Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Barbie
Escribía hace un par de días sobre Oppenheimer que Christopher Nolan volvía a demostrar que es (mucho) mejor director que guionista; una argumentación muy similar, pero de signo contrario se me antoja ante Greta Gerwig y Noah Baumbach, una pareja de cineastas que escribe extremadamente bien y, sin embargo, no siempre están a la misma brillante altura con la dirección. (Habrá quien de esto entienda que acabo de decir que Baumbach y Gerwig no son buenos directores de cine, pero hoy me pillan sin ganas de esforzarme con quien tenga problemas de comprensión lectora).
Barbie es un cuento sobre juguetes (las similitudes con Toy Story son más de las que parecen), en el que el mundo real (convengamos en llamar así a esta distopia en la que estamos viviendo los seres humanos del siglo XXI) se interrelaciona con el ficticio mundo de Barbieland, una sociedad matriarcal (no tanto como parece) y feminista (no tanto como se pretende) en el que las diversas Barbies y los diversos Kens se relacionan en un plano de desigualdad que reproduce, de modo inverso, la canónica desigualdad entre géneros del mundo real.
La Barbie estereotípica (ya saben, la rubia de medidas imposibles) está interpretada con endiablada gracia por una Margot Robbie que devora al personaje (cuando el riesgo era el contrario), su vida ideal en su preciosa casa de plástico es mostrada desde unos principios estéticos rematadamente perfectos. No hay nada reprochable en la conjunción entre el diseño de producción de Sarah Greenwood, la escenografía de Katie Spender, el vestuario de Jacqueline Curran (dos Óscar la contemplan) y la fotografía del mexicano Rodrigo Prieto. Todos estos elementos funcionan como un todo uniforme que sostiene la película en los momentos de debilidad de la trama argumental o cuando aparece algún personaje sobrante como el del siempre abofeteable Will Ferrell.
Cuando esta Barbie estereotípica comienza a hacerse preguntas metafísicas y la perfección de su cuerpo empieza a agrietarse (esos piececitos en punta perfectamente diseñados para encajar en zapatos imposibles) se producirá el detonante que pondrá en marcha todo el mecanismo argumental pergeñado por Gerwig y Baumbach desde el guion para provocar una distopia dentro de la distopia de Barbieland. Los Kens toman el mando y reproducen los modelos de patriarcado que el Ken protagonista (atolondradamente divertido Ryan Gosling) ha vislumbrado en su breve incursión en el mundo real donde ha absorbido toda una serie de tópicos de manual sobre dónde radica la masculinidad (la estereotípica, claro, ya que hablamos de estereotipos).
El quid de la cuestión estriba en que todo está concebido desde los principios fundamentales de la sátira. El humor preside toda la escritura y buena parte de la filmación, unas veces más afinado y otras más grueso, pero es el humor, al fin y al cabo, el mejor prisma para mirar una película que se toma menos en serio a sí misma de lo que pretenden algunos sesudos análisis, tanto laudatorios como incriminatorios, que he tenido ocasión de leer en los últimos días. Y es que todo el mundo parece haber descartado la posibilidad de que Barbie sea, sencillamente, una película divertida (que lo es) que pone en imágenes un cuento escrito de una manera mucho más clásica de lo que parece por dos de los mejores guionistas del cine norteamericano actual, no hace mucho enfants terribles del cine indie y ahora, por lo que se ve, absorbidos por las majors, las plataformas televisivas y las multinacionales del juguete.
Pretender elevar a la Barbie de Greta Gerwig a una suerte de manifiesto feminista 2.0 o reducirla a panfleto simplón con anemia combativa me parecen dos ejercicios tan estériles como errados en el tiro. Barbie es, ante todo, un divertimento, una comedia alocada que bebe (un poquito, tampoco nos pasemos) de la Screwball Comedy clásica americana mientras flirtea con el musical sin serlo, adquiere la apariencia de una película infantil sin serlo y se presenta, en una suerte de autoparodia, como un drama existencialista que, desde luego, tampoco es.
Lo mejor, ya se ha dicho, es todo el envoltorio estético al que previsiblemente llenarán de merecidísimos premios, las interpretaciones de la pareja protagonista y de America Ferrara, la mala uva de un guion inteligente, aunque irregular y el ritmo que la dirección de Gerwig insufla al conjunto. Lo peor son los baches de guion que casi siempre coinciden con la aparición de Ferrell en pantalla y que todo el ruido generado alrededor de la película impidan que muchos espectadores se acerquen a ella desprejuiciados y con la mirada limpia.