Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Un escándalo de Estado
Presente en la sección oficial de la pasada edición del Festival de San Sebastián donde se premió la desabrida dirección de fotografía de Claire Mathon, se estrena en las salas de cine españolas Un escándalo de Estado, tercera película como director del también actor Thierry de Peretti que junto a Jeanne Aptekman adaptan “libremente” el libro L’infiltré, de Hubert Avoine y Emmanuel Fansten. Un libro escrito en colaboración por un infiltrado de la policía y un periodista que son, en realidad, dos de los tres principales protagonistas del film. El tercer vértice del triángulo lo completa un prestigioso y presuntamente corrupto jefe policial encargado de la lucha contra el narcotráfico de nombre Jacques Billard al que interpreta el siempre veraz y rotundo Vincent Lindon.
Al infiltrado de la policía apenas se le ha cambiado el nombre, Hubert Avoine en la vida real es Hubert Antoine en la película, personaje interpretado por Roschdy Zem y al periodista de Libération Emmanuel Fansten se le conoce en el film como Stéphane Vilner al que da vida en la pantalla Pio Marmaï.
Son muchos los peros que pueden ponerse a este film tan farragoso como innecesariamente largo pero, probablemente, el primero de ellos y raíz de todos los demás es precisamente que a pesar de que comienza con una declaración aparentemente honesta: “Esta película, libremente inspirada en la obra de Hubert Avoine y Emmanuel Fansten LÍnfiltré (ediciones de Robert Laffont), es una ficción. Los hechos, personajes, eventos, palabras y opiniones no deben considerarse como reflejo de la realidad”, esta declaración parece más una vacuna contra posibles demandas que un auténtico etiquetado de la película como obra de ficción.
El desarrollo de la trama, los testimonios y acusaciones que se vierten y los hechos que se explican como probados son lo suficientemente serios como para no tratarlos con ligereza en una obra de ficción, más aún si al film se le da todo un aire de cine de denuncia y el director se dedica a hablar de las cloacas del estado o de las ambigüedades del trabajo periodístico en las entrevistas promocionales del film.
Cuando durante dos horas te van a hablar de las cloacas de un estado (el francés) y su vinculación con las cloacas de otros estados (el mexicano y el español, entre otros) y para ello te mezclan a la policía francesa con el Chapo Guzmán, la DEA estadounidense y con la organización terrorista GAL y el gobierno español de los ochenta sin aportar ninguna prueba sólida de las vinculaciones entre ellas y apoyándose solo en los testimonios de topos de pasado turbio, lo menos que puede exigirse en un poco de rigor. La secuencia, hablada en español y con Tristán Ulloa interpretando a un juez español que explica lo que fueron los GAL resulta casi grotesca por lo simplista e infantil del discurso.
La trama principal, es decir la desvinculación del infiltrado Hubert Antoine (Zem) de la policía al sentirse engañado, su contacto con el periodista de Libération y el manejo de la investigación que lleve a desenmascarar a Billard se ve continuamente interrumpida por secuencias innecesariamente largas con tramas accesorias de escaso interés que no hacen sino distraer la atención del espectador y contribuyen poco a la definición de los personajes. Finalmente, el hecho de que Hubert tuviera una enfermedad o la relación del periodista con sus compañeros de Libération son meramente anecdóticas y Peretti emplea más tiempo en distraernos que en centrarnos.
Dicho esto, si al menos la película estuviese bien contada y resultase entretenida, trepidante o manejase un cierto nivel de intriga, podríamos pasar por alto las debilidades del guion o su ambigüedad como obra de ficción y nos plantearíamos asumirla como producto cinematográfico de entretenimiento. Pero no es el caso. La dirección de Thierry de Peretti es pretenciosa y torpe, parece permanentemente empeñado en situar la cámara en un lugar original y moverla de un modo aparentemente creativo en lugar de colocarla donde haga un mejor servicio a la filmación. El ritmo es cansino, la narración enrevesada y la atmósfera continuamente anticlimática. Sumemos a eso una dirección de fotografía subexpuesta y de nitidez cuestionable (por mucho que fuera premiada en San Sebastián) con un formato 1:33 propio de los televisores de hace 30 años y un sonido ramplón y únicamente podemos aferrarnos a las interpretaciones de sus protagonistas que están francamente bien a pesar de lo mal definidos que están los personajes en el guion.
Vincent Lindon consigue dotar de un sólido cinismo a un personaje continuamente puesto en tela de juicio, Roschdy Zem se adapta muy bien a este tipo de personajes de turbio pasado, personalidad introvertida y poco dado a las exhibiciones gestuales. Pio Marmaï, por su parte, aporta una mezcla entre la inocencia de un periodista un tanto inexperto al que el caso podría venirle grande y la determinación necesaria para no desfallecer ante las dificultades. Completan el reparto las excelentes Julie Moulier y Valeria Bruni Tedeschi que, en una sola secuencia, propone un personaje más sólido que toda la trama argumental.
En conclusión, Un escándalo de Estado no consigue definirse ni como thriller policial, ni como film de denuncia política, ni como película de investigación periodística. A pesar de lo interesante de su punto de partida argumental, estamos ante uno de los relatos peor contados del último año.
Pues nada, una menos que ver!!