domingo, septiembre 15, 2024

AMFF 2024. Crítica de ‘The Last Ashes’: La venganza de la jinete pálida

Las críticas de Daniel Farriol en el AMFF 2024:
The Last Ashes

The Last Ashes (Läif a Séil) es un wéstern luxemburgués con elementos de horror que está dirigido por Loïc Tanson, quien también coescribe el guion junto a Frederic Zeimet (Blind Spot, Grand Hôtel). La historia sigue a Helene cuando regresa a su tierra natal, una comunidad que sufre la tiranía patriarcal de la familia Graff. La joven, indignada con el trato déspota que sufre su familia y el resto de los habitantes de la zona, iniciará un plan para vengarse y acabar con la clase aristocrática y absolutista que está diezmando a sus conciudadanos.

Está protagonizada por Sophie Mousel (Capitani, Las gotas de Dios), Timo Wagner (Hinterland, La cara oculta de la Luna), Jules Werner (Wolfkin, La traversée), Luc Schiltz (Un amor intranquilo, Capitani), Philippe Thelen, Marie Jung, Jean-Paul Maes, Denis Jousselin y Jeanne Werner. La película se presentó en España en el Festival de Sitges 2023 y también ha podido verse en la sección Bestias y Katanas de Atlàntida Film Fest 2024.

El prólogo da paso a un wéstern atípico

The Last Ashes (Läif a Séil) es un salvaje neo-wéstern que nos llega desde un país con una cinematografía bastante desconocida por estos lares como es la de Luxemburgo. Se trata de un drama histórico cuya trama principal de venganza feminista podría vincularse en su atmósfera y desarrollo al medievo y/o la época de los vikingos, muy al estilo de lo que ofrecía recientemente otra obra con espíritu de wéstern sin serlo específicamente como es el filme danés La tierra prometida (Nikolaj Arcel, 2023).

En este caso, el director luxemburgués Loïc Tanson indaga en el propio pasado tradicional de la región para plantearnos un oscuro y alegórico relato acerca de una comunidad patriarcal liderada por los hombres de una familia que tienen sometidas desde niñas a todas las mujeres, bajo estrictas y absurdas leyes de convivencia, como mera excusa para ser obedecidos, tratarlas como esclavas, y utilizarlas para procrear nuevos vástagos que perpetren su estirpe y el apellido familiar.

La acción nos sitúa inicialmente en el año 1838, cuando el país estaba bajo la ocupación neerlandesa, en un prólogo que dura unos 20 minutos, rodado en un blanco y negro, con el granulado del celuloide de 16mm. y con formato de pantalla 3:4, para sentar así las bases que rigen esa comunidad rural en una época de miseria provocada por la guerra.

El miedo como forma de represión

Tras esa presentación, más cercana a Los señores del acero (Paul Verhoeven, 1985) que a un wéstern clásico de John Ford, la película nos traslada al mismo lugar 15 años después, con el inicio de la liberación luxemburguesa del acoso belga y neerlandés a costa de ceder gran parte de su territorio, para lo que el director utiliza el color y la pantalla panorámica más afines al wéstern tradicional. La protagonista, una entregada a la causa Sophie Mousel, regresa a su pueblo natal, sin revelar su identidad, tras haber sido condenada de niña a la horca y sobrevivir milagrosamente. La mujer se ha convertido en una suerte de «jinete pálida» (con tatuajes tribales en su rostro como seña de identidad) que vive alimentada por el odio y la repulsión que siente hacia todos los hombres que le hicieron daño en el pasado.

Con influencias de Peckinpah, Sergio Corbucci y de los «alpenwesterns» de los años 60 (wésterns alemanes que surgieron a la sombra del spaghetti western italiano), Loïc Tanson nos propone un filme sin concesiones, de gran fuerza visual y un acabado técnico impecable. La ambientación histórica también resulta creíble a nivel cinematográfico, el fotógrafo Nikos Welter se nutre de colores neutros y apagados que reafirman la crudeza de lo que se cuenta, sin tener que resultar completamente verosímil a nivel histórico en la representación de un país sacudido por constantes conflictos bélicos.

Además de las texturas monocromáticas también es fundamental para entender a los personajes toda la simbología religiosa que les envuelve en su convivencia. Un estilo de vida sectario que conecta el feudalismo con el fanatismo a través del miedo como forma de represión hacia los débiles.

Una coctelera de estilos y géneros

The Last Ashes es un eficaz wéstern dramático con elementos de horror que se cuece a fuego lento durante la consecución de esa venganza que desencadena un final tan explosivo como sangriento en el que, nunca mejor dicho, no quedará títere con cabeza. El filme se sigue con interés de principio a fin pese a sus carencias, gracias al buen reparto y una ambientación absorbente. Sin embargo, adolece de arritmias en el desarrollo debido a su larga duración y tampoco cuenta, en el fondo, con una historia demasiado original. El guion subraya en exceso su obvio discurso feminista y deja de lado una reconstrucción histórica que hubiera potenciado mejor el sentir de los personajes.

Eso sí, la película funciona estupendamente gracias al tono lúgubre de violencia atávica que contiene su magnífico prólogo (esas máscaras que ocultan el rostro de las niñas) y, también, por sus referencias posteriores al wéstern crepuscular de principios de los años 70 que desmitificó el género, sin dejar de lado un tono lúdico en sus escenas más brutales en la línea del cine de explotación que se realizaba en la misma década. En definitiva, The Last Ashes es una película que combina estilos y géneros con solvencia, una especie de drama histórico nihilista con alma de wéstern que no deja indiferente por su tratamiento de la violencia.


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The Last Ashes

7.2

Puntuación

7.2/10

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