Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Una historia de amor y deseo
Es difícilmente discutible que el amor y el deseo existen por separado y pueden presentarse el uno sin el otro, pero también es difícil rebatir que cuando ambos se manifiestan juntos, se alimentan mutuamente y provocan uno de los estados más parecidos a la felicidad que puede vivir un ser humano. Sobre estos dos sentimientos, amor y deseo, indaga la joven francotunecina Leyla Bouziden su segundo largometraje que ha titulado de un modo tan explícito que título y sinopsis podrían intercambiarse: Una historia de amor y deseo.
Pero reducir el film a simplemente otra historia (iniciática) de amor sería quedarse en la capa más superficial de un film que profundiza en las raíces de su pareja protagonista a través del descubrimiento de la literatura (poesía fundamentalmente) sensual árabe. Una lengua en la que existen más de cien palabras para referirse a los sentimientos amorosos.
Tunecina ella, Farah (Zbeida Belhajamor), francés de origen argelino él, Ahmed (Sami Outalbali), ambos inician su vida universitaria y coinciden en La Sorbona para estudiar Literatura en el aula de una profesora que comienza su primera clase hablando del deseo en la literatura amorosa. La conexión entre Farah y Ahmed es casi inmediata y una serie de casualidades (como siempre ocurre en las historias de amor) les llevará a conocerse, conversar e iniciar una relación en la que pronto será difícil caminar acompasados.
Ahmed, además de virgen, es profundamente tímido y no se encuentra preparado para dejarse llevar por el deseo e iniciarse en el sexo, Farah, menos marcada por la tradición religiosa intenta respetar los tiempos de Ahmed pero no siempre son capaces de entenderse cuando intervienen el orgullo, la vergüenza o la inseguridad. Y será precisamente a través de la literatura como ambos serán capaces de encontrar un medio para comunicarse. Ahmed se vale de una exposición en clase acerca de un poema árabe del siglo XII sobre la historia de “Layla y Majnún” para reconocer que quiere esperar y que él mismo es su propio obstáculo.
A partir de ahí se suceden secuencias de encuentro y desencuentro, paseos para conocer París, una Nochebuena en casa de Ahmed, una fiesta de Nochevieja con compañeros universitarios, los exámenes de la Universidad y, finalmente, de nuevo la poesía como modo de conectar, de acompasar las cadencias de sus sentimientos.
Bouzid situa esta historia (de amor y de deseo) en el centro mismo del relato, pero deja espacio en los márgenes para referirse a las renuncias personales y profesionales de las primeras generaciones de inmigrantes magrebíes en Francia, al peso de la tradición en las familias árabes con un machismo unas veces manifiesto y otras soterrado, a la importancia de la reputación en las familias, a la autosegregación a la que, en ocasiones, se someten no queriendo salir de los barrios y utilizando el término “parisino” como despectivo a quien se integra en la vida occidental o, incluso, a los ecos de la primavera árabe iniciada precisamente en Túnez diez años atrás.
Para todo ello Bouzid escribe un guion delicado y elegante que huye de los lugares comunes y de los clichés del género. Exactamente la misma delicadeza con la que ejerce una dirección que, a pesar de su potente carga literaria, no permite que ésta lastre el ritmo ni la cadencia de la narración cinematográfica.
La química entre la pareja protagonista es fundamental para dar solidez y credibilidad al film. La debutante Zbeida Belhajamor interpreta a Farah con todas sus contradicciones cargadas de autenticidad, sus momentos de vulnerabilidad y ternura son tan creíbles como los de fortaleza y seguridad en sí misma. Sami Outalbali por su parte recrea a un personaje marcado por la timidez y la introversión, en algunos momentos insiste demasiado en remarcar su ensimismamiento pero consigue hacer evolucionar a su personaje a lo largo de unapelícula hermosa y empapada de poesía durante gran parte del metraje.