Las críticas de Laura Zurita:
13 días, 13 noches
Agosto de 2021. Con la retirada de las tropas estadounidenses y la entrada de los talibanes en Kabul, el comandante Mohamed Bida —jefe de seguridad de la Embajada de Francia— intenta proteger a quienes buscan refugio tras sus muros y negociar con los talibanes un convoy hacia el aeropuerto. La película adapta la autobiografía 13 jours, 13 nuits dans l’enfer de Kaboul de Mohamed Bida y sigue de cerca su testimonio para narrar, día tras día, una odisea de resistencia moral en medio del colapso.
13 días, 13 noches está dirigida por Martin Bourboulon sobre un guion del mismo Bourboulon y Alexandre Smia, basado en la autobiografía de Mohamed Bida. En su reparto encontramos a Roschdy Zem (Comandante Mohamed Bida), acompañado por Lyna Khoudri (Eva), Sidse Babett Knudsen (Kate, periodista), Christophe Montenez (Martin), Yan Tual (JC), Nicolas Bridet (David Martinon, embajador de Francia), Shoaib Saïd (Nangialay), Sina Parvaneh (Gral. Sediqi), Athena Strates (Nicole Gee) y Fatima Adoum (Amina). La película se estrena el 5 de septiembre de 2025 de la mano de DeAPlaneta.
Poderoso drama con formas de cine bélico
13 días, 13 noches revive un drama humano de primera magnitud. Por un lado, porque la embajada francesa se convierte en refugio de personas desesperadas mientras Afganistán entraba en un periodo crítico; por otro, porque cada decisión de los diplomáticos y negociadores tiene un peso moral insoportable.
La película se rueda siguiendo las formas del cine bélico, pero no de combates espectaculares, sino de la guerra en su faceta más terrena: el sufrimiento, el sudor y el miedo de las víctimas civiles. La riqueza del relato proviene de esa densidad dramática que muestran los personajes tratando de sobrevivir, porque la seguridad en la que creían vivir ya no existe.
Un aspecto sorprendente de 13 días, 13 noches es su tratamiento de los talibanes. Son un enemigo feroz y fanático, sí, pero aparecen matices al acercarse: aparecen como personas con capacidad de negociar, de valorar el contexto y, en ciertos momentos, de desconcertar. Esa representación está en consonancia con el testimonio de Mohamed Bida y aporta verosimilitud, alejando a la obra de cualquier tentación panfletaria.
Otro de los aciertos está en la manera en que se plasma el paso del tiempo. No hay necesidad de cartelas ni capítulos: lo vemos en la transformación de la luz. Mañanas tranquilas, el sol inmisericorde del mediodía, los crepúsculos naranjas y las noches cerradas como la boca del lobo van marcando la cadencia narrativa. Cuando la amenaza está en el tiempo, el tiempo mismo se convierte en amenaza. El paso del tiempo se refleja también en el deterioro de la embajada (que pasa de ser un edificio representativo a un campamento de refugiados improvisado) y de los personajes (los uniformes impecables se van ajando, las barbas crecen, y los soldados pulcros del principio se ven cada vez más como combatientes exhaustos).
Kabul polvoriento y cansado
No es desvelar nada nuevo al público de 13 días, 13 noches comentar que hay unos aviones de vuelta que lograrán salvar a muchas personas. Pero tanto Bida, en la melancólica escena final, como el público saben que muchos otros se quedaron atrapados, condenados a permanecer en un lugar donde no eran bienvenidos. Huir fue un alivio para algunos, pero la película transmite, de una forma compasiva pero inevitable, que los que quedaron enfrentaron un destino incierto.
La dirección de arte consigue recrear en Casablanca un Kabul polvoriento, triste y cansado, donde el miedo parece estar grabado en las piedras. El diseño de sonido es estremecedor en su sobriedad: apenas hay música (en coherencia con la prohibición talibán), y la violencia se muestra de manera indirecta. Un disparo fuera de campo, un charco de sangre, un grito. Esa parquedad convierte cada estallido en algo aún más inquietante.
En cuanto a las interpretaciones de 13 días, 13 noches, el trabajo de Roschdy Zem como Bida es extraordinario. Es un personaje íntegro y valiente, pero no un héroe invulnerable: el cansancio lo va quebrando poco a poco, las manos le tiemblan, el rostro se resquebraja con el paso de los días. Sus decisiones pesan como losas porque de cada palabra dependen muchas vidas. Su valentía no es física, sino contextual: la de sostener lo insostenible.
Eva, encarnada por Lyna Khoudri, es otro personaje fascinante. Domina tanto las claves culturales europeas como las afganas, y esa duplicidad se refleja en su expresión corporal, en su tono de voz, en su forma de moverse. No es solo intérprete: es un factor activo del drama, alguien que entiende lo que ocurre y participa en la negociación de forma decisiva.
El resto de reparto de 13 días, 13 noches entrega asimismo trabajos notables, en particular muchos de los personajes afganos, que son interpretados por actores que han vivido en carne propia situaciones de exilio, y ese trasfondo aporta un realismo adicional a sus actuaciones.
En definitiva, 13 días, 13 noches es una adaptación fiel con empaque propio. Su mayor logro es convertir el testimonio de Mohamed Bida en una obra cinematográfica que respira verdad. Es un drama humano, intenso y sobrio, que opta por la contención en vez de la espectacularidad. Una película que se fija en la memoria por ser una crónica valiosa de dignidad y resistencia.