miércoles, abril 24, 2024

Crítica de ´Despido procedente’: Estereotipo improcedente

Las críticas de José F. Pérez Pertejo: 
Despido procedente
 

En el plazo de unos pocos días he tenido ocasión de ver dos coproducciones hispano argentinas de muy distinto género y tono pero con un rasgo común que termina por condenar a ambas a resultar fallidas: la endeblez de un guion que renuncia al rigor y a la fortaleza de su estructura en aras de la sensiblería en el primer caso, El último traje, y la comicidad a toda costa en el otro, Despido procedente. Ambas películas también comparten la circunstancia de sobrevivir al naufragio gracias a la fortaleza de unos repartos que salvan las carencias del libreto a base del talento de sus intérpretes. Miguel Ángel Solá en el primer caso y la dupla Imanol Arias-Darío Grandinetti en este Despido procedente que ahora nos ocupa.

El hispano argentino Lucas Figueroa dirige su segundo largometraje en un radical cambio de género y localización respecto a su ópera prima, del thriller informático Viral filmado en Madrid a esta delirante comedia rodada en Buenos Aires.

Despido procedente parte de un tema serio como es la corrupción de las grandes multinacionales y su oportunísima coartada en forma de crisis económica global (esa que hemos sufrido y seguimos sufriendo ustedes y yo) para ejercer un inmisericorde control del gasto a base de reducir plantillas con despidos (regulaciones de empleo creo que es el eufemismo), bajadas de sueldo (moderación salarial en su idioma) y aumento de las cargas laborales (reorganización de jornadas lo llaman), mientras los altos ejecutivos siguen repartiéndose beneficios en forma de bonus, y disfrutando de dietas, chóferes, comidas de empresa y demás prebendas. Pero este punto de partida argumental nunca se sitúa en el tono de crítica social y desde el principio adopta el de la sátira en forma de comedia, lo cual, no sólo es una opción totalmente válida sino más efectiva en caso de funcionar. De docudramas sobre las consecuencias de la crisis ya estamos servidos por el cine durante la última década y adoptar un tono humorístico para abordar temas serios es, de entrada, un acierto.

El problema es que Lucas Figueroa no termina de acertar con el tono y a pesar de que a lo largo de los noventa minutos de metraje hay unos cuantos gags que funcionan, la mayor parte del tiempo el guion se mueve entre los estereotipos idiomáticos y las exageraciones grotescas. A estas alturas ya hemos perdido la capacidad de reírnos de que en Argentina digan “boludo” o “me cago en la concha de tu madre” o “te voy a cagar a trompadas” y cuando esas expresiones se utilizan como parte natural de una conversación funcionan perfectamente, pero cuando se sacan de contexto y se dicen con la única intención de hacer reír suele notarse demasiado. Creo que si fuera argentino me molestaria.

Imanol Arias es Javier, un alto ejecutivo español trabajando para la filial argentina de una gran empresa de comunicaciones que es obligado a elaborar un plan para reducir el treinta por ciento del presupuesto de su departamento y se empeña en buscar un plan alternativo a la forma más fácil de hacerlo, es decir, despedir a todos los que haga falta hasta alcanzar la reducción de gasto deseada. Esto le introducirá en una suerte de pesquisas de investigación de los trapos sucios de su empresa al tiempo que debe hacer frente a un acosador (Darío Grandinetti) al que al parecer le ha hecho perder un trabajo por darle una dirección equivocada.

La trama empresarial resulta ininteligible por farragosa y torpemente expuesta en el guion (tampoco importa demasiado, al fin y al cabo es la excusa para todo lo demás), el presunto drama no cuaja por exceso de chistes incluso en los momentos más tensos y la comicidad, como he dicho, resulta desigual porque gags brillantes se alternan con (demasiados) momentos de humor chusco.

Imanol Arias y Darío Grandinetti están francamente brillantes, disfrutan de sus personajes y ofrecen lo mejor de sí mismos en su curioso y generalmente divertido enfrentamiento. El reparto se completa con un cada vez más sólido Hugo Silva que también tienen momentos muy divertidos, Miguel Ángel Solá con un papel en las antípodas al de El último traje, Paula Cancio, Valeria Alonso y un pasadísimo de vueltas Luis Luque que termina tirando por tierra (con permiso de su director, supongo) los primeros y más comedidos momentos de su personaje.

Afortunadamente Lucas Figueroa acierta con el ritmo, hay que reconocer que la película no decae en ningún momento ayudada por la fatigosa música de Federico Jusid que no da tregua al espectador y el metraje es lo suficientemente breve como para resultar entretenida a pesar de que su sugerente punto de partida termine desinflándose víctima de sus excesivos deseos de resultar divertida a toda costa.

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