Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Golpe de suerte
Hay mucha gente que asegura no creer en la suerte, suelen ser personas que han alcanzado un elevado status profesional, económico y social. Imagino que por sus cabezas pasará que reconocer la existencia de la suerte es tanto como decir que están donde están gracias a circunstancias ajenas a sus capacidades, méritos, esfuerzo y sacrificio. En el extremo opuesto tenemos a las personas que continuamente aluden a la suerte para explicarlo todo, la (buena) suerte es la que explica los éxitos de los demás y la (mala) suerte la que les sirve de parapeto para esconderse de sus fracasos y miserias.
Negar la existencia de la suerte es tan inconsciente (e inconsistente) como ruin atribuirle la causa de todo. El azar influye en nuestra existencia desde el momento mismo del nacimiento ya que nadie elige (o determina de manera alguna) su país, su familia o el contexto social en el que nace, pero a partir de ahí, la vida es demasiado compleja como para reducirla a una sucesión de episodios debidos a la buena o mala fortuna.
Como la mayoría de los cineastas autores de sus películas, Woody Allen tiene una serie de temas recurrentes que sustentan su obra literaria y cinematográfica que, con este Golpe de suerte, alcanza los cincuenta títulos. A pesar de que la muerte, el sexo, el psicoanálisis o la creación artística son los primeros que se nos vienen a la cabeza cuando pensamos en el corpus temático de Allen, el tema de la suerte transita su filmografía ya sea marginal o centralmente como es el caso de su más reciente película que lleva la propia palabra suerte incluida en el título.
Al comienzo de Manhattan (Woody Allen, 1979), se escucha al protagonista decir “el talento es pura suerte”, también a la suerte atribuye Allen el éxito en las relaciones sentimentales en Recuerdos (Stardust Memories, Woody Allen, 1980), pero es probablemente en Match Point (Woody Allen, 2005) donde la suerte como determinante humano tiene mayor protagonismo: “Aquél que dijo más vale tener suerte que talento, conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte. Asusta pensar cuántas cosas escapan a nuestro control. En un partido hay momentos en los que la pelota golpea el borde de la red y durante una fracción de segundo puede seguir hacia delante o caer hacia atrás. Con un poco de suerte sigue hacia delante, y ganas, o no lo hace, y pierdes”.
Allen vuelve a recoger esas ideas para dar una vuelta de tuerca al asunto de lo fortuitas que resultan algunas de las cosas que nos suceden y a partir de las cuales tomamos decisiones que llevan nuestra vida por un camino diferente al que parecía inamovible. El golpe de suerte al que se refiere el título no es otro que una casualidad, la que lleva a Fanny (Lou de Laâge) y Alain (Niels Schneider) a encontrarse por las calles de París, veinte años después de haber sido compañeros de universidad en Estados Unidos y que él estuviera secretamente enamorado de ella. Tras dos décadas sin verse, él se ha convertido en escritor y ella en agente de una casa de subastas y esposa florero de Jean Fournier, un hombre extraordinariamente rico y sospechosamente corrupto, al que da vida Melvil Poupaud en un personaje con muchas semejanzas al que interpreta en Jeanne du Barry (Maïwenn, 2023), también estrenada recientemente, a pesar de las muy evidentes diferencias entre ambos films.
A partir de este encuentro casual, Alain despierta en Fanny pasiones que estaban dormidas y se da inicio a una relación de infidelidad que recorre las calles de París y un bohemio apartamento (muy) parisino. Cuando la infidelidad es descubierta por el intrigante marido de Fanny, se desatará todo el meollo argumental con el que Allen teje un guion que bebe de la comedia romántica, del suspense y del drama shakespeariano y dirige una de sus mejores películas recientes con la que, al parecer, cerrará su filmografía.
A pesar de que ya ha realizado varias películas en Europa, en Golpe de Suerte, Woody Allen filma (a sus 87 años) por primera vez una película en francés y lo hace con los mismos parámetros narrativos y el mismo ideario estético con el que ha construido la mayoría de sus películas neoyorquinas. Una sucinta presentación de unos personajes mucho más complejos de lo que parecen a simple vista pero que, en el fondo, son instrumentos de las ideas que vehiculizan, un argumento de planteamiento sencillo que se complica a medida que avanza la trama, un contexto urbano de clase social burguesa en el que predominan las personas ilustradas, y una puesta en escena al servicio de la narración y no al revés.
La fotografía del maestro Vittorio Storaro (otro octogenario) retrata un París otoñal con el canon visual con el que tantas veces hemos contemplado Nueva York en las películas de Woody Allen; los Jardines de Luxemburgo sustituyen a Central Park con la misma eficacia que las grandes avenidas del distrito XVI reemplazan a las calles del East Village o la Quinta Avenida para constituirse como escenario de los muchos paseos de la pareja protagonista en sus almuerzos clandestinos.
La actriz Lou de Laâge a la que recientemente hemos podido ver en Pequeñas casualidades (Olivier Treiner, 2022) resulta sensual de una forma cercana, cotidiana incluso, huyendo de su cómoda posición de mujer florero, no es difícil de creer que se sienta atraída por el personaje de Niels Schneider (Las cosas que decimos, las cosas que hacemos) que también resulta creíble en un personaje que, desde el guion, podría tacharse de un tanto arquetípico (escritor, bohemio, solitario, abierto al amor…). El triángulo se cierra con Melvil Poupaud, actor fetiche de Raoul Ruiz y que ha trabajado con cineastas de la talla de Éric Rohmer, François Ozon o Jacques Doillon. Poupaud huye precisamente del arquetipo en el que podría haber convertido su personaje (magnate sin escrúpulos) para dotarlo de humanidad a través del sufrimiento que le provocan unos celos que, en algunos momentos, le emparentan vívidamente con el Otelo de Shakespeare.
El reparto protagonista se cierra con la gran Valerie Lemercier, alejada de los papeles cómicos que le han hecho famosa desde Los visitantes (Jean-Marie Poiré, 1993) dando vida a la madre de Fanny, un personaje que acabará por resultar determinante en la resolución de la trama.
No sé si Golpe de suerte será, como todo parece indicar, la última película de Woody Allen. Si es así, puede decirse sin temor a ser complaciente, que ha puesto un broche brillante a una carrera artística de siete décadas en las que ha buceado por la literatura, la televisión, el teatro, la ópera y, fundamentalmente, el cine. Ojalá haya algún productor dispuesto a poner el dinero sin hacer preguntas y Woody Allen pueda hacer su película cincuenta y una. Sería un golpe de suerte. Para él y para sus admiradores que somos legión.