de una comedia insulsa de sólo 68 minutos donde lo único que destaca verdaderamente es la interpretación de las dos protagonistas femeninas.
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