martes, julio 15, 2025

Crítica de ’Léolo’: Los ochocientos golpes

Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Léolo

“Porque sueño, yo no lo estoy”

Por paradójico que suene, me resulta particularmente difícil escribir sobre las películas que de una forma u otra han moldeado mi afición al cine hasta el punto de dar forma a mi mirada cinéfila y, desde ahí, pegadas a algo tan volátil como los recuerdos, quedarse para siempre viviendo en mi memoria sentimental. Vi Léolo por primera vez hace treinta y tres años en una edición inolvidable de la SEMINCI de Valladolid en la que se alzó con la Espiga de Oro y todavía no he olvidado la conmoción, el aturdimiento emocional y la congoja que me sobrecogió durante la proyección y mucho tiempo después.

No es sencillo contar sobre qué va Léolo, ni tiene, tampoco, ningún sentido hacerlo. Baste decir que es un viaje emocional de un director de cine a la infancia, a su infancia, como tantos que en la historia del cine han sido desde Los 400 golpes de Truffaut o el Fanny y Alexander de Bergman hasta las más recientes Belfast de Kenneth Branagh, Fue la mano de Dios de Sorrentino o Los Fabelman de Spielberg.

Pero lejos de la idealización de estos tres últimos ejemplos o del rigor estilístico de Bergman, lo que el canadiense Jean-Claude Lauzon hizo en Léolo emparenta más con la sufrida infancia del Antoine Doinel alter-ego de Truffaut, pero más sufrida, más descarnada, más sórdida, más dolorosa aún.

Léolo es ante todo un canto poético a una huida, la de su joven protagonista de su propia familia infectada de locura a la que él mismo define como un abismo. Un abuelo que flirtea con la pedofilia, un padre obsesionado con el tránsito intestinal, dos hermanas dementes y un hermano vigoréxico amedrentado por el miedo. Tan sólo su oronda madre, que tampoco es un dechado de lucidez, le dedica algún pequeño destello de ternura. Léo Lozeau es un niño que, a pesar de no haber salido nunca de su mugriento barrio de Mile-End en Montreal, está convencido de haber sido engendrado en el vientre de su madre por un tomate fecundado por un labriego siciliano, se hace llamar Léolo Lozone y vive perdidamente enamorado de su joven vecinita Bianca a quien su imaginación ha transmutado en una doncella italiana.

Y Lauzon escribe y dirige Léolo desde el convencimiento de que aunque en la vida adulta pueda haber otras maneras de huir de una realidad lacerante, desde la infancia solo puede huirse desde la imaginación, ya sea consciente o ensoñada. “Porque sueño, yo no lo estoy” repite una y otra vez la hermosa voz de Gilbert Sicotte en las veces de un narrador que no es si no el propio Léolo hablándonos desde algún lugar de la memoria. Y es desde ahí, desde la memoria de sus sueños, desde donde sus palabras nos impregnan de poesía, eso tan difícil de hacer en el cine sin caer en la vacuidad o la cursilería.

Pero no hay nada vacío ni cursi en una película insólita en la que a lo largo de sus 107 intensos minutos de metraje se suceden, desde la inocencia a la sordidez, los desordenados recuerdos de Léolo encadenados en imágenes de una belleza plástica perturbadora y sumergidos en una selección musical de impecable buen gusto en la que se impone el «Cold Cold Ground» de Tom Waits como un poderoso leitmotiv.

Tras el delicado y dulce rostro de nuestro pequeño protagonista se remueven las entrañas de un niño empeñado en que nadie le arrebate su infancia mientras despierta al amor, al odio, al sexo, o al orgullo herido empeñado en huir del fatalismo de una vida abocada, quien sabe si de forma irremediable, a la locura. Una locura de la que se defiende soñando, “porque sueño, yo no lo estoy”, “porque sueño, yo no lo estoy”.

Léolo ha terminado por convertirse en una película de culto debido a su profunda carga poética, a su poderoso estilo visual y a la turbación de algunas de sus desgarradoras secuencias; a ello se sumó el aura de fatalismo alimentada por la prematura muerte de su director, con tan solo cuarenta y tres años, en un accidente de aviación. Nunca sabremos cómo habría continuado la filmografía de Jean-Claude Lauzon. Léolo fue su segunda y última película. La primera, titulada Un zoo, la nuit, solo ha podido verse en festivales y hoy es prácticamente inaccesible.


Cuando hace unos días me enteré de que Léolo se iba a proyectar en cines, treinta y tres años después de su estreno en 1992, me sentí feliz al comprobar que siguen existiendo auténticos amantes del cine en algunas distribuidoras españolas. Enterarme de que sólo se estrenan cinco copias en cinco afortunadas ciudades ha teñido de desengaño mi frágil felicidad. Me había hecho ilusiones de llevar a mis hijas a verla en pantalla grande y versión original. Tendré que conformarme con esperar a que se haga realidad la otra buena noticia, la edición en blu-ray de la película restaurada. O eso, o desempolvar mi viejo DVD en una esforzada edición de la añorada Cameo.

Léolo

9.5

Puntuación

9.5/10

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