viernes, marzo 29, 2024

Crítica de ‘Green room’: Una joya de terror realista

Las críticas de Óscar M.: Green room
Estamos tan acostumbrados a que el cine de terror trate sobre espíritus, demonios y seres infernales que a veces nos olvidamos que el propio ser humano es más terrorífico que todos ellos. Por suerte, cada cierto tiempo aparece una pequeña joya cinematográfica, como Green room, que nos devuelve el necesario golpe de realidad.
Como si formase parte de una particular saga o franquicia de películas, Green room recupera el espíritu de terror real, cotidiano y urbano al que nos llevaron maravillas del género como Eden lake, The children o The final (y, de una manera más lejana, El perfecto anfitrión o Hard candy), donde el ser humano saca lo peor que lleva dentro contra los de su propia especie.

En el caso de Green room (cuyo título hace referencia al lugar anteriormente conocido como camerino), los protagonistas son un grupo de punk rock alternativo que se las tiene que ver con una banda de neonazis tras estar en el sitio menos oportuno en el momento menos adecuado y presenciar algo que no tenían que ver.
El guión de Jeremy Saulnier (que debutó con Murder party en 2007, año cercano a las películas anteriores) transcurre de manera sólida, con una breve y poco forzada presentación de los personajes y una trama que va creciendo a medida que se acumulan los minutos y al mismo tiempo que se incrementa la tensión.
La correcta dirección del propio Saulnier (hasta ahora sólo ha dirigido guiones propios) saca lo mejor de Anton Yelchin (ofreciendo un papel alejado de superproducciones como Terminator salvation o la franquicia Star trek), así como de Imogen Poots, que despiertan cierta simpatía e identificación por parte del público, que asiste con incomodidad y desasosiego a una acumulación de escenas sangrientas.

Para deleite de los espectadores más exigentes, Saulnier coloca la cámara en lugares poco usuales, consiguiendo transmitir la sensación de claustrofobia de los personajes dentro de la habitación que da título a la película, pero sin perder de vista un encuadre perfecto para evitar desvelar las sorpresas demasiado pronto, prescindiendo de los clásicos y reveladores planos-detalle del género de terror.

Cuando comienzan a acumularse los cadáveres, la audiencia no puede más que dejarse llevar por unos acontecimientos que le sobrepasan y de los cuales no hay salida posible (como le sucede a los propios protagonistas), intentando salir con vida de un argumento sólido y que no da tregua a «los buenos», para martirio de los más aprensivos.
Al igual que los integrantes de la banda, el espectador se encuentra atrapado en una historia con los mínimos agujeros posibles de la que no puede sospechar los giros de la trama, en la que no tiene nada a lo que agarrarse para sobrevivir, ni siquiera la presencia en otro tiempo fiable y cómoda de un autoritario y soberbio Patrick Stewart sirve de salvavidas en un guión realista, crudo y que no tiene descanso.
Como las películas citadas, Green room es una pequeña maravilla del buen cine de terror cotidiano, que no necesita recurrir a elementos fantásticos para demostrar que el hombre es el peor monstruo al que podemos enfrentarnos.

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