Las críticas de Laura Zurita:
28 años después
Años transcurridos tras los sucesos de 28 semanas después, el virus de la ira ha regresado y un grupo de supervivientes debe sobrevivir en un mundo asolado por hordas de infectados.
28 años después está dirigida por Danny Boyle, quien también coescribe el guion junto con Alex Garland. En su reparto encontramos a Jodie Comer, Aaron Taylor-Johnson, Ralph Fiennes, Jack O’Connell, Erin Kellyman, Chi Lewis-Parry y Angus Neill. La película se estrenó en salas comerciales el 20 de junio de 2025 de la mano de Sony Pictures Releasing de España.
La saga que cambia un género
28 años después puede verse por sí misma, sin necesidad de haber visto las primeras películas de esta saga. Pero sí conviene tener una idea de cómo el mundo que la película describe ha llegado a ser.
Cuando Danny Boyle dirigió 28 días después en 2002, trastocó el género de zombies por completo. De hecho sus infectados no son zombies, como se nos recuerda a menudo. Su mirada febril sobre una Inglaterra desolada por un virus de furia convirtió lo posapocalíptico en una experiencia íntima y visceral. Con cámara en mano y un ritmo inquietante, la historia seguía a un puñado de sobrevivientes en una ciudad vacía, en ruinas, donde lo verdaderamente aterrador no eran solo los infectados, sino la delgada línea que separa a los humanos de la barbarie.
Cinco años más tarde, 28 semanas después (Juan Carlos Fresnadillo, 2007), amplió el universo con una apuesta más espectacular, explorando las consecuencias políticas y militares de una supuesta reconstrucción. Si Boyle narraba el estallido del colapso, Fresnadillo abordaba la arrogancia de creer que lo peor había pasado. Ambas películas ofrecieron visiones distintas, pero complementarias de una catástrofe viral que nunca dejó de ser profundamente humana.
Ahora, con 28 años después, dirigida por Danny Boyle y escrita por Alex Garland, regresa la mirada original, y el pulso inquietante de Boyle, para indagar en lo que queda tras casi tres décadas de devastación. No se trata solo de una continuación, sino de una relectura del mundo que aquellas películas imaginaron. La infección ya no es solo una amenaza externa, sino una condición permanente con la que hay que vivir. 28 años después se enfrenta a este hecho con la misma crudeza y lucidez que convirtieron a la saga en una pieza fundamental del cine de horror contemporáneo.
Distopía íntima en las ruinas de un mundo
28 años después es una mutación de una saga que reflexiona sobre los miedos de cada momento. Volvemos al Reino Unido, casi tres décadas después del brote inicial del virus de la ira, para encontrarnos con un territorio aislado del mundo y, se sugiere, ocupado por comunidades separadas que sobreviven como pueden.
Para los seguidores de la saga, conviene advertir que 28 años después no es solo una secuela. Es una película que vuelve al mundo devastado por el virus de la ira para mostrarnos lo que queda de lo que fue, en la que mucho ha cambiado, con el acento en algunos elementos que permanecen: el miedo, la violencia, y esa necesidad básica, y profundamente humana, de cuidar a los nuestros.
28 años después se centra en una familia que sobrevive en una isla aislada del resto del Reino Unido. Jamie (Aaron Taylor-Johnson), su hijo Spike (Alfie Williams), y la madre de este, Isla (Jodie Comer), viven en una comunidad pequeña, casi primitiva pero funcional, cuyo funcionamiento es una abierta crítica de la sociedad del consumismo. La isla está conectada con tierra firme solo cuando baja la marea. Así, la comunidad encierra, protege, pero también separa. Y cuando padre e hijo cruzan al continente para una visita que será una ceremonia de iniciación, 28 años después revela que la amenaza no es solo biológica, es también simbólica y emocional.
El Reino Unido está completamente aislado del resto del mundo, lo que puede verse como una metáfora del Brexit. Los infectados han mutado. Algunos se mueven con torpeza, otros corren con esa rabia imposible de contener, y aparece por primera vez una nueva clase (los alfa), con una inquietante capacidad de organización. Pero lo más perturbador no es su ferocidad. Es lo que se sugiere, que hay una humanidad de ojos enrojecidos, En 28 años después hay ecos de la terrible verdad que nos revela Soy leyenda (Richard Matheson, 1954), el libro que ha dado lugar a varias películas. La película plantea, de forma implícita pero muy clara, que la violencia no siempre llega de quienes han perdido la razón. Los infectados ocupan su territorio y los seres humanos, al enfrentarse a ellos de la manera de la que lo hacen, revelan que quizá el virus más peligroso no está en la sangre, sino en la forma en que nos relacionamos con los otros.
Lo onírico y lo brutal
Boyle retoma la saga y su estilo visceral, renovándose y experimentando fórmulas. Si algo define 28 años después es su apuesta por un lenguaje visual arriesgado, donde conviven planos inestables, imágenes rodadas con teléfonos móviles y drones, y un uso deliberado del grano y los contrastes de textura. Todo eso se integra con naturalidad en una narrativa que salta entre lo íntimo y lo colectivo, lo onírico y lo brutal. Hay secuencias de una violencia seca, directa, casi insoportable. Pero también momentos de recogimiento, donde lo único que queda es el gesto de un padre intentando proteger a su hijo, aunque el mundo que lo rodea haya dejado de tener sentido. La música de Young Fathers, heredero del trabajo que John Murphy hizo en las entregas anteriores, son sonidos de desamparo, y vibra con la tensión interna de cada escena.
Uno de los grandes aciertos de Garland como guionista es no sobre explicar y dejar que la historia se vaya desarrollando. 28 años después menciona, de manera escueta, la existencia de grupos humanos que sobreviven con unos extraños códigos. También hay planos que intercalan imágenes reales de violencia histórica, creando una resonancia perturbadora entre el pasado de la humanidad y la rabia del presente. No se trata de una comparación explícita, sino de una intuición que flota a lo largo de todo el metraje: la rabia no es solo un virus. Acompaña, de manera inevitable, a la humanidad.
En este punto es importante decirlo: 28 años después no idealiza a sus personajes. Jamie es un hombre endurecido por la pérdida y herido por la soledad emocional. Isla nos descubre personaje complejo y exigente, de una persona enferma y perdida, pero también un agente activo de su propio destino. Y Spike es un adolescente impulsivo (y mucho) que nunca ha conocido lo que nosotros llamamos vida normal, de una generación que nació entre ruinas y no sabe nada del mundo fuera de sus fronteras. La interpretación de Ralph Fiennes (no diremos su personaje por ahora), aunque breve, deja un sello de desazón en 28 años después. Por lo que parece, su personaje (del que sabemos poco, pero lleno de sugerencias) va a tener un papel en las películas que siguen a ésta. Es un hombre ambiguo, carismático, pero también inquietante. Esta entrega es el inicio de una nueva trilogía, en la que este personaje tendrá, seguramente, mucho que decir.
28 años después puede ser autoconclusiva, aunque también abre la puerta a las películas que vienen después de ella. Pero en vez de buscar la espectacularidad vacía de otras sagas postapocalípticas, se detiene en lo esencial: ¿qué nos queda cuando el mundo se rompe? ¿Quiénes somos cuando ya no hay instituciones que nos sostengan?
En resumen, con 28 años después, Boyle y Garland muestran que el terror funciona de verdad cuando no es gratuito, cuando nos habla de nosotros mismos. Esta es una película que inquieta, que provoca, y que no se olvida. La película espera que, como espectadores, transformemos también nuestra manera de mirar, tanto al género como al género humano.
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