En esta producción saltan a escena una serie de personajes llamados extractores, capaces de penetrar en los sueños de otras personas, capaces de compartir con ellas sus vivencias oníricas, manipularlas y extraerles conocimientos, recuerdos o información. Cobb es el líder de un grupo de estos especialistas de la mente, arrastrado a un arriesgado y cada vez más peligroso trabajo que se ve obligado a aceptar para salvar la vida y recuperar a su familia.
Nolan nos conduce al mundo de los sueños, a su arquitectura y a las reglas que los rigen, al poder del subconsciente, a la mente como escenario, y a las ideas y recuerdos como cimientos unas veces y como cadenas otras tantas. Lo más importante no es la emoción de la película que nos arrastra, ni las dos horas y media de tensión, angustia, ansiedad, diversión y experiencia a la que nos somete. Lo más trascendente de Origen es que nos da una lección de originalidad, buen hacer y maestría audiovisual para recordarnos que hay vida más allá de los remakes, secuelas, precuelas, requetecuelas y adaptaciones.
Impactante, absorbente y arriesgada, Origen te mete de lleno en la historia hasta el punto de que sólo cuando había pasado ya más de hora y media pude darme cuenta de que estaba viendo una película. Había sido absorbido literalmente por la pantalla, me había creído lo que me contaban: Lo real era Origen y no la realidad de fuera del cine. La película se mantiene en coherencia durante el metraje completo y remata sin decepcionar, dejando al espectador desarmado, maravillado. Una sensación que no recordaba desde Matrix, cuando yo, como le pasó a García Márquez con la obra de Kafka, salí a la calle dudando de todas mis ideas preconcebidas y preguntándome: ¿pero esto se puede hacer? como si los hermanos Wachowski hubieran cometido algún tipo de trampa o delito.
Cristopher Nolan bebe de otras producciones y toma lo que necesita de ellas sin perder originalidad. Como los diferentes niveles de la mente en los que nos introduce la película, creo que Origen habría sido imposible si el director no hubiera alcanzado antes la intensidad dramática que logró en Batman: El Caballero Oscuro; y que la arquitectura de los sueños lograda en esta película habría sido diferente sin Dark City de Alex Proyas y que la filosofía de la película y muchas de las escenas de acción no habrían llegado a su plenitud si Matrix no hubiera existido. Pero la genialidad es eso y Nolan consigue no sólo que aplaudamos su última película, sino que esperemos con ansiedad la siguiente entrega de Batman.
No puedo olvidar mencionar que Di Caprio, un actor que nunca terminaba de convencerme, hasta Shutter Island, da una nueva lección y vuelve a sorprender. Es un actor que no para de crecer. Pero todo el reparto situado a su alrededor cumple genialmente su función. El enigmático y maquiavélico, al menos en aspecto, Cillian Fisher resulta un éxito, como también lo es la elección de Ken Watanabe, Ellen Page, Joseph Gordon-Levitt y por supuesto, Marion Cotillard en el papel de la mujer del protagonista, que nos llega incluso a aterrar. Pero todos, todos los que aparecen cumplen su papel.
Amor, acción, thriller, varias pinceladas de humor, desesperación, imaginación, obsesión, espionaje, ciencia ficción. Todo eso es Origen. Una película que nos recuerda aquel lema que tampoco he podido olvidar: «Lo hicimos porque no sabíamos que era imposible».