Las críticas de David Pérez «Davicine»:
Ciclo Seijun Suzuki:
The White Tiger Tattoo (La vida de un hombre tatuado) (1965)
La película que inspiró a Quentin Tarantino para el icónico final de Kill Bill: Volumen 1. The White Tiger Tattoo es una trepidante película de yakuzas, con unos gloriosos diez minutos finales, en el que un asesino a sueldo es traicionado por su propia banda. dirigida por Seijun Suzuki, está protagonizada por Hideki Takahashi, Hiroko Itô, Hôsei Komatsu, Seizaburô Kawazu, Kaku Takashina y Kotobuki Hananomoto. Con motivo del centenario del nacimiento de este director, Filmin ha añadido a su catálogo una docena de sus largometrajes, entre los que se puede ver actualmente esta película.
Suzuki lleva al limite su colaboración con Nikkatsu
Fiel a sus caprichos artísticos, Seijun Suzuki deja su sello en cada una de las películas de su filmografía, siendo títulos todos ellos fácilmente reconocibles, a pesar de seguir las convenciones de los géneros a los que pertenecen, pero llevando la puesta en escena un paso más allá. La dirección de arte es clave en sus películas, siendo eso lo más significativo de la huella que ha dejado en cineastas futuros.
En los 60 las películas se estaban tornando en exceso parecidas, y rara vez una película de un género se saltaba las normas establecidas del mismo, algo que funcionaba bien y hacía que Suzuki fuera visto con malos ojos en los estudios al despreciar las convenciones cinematográficas. La alianza entre Suzuki y el estudio Nikkatsu fue fructífera en lo que se refiere a la vía libre que tenía el cineasta para rodar películas de bajo coste en las que dejar su impronta, pero en 1965 comenzó una tensión entre ambas partes con The White Tiger Tattoo (cuyo título en versión original es Irezumi Ichidai) al no hacer una película al uso de la yakuza y atacar la mentalidad japonesa de ese momento.
En The White Tiger Tattoo nos presentan a Tetsu, un miembro de rango medio de la yakuza, es traicionado por sus superiores y su hermano menor le salva la vida. Juntos deciden huir a Manchuria, donde intentarán vivir una vida pacífica, pero el pasado, como ese tatuaje oculto debajo de la camisa, volverá para cobrarse las facturas impagadas.
Mucho más bajo la apariencia de una película de yakuzas
El momento al que nos traslada esta película no es aleatorio, y Suzuki sitúa la historia en el primer año de la era Showa, el periodo de la historia japonesa correspondiente al reinado del emperador Hirohito que abarca desde el 25 de diciembre de 1926 al 7 de enero de 1989. Años antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Japón había conseguido establecer un estado cliente en Manchuria en 1931, y la mayor parte de la administración pública de este estado dependía enteramente de los «asesores» japoneses nombrados desde Tokio que solamente respondían ante el gabinete imperial japonés.
Al llevarnos a ese año, el cineasta quiere dejar clara su idea de que Manchuria era una nación que desempeñaría un papel importante en las ambiciones imperialistas de Japón. Los protagonistas de la película, Tetsu (Hideki Takahashi) y su hermano Kenji (Kotobuki Hananomoto) tratan de huir de Japón a Manchuria para escapar de las represalias de una banda rival y se trasladan a una ciudad portuaria japonesa (no especificada en la película) para recordarnos la imagen que quiere dar Suzuki de Manchuria como una especie de Tierra Prometida.
Junto a los hermanos, tenemos otro personaje con mucha relevancia, el estafador Yamano Senkichi (interpretado por Hôsei Komatsu), alguien a quien quiere identificar con el prototipo de ultranacionalista de la época y cuyo atuendo blanco e impoluto pretende ocultar su naturaleza criminal mientras estafa a quienes están desesperados por llegar a Manchuria con falsas esperanzas. Introducir esos detalles en la película no implica que estemos ante un film que funcionase como propaganda nacionalista, y Suzuki evita generalizaciones en sus personajes, además de evitar definir a sus personajes a través de sus afiliaciones políticas, ilustrando que tanto los buenos como los malos que nos presenta son culpables de su propio destino pero también del de todo el país.
Empleando todo lo que estaba a su alcance
Hasta la fecha, el color había aportado a las películas de Suzuki un toque de arte pop y cultura pulp, con iluminación artificial llevada al límite y una puesta en escena teatral para dar mayor relevancia a sus personajes dentro de la localización. En The White Tiger Tattoo también emplea con audacia los colores monocromáticos, destacando las botas rojas siempre presentes en pantalla cuando hace acto de presencia el villano principal o la metalizada pistola de Tetsu, consiguiendo crear planos que llaman la atención del espectador, pero también ofrecernos atajos visuales sobre el villano (automáticamente cuando vemos el color rojo), el estafador (al que visualizamos siempre que nos evocan el color blanco) o el «héroe», para el que se reserva los tonos oscuros.
Este uso del color más monocromático pero con destellos atrevidos es algo que hemos visto en otras de sus obras y por tanto mantiene ese toque personal del director, al igual que repite un excepcional trabajo de fotografía e iluminación para crear la atmósfera perfecta tanto en interiores como exteriores, sirviendo esa iluminación para capturar estados de ánimo específicos, sin olvidarse de dar un gran dinamismo a todas las escenas.
Hay que destacar especialmente la última escena de The White Tiger Tatoo, en la que Seijun Suzuki se recrea para deleitarnos con 10 minutos donde no para de dar rienda suelta a su extravagante talento visual en un enfrentamiento de «uno contra todos» en un secuencia que es una explosión de color, violencia y creatividad que nos dejará un sabor de boca perfecto tras concluir su visionado.
En resumen, The White Tiger Tattoo es una película con el sello personal de Seijun Suzuki aunque arraigada a las convenciones del género del momento para hacerla comercial pero también valiosa para su posterior estudio, dejando su huella en cineastas actuales como Quentin Tarantino.