Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Un buen padre
El hasta ahora montador Ronan Tronchot debuta como guionista y director con Un buen padre, un film de profunda humanidad en el que aborda (entre otros) uno de los temas más controvertidos de la Iglesia Católica de Roma: la disciplina del celibato eclesiástico según la cual, los sacerdotes no deben casarse ni tener hijos y deben vivir en castidad. Esta práctica no es un dogma (verdad de fe obligatoria), sino una disciplina eclesiástica, es decir, una norma establecida por la Iglesia que podría, en teoría, cambiarse. Pero, a pesar de que parecen circular aires de renovación desde el inicio del pontificado de Francisco, no parece que este asunto se haya puesto sobre la mesa de Roma con fuerza suficiente como para generar un cambio.
Como todo tema controvertido que se precie, existen argumentos en uno u otro sentido para alimentar el debate, mientras los partidarios de mantener la norma defienden la separación simbólica entre el mundo secular y el ministerio sagrado y que el celibato permite al sacerdote dedicarse plenamente a su misión pastoral y espiritual sin las responsabilidades familiares que podrían limitar su disponibilidad, los sectores más renovadores argumentan que, en un momento de grave falta de vocaciones, la obligatoriedad del celibato es una de las principales barreras para muchos hombres con vocación religiosa, además de que la relajación de la norma permitiría que muchos sacerdotes pudiesen canalizar una vida afectiva y sexual sana y, por tanto, alejada de las aberraciones que durante tanto tiempo han ensuciado el buen nombre del sacerdocio.
Y para abordar este tema, Ronan Tronchot ha construido una historia sencilla, Simon (Grégory Gadebois) es un sacerdote católico en un pequeño pueblo francés, vive en la casa parroquial que comparte con otro sacerdote de origen argelino (Lyès Salem) y se implica en su labor sacerdotal más allá del mero cumplimiento de oficiar la misa y demás labores parroquiales, acompaña a los enfermos, y trata de dar consuelo espiritual a sus feligreses cuando le necesitan. Pero todo cambia cuando un día aparece Louise (Géraldine Nakache) una mujer a la que lleva once años sin ver, los mismos años que tiene Aloé (Anton Alluín), el hijo de ambos del que ella se quedó embarazada cuando Simon estaba todavía en el seminario y cuya existencia, hasta el momento, le había ocultado.
A partir de aquí, Tronchot dirige un film de tesis en el que a través del personaje de Simon y de la equilibrada, emotiva, contenida y profundamente humana interpretación de Grégory Gadebois, expone la dualidad que viene dada por la polisemia de la palabra padre, en la doble acepción de progenitor y en la de la denominación de los sacerdotes por su rol de guía espiritual en la comunidad cristiana. De hecho, en uno de los momentos más enternecedores, Aloé le preguntará “¿por qué todo el mundo puede llamarte padre y yo no puedo llamarte papá?”
Porque será precisamente la relación entre Simon y Aloé la que sustentará la tesis, conducirá la narración cinematográfica y canalizará la emoción de una película sobria, honesta, de impecable puesta en escena y que evita en todo momento caer en la manipulación o el adoctrinamiento al que una película de esta naturaleza podría abocarse. Tronchot deja al espectador libertad para pensar, para sentir y para posicionarse (o no) en todos los asuntos expuestos.
Y esa relación entre Simon y Aloé está construida a base de secuencias, unas más naturales que otras, en las que prevalece la humanidad del vínculo paterno filial entre un hombre atribulado por sentimientos para los que no estaba preparado y un muchacho, hijo de su tiempo, con un pensamiento ecologista un tanto adoctrinado por internet.
El elenco se completa con varios personajes que a través de tramas accesorias completan un film en el que tras su sencilla apariencia formal y estilística habitan temas de hondura y profundidad. Desde ese obispo anciano y solitario (Jacques Boudet) que necesita adoptar un perrito abandonado para poder recibir algo de cariño hasta esa joven adolescente embarazada (Sarah Pachoud) que no sabrá que hacer con su vida, pasando por el joven cantante (Marien Cornet) que durante el día canta amables canciones de misa en la iglesia y de noche lidera una banda de rock.
No deja de ser un signo de los tiempos que esta película, estrenada hace más de un año en Francia, haya pasado casi desapercibida y no haya tenido presencia en festivales de cine reseñables. Hace dos o tres décadas, se la habrían rifado en las secciones de óperas primas de los principales festivales del mundo, Cannes incluido. Hoy, Un buen padre aparece como cine de otro tiempo, del que ya apenas se hace, no hay artificios, no hay piruetas estilística ni un director que quiera imponer su sello autoral sobre su obra. Y es ahí precisamente, en la honestidad y humildad autoral de Ronan Tronchot, donde radica la grandeza de una película que termina por resultar profundamente conmovedora.
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