Las críticas de José F. Pérez Pertejo en el 72 SSIFF:
Sección Oficial
Los destellos
Tengo buena opinión de las dos primeras películas de Pilar Palomero, Las niñas y La maternal, ambas me parecen películas sencillas, honestas, razonablemente bien contadas y con una delicada dirección de actores que sacaba petróleo de dos actrices niñas debutantes y sin experiencia, Andrea Fandós y Carla Quílez respectivamente. Hasta aquí. Me parecen buenas películas, pero en algunos momentos encontré excesivos los elogios y reconocimientos que, especialmente la primera, recibieron.
Lo que me ocurre viendo Los destellos son, sin embargo, palabras mayores. Pilar Palomero ha alumbrado una película magnífica a partir de “Un corazón demasiado grande”, un relato corto de Eider Rodríguez que la directora adapta a guion cinematográfico conservando su idea central y su esencia minimalista, pero con un desarrollo mayor para alcanzar las hechuras de un largometraje. El esbozo argumental es bien sencillo, la joven Madalen (Marina Guerola) que ha comenzado a estudiar fuera de su ciudad, pide a su madre Isabel (Patricia López Arnaiz) que, de vez en cuando, visite a su padre Ramón (Antonio de la Torre) de quien se separó hace casi veinte años y que está gravemente enfermo.
A partir de este planteamiento, Pilar Palomero dirige una película ejemplar en todos los aspectos que de una producción cinematográfica se quieran considerar.
Es ejemplar la construcción de un guion que presenta a unos personajes sin estereotipar y a partir de ellos establece sus vínculos, unos vínculos emocionales y afectivos sobre los cuales irá tejiendo la trama argumental sin caer en ningún momento en la manipulación emocional del espectador, algo demasiado tentador cuando se está hablando de asuntos tan sensibles como la soledad, la enfermedad o la muerte.
Es ejemplar una puesta en escena naturalista, pegada a la realidad y una realización limpia, sin ningún tipo de artificio o veleidad autoral con el que “la dirección” quiera situarse por encima de la obra. Nuevamente algo demasiado tentador para directores empeñados en estampar su sello, aunque para ello se resienta el relato o la autenticidad del mismo. No es el caso. La cámara está siempre a la distancia justa, en la ubicación y con la orientación más adecuada a lo que en cada momento se está contando e, incluso, fuera de campo cuando así es mejor para la narración.
Ejemplares son la fotografía de Daniela Cajías, matizada y comprometida con el contexto y la música de Vicente Ortiz Gimeno, delicada y contenida. También la elección de un par de canciones (Perla preciosa y A tu vera) que aportan significado y emoción sin caer en el «momento videoclip» en el que caen tantas y tantas películas.
Y, sobre todo, son ejemplares las interpretaciones de la debutante Marina Guerola (Pilar Palomero va a descubrimiento por película), de un inmenso Antonio de la Torre y, especialmente, de una Patricia López Arnaiz que consigue hablar con los ojos. La capacidad de esta actriz para expresar emociones y sentimientos con miradas y gestos mínimos es sencillamente asombrosa. No le hace falta articular palabra para que sepamos en todo momento lo que siente, lo que piensa y lo que calla.
La cuarta pata de la mesa interpretativa la pone un Julián López que demuestra que lleva dentro un actor al margen de su vertiente chanante. Su personaje, supone el contrapunto desdramatizador utilizando la comicidad con dosis homeopáticas, que, sin embargo, se revelan suficientes para aligerar la tensión dramática de varias secuencias en particular y de la película en su conjunto.
Y si Pilar Palomero demuestra que no necesita ni manipulación emocional, ni caprichos autorales, ni planos grandilocuentes, ni subir el volumen de la música u obligar a sus actores a dar gritos o hacer aspavientos para emocionar, es que estamos ante una directora que ha alcanzado la madurez plena y que sabe hacer cine desde lo esencial.
Hay muchos momentos en la película de una autenticidad tan intensa que desarma al espectador más receloso de dejar sueltas sus emociones. Por citar uno solo, hay una secuencia en la que Ramón es visitado en su casa por un equipo de hospitalización a domicilio compuesto por un médico, una enfermera y una joven residente, que supone una pequeña clase magistral de realismo cinematográfico filmado con honestidad y hondura. La colocación de la cámara, el tempo de la filmación y la conversación dirigida por el médico preguntando al paciente y a su hija por su estado emocional sin tratar de adoctrinar o pontificar, componen una auténtica lección de acompañamiento al final de la vida, una de las asignaturas pendientes (por falta de medios) de nuestro sistema sanitario.
No conviene hablar mucho más de una película que hay que ver. Tratar de contarla es reducir los destellos de vida a palabras. La conclusión es que Pilar Palomero ha creado una película humanista en la que el fondo y la forma se dan la mano de forma invisible para conmover sin manipular. Y eso es muy poco frecuente.
Por supuesto, apuntada por todo lo que cuentas. La directora es sin duda una de las que merecen ser seguidas en la construcción de su carrera