viernes, abril 25, 2025

Crítica de ’Que la fiesta continúe’: Otra historia marsellesa

Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Que la fiesta continúe

La carrera del realizador francés Robert Guédiguian sobrepasa ya las cuatro décadas durante las cuales ha dirigido veintitrés largometrajes que, al margen de que estén más o menos conseguidos, mantienen una coherencia ideológica, formal y estilística irreprochable. Su cine, que siempre se ha clasificado dentro de una corriente social en la que repetidamente se le emparenta con directores como Ken Loach o los hermanos Dardenne, se sitúa casi siempre en su Marsella natal, con historias contemporáneas que se ocupan de los problemas de la clase trabajadora, la inmigración o la marginación.

Pocas veces se ha apartado de este planteamiento temático y de su hábitat marsellés, así, sin profundizar mucho, recuerdo la suerte de biopic que dedicó a François Mitterrand en Presidente Mitterrand (2005), su acercamiento a la Segunda Guerra Mundial en El ejercito del crimen (2009), un retorno a los años 80 para reconstruir el atentado terrorista al embajador turco en París de Una historia de locos (2015) o su anterior película, Mali Twist (2021) en la que viajaba al Mali postcolonial de los años 60.

Otra de las constantes del cine de Guédiguian son sus repartos, la gran mayoría de sus películas están protagonizadas por su troupé de actores recurrentes entre los que se encuentra su esposa Ariane Ascaride y sus amigos Gérard Meylan, Jean-Pierre Darroussin y el recientemente fallecido Jacques Boudet que, visiblemente enfermo, hace un par de brevísimas apariciones en este último film. Para los espectadores que seguimos su cine desde hace mucho, por tanto, ir a ver una película de Robert Guédiguian supone encontrarse con una serie de viejos conocidos a los que, a medida que ha ido pasando el tiempo, hemos ido viendo envejecer en la pantalla al mismo ritmo que lo hemos ido haciendo nosotros en la butaca.

Que la fiesta continúe es una nueva historia marsellesa para la que, en esta ocasión, Guédiguian se sirve de un hecho real como punto de partida argumental: el derrumbe de dos edificios de viviendas en la calle Aubagne, en el barrio marsellés de Noailles, que ocurrió en noviemb)re de 2018 y, en el cual, murieron ocho personas. Las condiciones de precariedad en que vivían esas personas, es el detonante para que la población se manifieste indignada y algunos de los vecinos del barrio, ya comprometidos con causas sociales o políticas, se embarque en la cruzada contra un sistema injusto en el que las víctimas son siempre los más vulnerables.

Que la fiesta continúe

De este grupo de personajes destaca Rosa (Ariane Ascaride), una enfermera al borde de la jubilación, eterna candidata comprometida con una izquierda idealista en vías de extinción que se enfrenta, nuevamente, a unas elecciones locales desde la profunda división de la izquierda a la que critica proclamando aquello de “Programa, programa, programa” (que tantas veces repitiera Julio Anguita en España hace tres décadas) y que más que “caras nuevas” lo que hacen falta son “cerebros nuevos”. Su hijo Sarkis (Robinson Stévenin), propietario de un bar con el que presume de los orígenes armenios de la familia, está a punto de casarse con Alice (Lola Naymark) una suerte de profesora de música, también comprometida con las causas sociales, que dirige un coro parroquial y, a su vez, tiene una distante relación con su padre, Henri (Jean-Pierre Darroussin), que se enamora de Rosa.

Guédiguian filma las andanzas y conversaciones de estos y otros personajes apartándose un poco del realismo más crudo que ha empleado en otras películas y aportando una dosis de ternura que, por momentos, se abandona a las ensoñaciones de Rosa que recuerda su infancia (idealizada) junto a su padre, otro idealista político que la llamó Rosa por Rosa Luxemburgo y a su hermano Antonio por Antonio Gramsci.

Precisamente Antonio (Gérard Meylan) se constituirá como otro de los personajes invadidos por la nostalgia de otro mundo (que acaso era posible) y no fue. Actualmente comparte piso con una joven enfermera (Alicia Da Luz Gomes) comprometida con su profesión hasta el límite de la insatisfacción continua.

Todos estos personajes, parecen estar bajo el influjo de una escultura de Homero que desde su privilegiado lugar en la plaza del barrio, parece presidir este film con el que Guédiguian vuelve a elaborar un retrato de gente buena, de buen corazón, buenas intenciones, pero fatalmente abocada a no salir de su círculo de descontento y fatalismo, víctimas de un idealismo un tanto trasnochado.

Que la fiesta continúe es una película modesta en sus planteamientos argumentales (en realidad pasan muy pocas cosas) e incluso en los ideológicos pues se advierte a un Guédiguian menos combativo y un tanto desencantado con los rumbos de la izquierda; sin embargo, sus personajes queribles, las buenas intenciones y el cuidado acabado formal la hacen una película agradable de ver y de escuchar.

Que la fiesta continúe

6

Puntuación

6.0/10

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