Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
La habitación de al lado
La habitación de al lado, la más reciente película de Pedro Almodóvar, con la que ha ganado el León de Oro del Festival de Venecia tras una ovación de diecisiete minutos en su presentación en el Palazzo del Cinema, tiene varias e incuestionables virtudes. Por alguna razón que no sabría explicar, quiero empezar por ellas.
El argumento es poderoso y con capacidad de enganche: dos amigas de juventud distanciadas durante un tiempo vuelven a reunirse en torno a la inminente e irremediable muerte de una de ellas. Ingrid (Julianne Moore) es escritora de éxito y Martha (Tilda Swinton) ha dedicado una importante parte de su vida a trabajar como reportera de guerra. Ambas han atravesado ya la sesentena y tienen una vida acomodada que, en el caso de Martha se ve fatalmente interrumpida por un diagnóstico funesto.
La producción es impecable, como todas las películas que Almodóvar ha realizado en su madurez, cada detalle está escrupulosamente estudiado, tanto que a veces da reparo.
Almodóvar dirige con indiscutible maestría técnica, siempre acierta en la colocación de la cámara y en la planificación de la secuencia. En todo momento miramos dónde él quiere que miremos y su ya mil veces probada eficacia filmando en interiores se ha convertido en marca de la casa.
Julianne Moore es una de las mejores actrices de su generación y Tilda Swinton es indiscutiblemente buena. Hay química de la buena entre ellas y sus trabajos interpretativos son precisos, contenidos, delicados y sutiles.
Alberto Iglesias es un compositor genial y un maestro en vehiculizar argumentos y pulsiones a través de la música. La comunión de sus partituras con las imágenes es total y, tras numerosos trabajos juntos, la fusión entre su música y el cine de Almodóvar funciona de manera apabullante.
Los personajes secundarios son interpretados por actores igualmente excelentes, John Turturro lo hace bien en un personaje que está concebido sencillamente para vehiculizar el sustrato ideológico que Almodóvar le quiere dar al film y Raúl Arévalo, Victoria Luego y Juan Diego Botto están magníficos en sus breves apariciones.
Pero… en algún momento tenían que llegar los peros. Y ustedes se preguntarán (y yo mismo me lo pregunté al salir del cine) ¿cómo puede haber peros después de decir que el argumento es poderoso, la producción impecable, la dirección acertada, las actrices brillantes y la música excelente?
Pues los hay. Y no pocos ni poco importantes. En primer lugar, y empecemos por el más grave, a Almodóvar le ha salido una película fría y sin emoción. Uno permanece tan inerte ante la extinción de la vida de Martha como ante el atormentado papel de Ingrid como espectadora de la misma. Y si uno no se emociona con un argumento tan sensible e interpretado por actrices tan buenas es que está fallando algún resorte cinematográfico importante. Y el problema es que todo apunta a una decisión deliberada de Pedro Almodóvar, empeñado en sus últimas películas en amortiguar la expresión emocional de sus actores.
Ya en Julieta (2016), el propio Almodóvar decía: “A las actrices les tenía prohibido llorar. Ellas tenían que llorar y muchísimo, pero en las elipsis. Y las elipsis aquí son mucho más grandes que la propia narración. Lo más expresivo puede ser la falta de expresión, o expresividad. La regla era tratar de dominar las lágrimas. Y si aparecían que no implicaran ninguno de los músculos faciales. Que la cara fuera una máscara”.
Algo parecido ocurrió en Madres paralelas (2021), recuerdo una entrevista a Penélope Cruz en la que explicaba que Almodóvar les había prohibido llorar delante de la cámara y el propio director decía “llorar en el cine es feo”. No he leído algo similar a propósito de La habitación de al lado, entre otras cosas porque, antes de ver la película, he tratado de mantenerme al margen de la avalancha promocional de la película. Pero es evidente que Julianne Moore y Tilda Swinton están extremadamente contenidas. No sé si es esta la razón, pero no se me ocurre otra.
El segundo pero es que en La habitación de al lado tenemos demasiado de todo y, aunque sea bueno, satura: demasiada producción, demasiada música que termina resultando invasiva, demasiada dirección artística en la que todo parece recién comprado en la tienda de decoración más chic de la Quinta Avenida y cada objeto parece obedecer a un ideario demasiado estudiado: cada libro, cada cuadro y cada referencia cultural están colocados para encajar como una pieza en un puzzle cuyo resultado final es una imagen un tanto borrosa de la que a priori se podría esperar con ingredientes de tan alta calidad.
Y el tercer pero, y aquí voy a terminar, es una tendencia, que ya se puso de manifiesto en Madres paralelas, de querer contar demasiadas cosas en una misma película. Tantas que termina emborronando el guion con anécdotas y conversaciones que no son más que pinceladas con las que dar un contenido político y un envoltorio intelectual que no le hacen ningún bien cinematográfico al conjunto del film.
Celebré y celebro su León de Oro en el Festival de Venecia como celebro las victorias de cualquier deportista de nuestro país, pero no comparto el entusiasmo. Añoro encontrarme con el cine de Almodóvar que además de conquistarme por los ojos me emocionaba. Y no está tan lejos, Dolor y gloria es de hace solo cinco años y sigue pareciéndome una maravillosa obra maestra.