Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Baila con la vida
El tercer film como coescritora y directora de la actriz Michèle Laroque, tras Una mujer brillante (2018) y Dios mío, ¡los niños han vuelto! (2021), lleva por título Baila con la vida y pretende ser una comedia desenfadada y vitalista de esas transmisoras de buen rollo y que hacen olvidar al espectador, por un rato, las penurias de su vida cotidiana. Y digo pretende porque el resultado se queda en la pura pretensión.
Llevo desde que tengo memoria y particularmente desde que escribo públicamente mis opiniones defendiendo la comedia como género cinematográfico. He discutido con vehemencia con los que la catalogan como un género menor y despachan películas (u obras teatrales) con un comentario displicente del tipo “pues bueno… es una comedia… es lo que es”. Pero si hay alguien que ha hecho daño a la comedia no son los que la desprecian como género y la apartan de festivales, premios cinematográficos o críticas elogiosas. Los mayores enemigos de la comedia son los que la practican, o pretenden practicarla, sin el más mínimo respeto por los principios del género, los mecanismos intrínsecos de su funcionamiento (ritmo, diálogos ingeniosos, construcción de personajes…) o la inteligencia del espectador. Es decir, los que perpetran comedias bajo la máxima del “todo vale” mientras algo tenga presunta gracia.
El punto de partida de Baila con la vida no puede ser más convencional: Sandra (Michèle Laroque) es una mujer refinada, atractiva y de clase acomodada que sorprende a su marido engañándola con otra “ni más joven, ni más guapa, sencillamente más llamativa… la Camilla del Príncipe Carlos” (sic). Inmediatamente hace la maleta y abandona su lujosa mansión (él es un bodeguero de éxito) y se va a vivir a la más modesta casa familiar con su hermana Danie (Isabelle Nanty).
A partir de aquí se nos presenta a dos hermanas que no pueden ser más arquetípicas: una burguesa y otra izquierdista de manual. Todos los clichés que se les ocurran para representar a una y a otra están presentes en unos diálogos tan simples como artificiosos en la boca de sus forzados protagonistas. El reparto se completa con los generalmente estupendos actores Thierry Lhermitte, Patrick Timsit, Jean-Hugues Anglade y Jeanne Balibar que aquí hacen lo que pueden por salvar unos personajes tan planos como, por momentos, absurdos.
Conforme avanza el metraje, la película no respeta ni siquiera los límites del decoro. Algunas secuencias, como el bailecito en la residencia de ancianos, son un (des)elaborado insulto a la inteligencia humana. Hay un momento en el que uno de los personajes llama a otro imbécil y un tercer personaje le responde “no puedes llamarl imbécil, ¿crees que el lenguaje no tiene matices suficientes?” lo cual resulta realmente sonrojante en un guion que no conoce los matices, la sutileza ni la fina ironía. “¿Le quieres o te gusta la idea de quererle?”; “me casé, me quedé embarazada… bueno, no fue exactamente en ese orden”, los diálogos van en esa línea.
Michèle Laroque perpetra 88 minutos de exhibicionismo narcisista con el convencimiento de que en la vida no hay nada más gracioso que ver a alguien bailando mal, algo que, efectivamente, puede resultar gracioso si se interpreta y se filma con gracia. No es el caso. El desarrollo argumental (vamos a llamarlo así) es absolutamente inconsistente, no hay manera posible de creerse los vínculos entre los personajes, las idas y venidas de la protagonista con su marido son absolutamente incomprensibles. Todo va a la deriva hacia un vergonzante (y precipitado) final que precisamente se desarrolla en un barco.
Estamos ante un genuino ejemplo de una película que sobrepasa la intrascendencia para convertirse en un acérrimo enemigo del género que pretende encarnar. No me molesta tanto ver un mal drama, un mal thriller o una mala película de ciencia ficción como ver una mala comedia, particularmente cuando como en esta que nos ocupa están presentes de una manera ejemplar todos los pecados y defectos que justifican los argumentos de los que desprecian la comedia como un género menor. Si Dios mío, ¡los niños han vuelto! tenía un pase siendo benévolo pues resultaba inocua como entretenimiento, lo de Baila con la vida traspasa las líneas de lo admisible. Con la cantidad de interesantes películas francesas que se quedan sin estrenar en nuestro país no puedo entender qué puede hacer que un producto como este llegue a nuestras salas de cine.