Las críticas de Óscar M.:
Los juegos del hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes
Ambientada en un Panem postapocalíptico, la precuela Los juegos del hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes nos presenta a un joven Presidente Snow cuando tiene la oportunidad única de alcanzar la gloria como mentor de los Juegos, aunque le han asignado a la tributo del empobrecido Distrito 12.
La película está dirigida por Francis Lawrence, con guión de Michael Arndt, Suzanne Collins y Michael Lesslie, y protagonizada por Tom Blyth, Rachel Zegler, Hunter Schafer, Viola Davis, Peter Dinklage, Jason Schwartzman, Josh Andrés Rivera, Ashley Liao y Mackenzie Lansing. La película se estrena en cines de España el 17 de noviembre de 2023 de la mano de Vértice Cine.
Dulcificando la maldad
Parece una broma que a estas alturas sigamos inmersos en una industria cinematográfica donde se siguen haciendo secuelas (y precuelas) que los espectadores no han pedido y que las productoras se empeñen en hacer para dulcificar la maldad y justificar los actos de los enemigos y villanos de películas anteriores.
Hollywood sigue pensando que necesitamos una explicación del porqué un personaje es malvado o porqué el villano actúa de cierta manera, y nos ofrece una y otra vez la misma patraña de personita buena y trabajadora a la que la vida le pone trabas y trampas, para acabar siendo el malvado de la historia posterior. La «Disneyficación» nos ha vendido la fantasía de que se encuentran con alguien que le hace la vida peor, creando un círculo sin final donde la maldad se retroalimenta fabricando a nuevos villanos.
Ahora le toca al personaje del Presidente Snow lo que sufrimos con la necia Cruella y dos veces con la intragable Maléfica, ambas producciones fabricadas con la única intención de ser vehículos para el lucimiento de la actriz principal con historias insulsas, pobres y que sólo fueron creadas para vender más muñecos del antagonista del bondadoso personaje principal.
Disfrutad del espectáculo
Después de confirmar que se trata de la enésima reproducción del mismo estilo blanqueador de siempre, sólo nos queda intentar disfrutar y dejarnos llevar por una nueva entrega de la saga Los juegos del hambre, con sus interesantes y maquiavélicos entresijos y ver, de nuevo, por quinta vez, la batalla definitiva que tanto nos prometen.
A su alrededor, las clásicas y pomposas escenas de la saga ubicadas en lugares donde predomina el brutalismo arquitectónico en contraste con los característicos y forzados vestuarios y maquillaje coloristas de un reparto donde destaca la falta de conexión o química. Un conjunto de actores sin el mínimo sentimiento, donde Viola Davis (quien parece haber decidido aceptar cualquier papel que se le ofrezca para seguir pagando la hipoteca) o Peter Dinklage están más planos que el folio donde está escrito el guión, ni Hunter Schafer es capaz de rascar algo de unos personajes excesivamente secundarios con relamidas frases sólo escritas para provocar la historia del inconexo dúo protagonista.
Pero, con la forzada y explícita división en tres partes, poco tardamos en confirmar que «El juego», por mucho que esté situado en el centro de la película, no será el momento culminante de una película tan larguísima como su propio título. La más de media hora final es una resolución anodina, insulsa y poco climática, una inexplicable e incoherente subtrama con una inexistente historia de amor porque la productora ha decidido que la película tiene que durar casi tres horas.
El disco de Rachel Zegler
Llegados a la tercera parte (tras el auge, gloria y caída del personaje principal masculino), la película se transforma en una sucesión de videoclips de Rachel Zegler, encadenando una canción tras otra mientras la historia de Los juegos del hambre se diluye junto al interés del espectador, quien asiste atónito a un maquinado concierto, donde hay hasta repeticiones y versiones.
Una colección de temas musicales que quedarán genial para el cd de estas navidades, pero que en pantalla aburren a alguien que no sea el propio productor musical o la propia cantante. Más de la media hora final se convierte en un enorme epílogo donde asistimos al asesinato sin compasión de una película que era medianamente decente pero que, de nuevo, endulza la maldad de Snow.
Las canciones no hacen más que ralentizar agónicamente y extender el tiempo en pantalla de Los juegos del hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes, para justificar una inexistente evolución del personaje y un giro dramático que no se percibe en ningún momento, el personaje no cambia desde el principio de la película, sus actos no están justificados después de lo que hemos visto durante más de dos horas y su maldad no necesitaba dicha explicación, y aún menos, la parte musical.