Las críticas de Laura Zurita:
Downton Abbey: El gran final
En Downton Abbey: El gran final la familia Crawley y su servidumbre enfrentan el último tramo de una historia que ha acompañado a generaciones de espectadores. Situada en 1930, en un mundo que empieza a dejar atrás los ecos de la aristocracia y a convivir con los nuevos ritmos del siglo XX, la película aborda el final de una época y el comienzo de otra. Lady Mary (Michelle Dockery) se enfrenta a un escándalo que amenaza la reputación familiar, mientras la situación económica de la casa se debilita y un puñado de visitas inesperadas reaviva conflictos antiguos. La película propone una despedida coral: cada personaje debe elegir entre la fidelidad a su pasado o la aceptación de un futuro que, inevitablemente, se presenta incierto.
Downton Abbey: El gran final está dirigida por Simon Curtis sobre un guion de Julian Fellowes. En su reparto encontramos a Hugh Bonneville, Michelle Dockery, Laura Carmichael, Jim Carter, Elizabeth McGovern, Penelope Wilton, Joanne Froggatt, Brendan Coyle y Paul Giamatti. La película se estrena el 10 de octubre de 2025 de la mano de Universal Pictures International Spain.
Continuidad sin sobresaltos
La saga de Downton Abbey consiste en una serie de televisión de seis temporadas (2011-2015) y tres películas: Downton Abbey (2019), Downton Abbey: Una nueva era (2022) y Downton Abbey: La gran final (2025). Las películas continúan la historia de la familia Crawley y sus sirvientes en el contexto de la vida en un castillo inglés y concluyen la narrativa iniciada en la serie.
Downton Abbey: El gran final es, como siempre en la saga, un ejercicio de elegancia. Julian Fellowes firma un guion que busca reconfortar, consciente de que la audiencia llega a esta película más por afecto que por curiosidad. La historia se abre con un incidente social —una mancha en la reputación de Lady Mary— que actúa como detonante simbólico: una grieta en el barniz de una familia que durante años ha sostenido su identidad sobre la apariencia.
El tono de Downton Abbey: El gran final es el de una despedida serena, teñida por la nostalgia. Simon Curtis maneja la puesta en escena muy en el tono de la serie, un clasicismo calculado: encuadres equilibrados, luces suaves, interiores que respiran una calidez museística. La cámara se mueve con discreción, consciente de que los rostros, más que los espacios, contienen ahora la verdadera tensión. Hay en todo un aire de solemnidad que transmite la dignidad de un cierre
En Downton Abbey: El gran final, el paso del tiempo es el verdadero tema. La década de 1930 se insinúa como antesala de un mundo nuevo que los Crawley apenas pueden comprender. Las conversaciones sobre dinero, reputación o servicio doméstico suenan ahora como un eco de otro siglo. Fellowes deja fluir lenta conciencia del ocaso. La grandeza de Downton Abbey siempre residió en su capacidad para observar cómo los gestos de lo cotidiano contenían las transformaciones del mundo; en Downton Abbey: El gran final, esa observación nos acompaña en la despedida.
Belleza formal y emoción dosificada
En Downton Abbey: El gran final no hay grandes explosiones emocionales, sino una forma de interpretación que confía en el reconocimiento. Los actores, como los personajes, parecen saber que están viviendo su última escena en ese universo, y esa conciencia se transmite sin palabras. Esa sobriedad, sin embargo, tiene un precio. La película elige la prudencia frente a la intensidad. Su respeto por el legado de la serie y su deseo de cerrar con pulcritud impiden que aflore el riesgo o la sorpresa. Cada subtrama se resuelve con corrección, pero sin sobresalto; cada conflicto se atenúa antes de estallar. Es un gesto coherente con el espíritu de Downton Abbey, pero también el síntoma de su agotamiento narrativo.
Los años treinta, con su carga de tensiones sociales y presagios bélicos, se presentan como un fondo más que como una amenaza real. Fellowes prefiere mirar hacia dentro, hacia la emoción privada, y así el relato se convierte en un drama doméstico que rehúye la Historia con mayúsculas. Downton Abbey: El gran final es un cierre digno, pero no audaz.
Desde el punto de vista técnico, Downton Abbey: El gran final mantiene el nivel habitual de la saga. Ben Smithard filma los interiores de Highclere Castle con un cuidado pictórico; cada escena parece una miniatura iluminada con la precisión de una lámpara antigua. El vestuario, siempre impecable, marca el paso del tiempo con sutileza —los tejidos se simplifican, los colores se apagan— y refuerza la sensación de tránsito.
La música de John Lunn en Downton Abbey: El gran final recupera los motivos originales con leves variaciones: una melodía que ya no promete continuidad, sino despedida. Hay en su partitura una ternura crepuscular que acompaña a los personajes hacia el atardecer. La muerte de Violet Crawley (ausente en pantalla tras la desaparición de Maggie Smith) se siente en cada plano. Su sombra atraviesa la película como un recordatorio de que Downton ya no puede existir sin ella. La casa, el linaje, las costumbres: todo parece un monumento erigido a su memoria. Es como si Downton Abbey: El gran final aceptara la pérdida sin dramatizarla. No intenta revivir lo que fue, sino permitir que se apague con dignidad
En resumen, Downton Abbey: El gran final es una despedida elegante, melancólica y consciente de su condición final. Cierra el círculo con respeto, sin artificios, confiando en el poder de la rutina, los silencios y las miradas. Puede parecer algo complaciente, pero su mérito está en la coherencia: termina como empezó, con el corazón puesto en la casa y en quienes la habitan.
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