Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Ciclo Mia Hansen-Løve
La isla de Bergman (2021)
En 2006, un año antes de la muerte de Ingmar Bergman, se estrenó una extraordinaria serie documental para la televisión sueca dirigida por Marie Nyreröd. En ella, un Bergman anciano se mostraba más cercano y accesible que nunca para hablar de su obra y de su vida personal. La serie, que alcanzó distribución internacional y en España fue comercializada en DVD en una magnífica edición de la llorada Cameo, constaba de tres episodios de una hora de duración que se titulaban: Bergman y el teatro, Bergman y el cine y Bergman y la isla de Farö. En conjunto, la serie se tituló La isla de Bergman, precisamente el mismo título elegido por Mia Hansen-Løve para realizar su particular homenaje al maestro sueco, pero en forma de obra de ficción.
Como es habitual en la mayoría de sus películas, la vida personal de su directora sirve como sustento de la trama argumental. La medida en que una y otra se superpongan o se aparten es algo que probablemente sólo sepa la propia directora y a los demás debería importarnos poco. El caso es que si en Eden: Lost in Music se ocupaba de las experiencias de su hermano, en El porvenir creaba un personaje protagonista basado en su madre y en su más reciente película, Una bonita mañana, rinde homenaje a su padre, en La isla de Bergman resulta evidente la referencia a su relación con el cineasta francés Olivier Assayas, padre de su primera hija, al que conoció en el rodaje de Finales de agosto, principios de septiembre (Olivier Assayas, 1998) y con el que convivió más de una década.
Los veintiséis años de diferencia entre Assayas (1955) y Hansen-Løve (1981) no son disimulados con los veintidós que separan a la pareja protagonista formada por Tim Roth (1961) y Vicky Krieps (1983). Ambos son Tony y Chris, una pareja de directores estadounidenses, consagrado él, incipiente ella, que viajan a la sueca isla de Farö donde Bergman rodó varias de sus películas y vivió durante décadas hasta su muerte en 2007.
El film arranca con el viaje a Farö y no deja de ser curioso que precisamente Hansen-Løve que es experta en realizar elipsis, se tome la molestia de subrayar lo difícil que resulta llegar a la remota localización filmando los tres trayectos que la pareja tiene que realizar para llegar a su destino: el vuelo de Estados Unidos a Suecia, el ferry desde Gotland hasta Farö y el coche de alquiler (bendito GPS) con el que finalmente llegan a la casa donde tienen previsto pasar unas semanas buscando inspiración para la escritura de sus respectivos próximos guiones, casa que no es otra que en la que Bergman rodó Secretos de un matrimonio.
Una vez asentados allí, la vivencia es radicalmente opuesta, mientras que Tony escribe desenfrenadamente, Chris sufre un bloque creativo atenazada por la presión de escribir en la misma casa donde Bergman gestó algunas de sus obras maestras, “¿cómo no me voy a sentir mediocre?” llegará a lamentarse.
Pero además de escribir, la pareja ha viajado a Farö para asistir a la proyección de una de las películas de Tony programada en un ciclo por la Fundación Bergman. Fundación que ha convertido parte de la isla en una especie de parque temático del cineasta sueco con tienda de souvenirs y un Safari Bergman que lleva a los (cinéfilos) turistas a conocer algunas de las localizaciones de las películas que fueron filmadas allí.
Con este punto de partida y estos ingredientes, Hansen-Løve construye una película de apariencia sencilla pero estructura compleja. Tras la parte más evidente de la narración que es la búsqueda de inspiración y las particularidades del proceso creativo, crisis incluida, la guionista y directora francesa elabora un entramado argumental en el que se apuntan, entre otros, uno de sus temas recurrentes: las interferencias entre la vida familiar con el trabajo. Es aquí donde Hansen-Løve alude al propio Bergman para poner sobre la mesa dos temas sustanciales de la actualidad cinematográfica. Por un lado, la diferencia entre hombres y mujeres al presuponerse a estas últimas los roles familiares tradicionales (Bergman había tenido nueve hijos con seis mujeres diferentes a la edad a la que había dirigido veinticinco películas y decenas de montajes teatrales), algo, como subraya el personaje de Vicky Krieps imposible para una mujer. Y por otro lado, las dificultades que algunas mentes obtusas encuentran para separar sus opiniones sobre la obra de un artista y su comportamiento como persona. Se puede admirar al Bergman cineasta y amar sus películas al mismo tiempo que censurar su crueldad o egoísmo en la vida personal. La nauseabunda cultura de la cancelación que hoy gobierna en parte del panorama cinematográfico, especialmente en Hollywood, está presente, aunque sea en segundo plano, en las palabras de Chris: “odio que los artistas que admiro no se comporten bien en la vida real”.
Hacia la mitad del metraje, Hansen-Løve abre su película por la mitad como si se tratara de una Matrioska y del interior extrae otra película más pequeña, la que está escribiendo Chris en la isla, y que durante un largo paseo le cuenta a su marido con el fin de conocer su opinión. Las imágenes de esta película brotada de repente se apoderan de la pantalla para mostrarnos a otra protagonista, Amy (Mia Wasikowska), álter ego de Chris (Vicky Krieps) que ya es, a su vez, el álter ego de Mia Hansen-Løve.
En El vestido blanco, que es como se titula esta película dentro de la película, Amy viaja a la isla de Farö para asistir durante tres días a las celebraciones de la boda de una de sus mejores amigas. Allí se reencontrará con Anders (Anders Danielsen Lie) con quien mantuvo una relación en el pasado. Los vaivenes sentimentales entre ambos compondrán una historia de amor y desamor llena de metáforas que se entreveran con las ideas de la película matriz a través del relato de Chiris, componiendo un juego de espejos que ofrece tantos niveles de lectura como lejos quiera llegar el espectador.
Estamos en definitiva ante una obra de plena madurez de la realizadora francesa, su película más ambiciosa y, probablemente, la más conseguida hasta la fecha. Un film complejo narrativamente y tan preñado de cinefilia como de fantasmas personales.