viernes, abril 26, 2024

Ciclo David Lynch: Crítica de ‘Terciopelo azul’ (1986)

Las críticas de Daniel Farriol:
Ciclo David Lynch
Terciopelo azul (1986)

Terciopelo azul (Blue Velvet) es un thriller psicológico escrito y dirigido por David Lynch. La historia sigue al joven Jeffrey Beaumont que, tras visitar a su padre en el hospital, encuentra entre unos arbustos una oreja humana. Tras llevarla a comisaría, iniciará por su cuenta una investigación que le llevará al lado más oscuro de la ciudad que hasta entonces le era completamente desconocido. Está protagonizada por Kyle MacLachlan, Isabella Rossellini, Dennis Hopper, Laura Dern, Dean Stockwell, George Dickerson, Jack Nance, Hope Lange y Brad Dourif.

El lado oscuro del «american way of life»

Terciopelo azul es una obra capital para entender la filmografía de David Lynch, ya que posiblemente sea la más accesible representación gráfica de todas sus obsesiones recurrentes sin recurrir a la ambición por la abstracción que mostró en obras de culto posteriores como Carretera perdida (1997) o Mullholland Drive (2001). Mediante una ambientación que, en muchos aspectos, resulta precursora de la serie Twin Peaks (1990-2017), el director se adentra sin cortapisas en el lado oscuro del american way of life. Ya solo los primeros 6 minutos de película, sin necesidad de diálogos, resultan ejemplares para explicar todo eso.

Los créditos iniciales se superponen sobre una cortina azul de terciopelo que, más allá del título, sirven para colocar al espectador delante de un escenario teatral. Es algo que nos predispone ante una narrativa de cuento perverso que retorcerá la realidad delante de nuestros ojos a través de constantes simbolismos visuales y sonoros que extralimitan la simple concepción de lo que sería una trama policíaca lineal. Escucharemos ahí la primera colaboración en la banda sonora de Angelo Badalamenti con el director, ya no se separarían, y en ese primer tema instrumental escuchamos una absorbente sinfonía que nos remite directamente a Herrmann y a Hitchcock.

Las primeras imágenes del filme utilizan los acordes melódicos de la romántica canción «Blue Velvet» de Bobby Vinton como irónico marco para una sucesión de imágenes de carácter bucólico del típico barrio residencial de los Estados Unidos. Estamos en la población Lumberton (un Twin Peaks temprano), una especie de paraíso provinciano donde la gente vive feliz en sus casitas ajardinadas con rosales acotados por vallas blancas bajo un cielo azul de postal. Nada hace presagiar la llegada de la tragedia, pero Lynch utiliza su cámara para recordarnos que tras esa fachada impoluta hay otro mundo oscuro que siempre subyace. Si nos fijamos en esa escena se inicia con la cámara enfocando un cielo límpido de nubes que termina bajando para adentrarse en la tierra donde habitan unas cucarachas. Vemos a un hombre que está regando tranquilamente el jardín y sufre un inesperado infarto (anticipado por una manguera que se enreda), se trunca entonces ese momento de belleza idílica.

La oreja que escucha nuestro subconsciente

Poco después descubriremos que el hombre que ha sufrido el ataque al corazón es el padre del protagonista, Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachlan), un joven inquieto que ha regresado a su pueblo natal y está paseando por un descampado cuando se encuentra una oreja humana entre las piedras que lanza a una caseta abandonada. Decidirá llevar la oreja a la policía para que la inspeccionen, pero ese macabro hallazgo despertará en él una curiosidad innata por descubrir a quién pertenece y cómo ha llegado hasta allí. Con la ayuda de la hija del comisario, Sandy Williams (Laura Dern), iniciará una peligrosa investigación que le conducirá a los bajos fondos de la ciudad y, también, de su propio subconsciente. La oreja solo será una pieza más del puzzle que nos tiene preparado Lynch.

Terciopelo azul está repleta de imágenes reveladoras, incluso en las escenas de transición. Después de toparse con la oreja vemos a Jeffrey en su casa preparándose para salir y despidiéndose de su madre y de su tía. Es un plano en que le vemos bajar las escaleras del piso superior al salón en un contraluz que muestra al chico abandonar la luz y adentrarse en la oscuridad, algo que anticipa lo que será su particular descenso a los infiernos. A la inversa funciona la primera aparición del personaje de Sandy que surge de las sombras del jardín hacia una luz que ilumina su radiante rostro durante su primer encuentro con Jeffrey. La chica es la pureza, la inocencia, el amor catártico, por eso tiene esa entrada en escena casi de cuento de hadas. También resulta curioso comprobar que la madre y la tía siempre están viendo películas de crímenes en su aparato de TV como si esas ficciones fueran algo ajeno a la realidad, aunque Jeffrey descubrirá un mundo peligroso acechando fuera.

Decíamos antes que la oreja cercenada con unas tijeras solo era una pieza más del puzzle en la trama, pero en la semiótica de la película tiene un significado aún mayor. Cuando Jeffrey se la encuentra, la cámara se acerca y se adentra en su interior hasta que el cuadro queda en completa oscuridad. Sin embargo, al final de la película hay otro plano revelador que funciona a la inversa y nos lleva desde el interior de una oreja (la propia de Jeffrey) al exterior donde vemos que se encuentra relajado en una tumbona en el jardín de una de esas casas de ensueño. Es la manera que tiene Lynch de contrastar luz y oscuridad, lo visible y lo oculto, la vida consciente del subconsciente, pero dejando claro que, pase lo que pase, siempre hallaremos una porción de oscuridad en nuestro interior y Jeffrey ha experimentado con la suya propia durante el trayecto que realiza en la película.

«Es un mundo extraño»

Además de la palabra «fuck» que el terrorífico personaje de Frank Booth (Dennis Hopper) repite 56 veces durante sus pocas (pero intensas) apariciones, hay dos frases que se repiten constantemente en el guion de Terciopelo azul: «es un mundo extraño» y «ahora está oscuro». Ambas inciden en la idea de la fascinación por lo oculto, por lo peligroso, por aquello que nos conecta a nuestras emociones más primarias. Jeffrey, no es casualidad que el personaje que interpretaba James Stewart en La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1954) se apodase Jeff, se convierte en un voyeur de lo amoral que bajo su máscara de rechazo esconde un deslumbramiento efervescente por lo desconocido.

Hay una escena clave para entender esto y es aquella en la que Jeffrey se cuela en el apartamento de Dorothy Vallens (Isabella Rossellini) y asiste impertérrito desde el interior de un armario a las vejaciones y posterior violación que sufre la mujer por parte de Frank (ahí Lynch está más cerca de De Palma que de Hitchcock). Su mirada denota al mismo tiempo miedo y placer mientras contempla esa violenta escena. Y no solo eso, sino que posteriormente se aprovechará de la necesidad afectiva que tiene ella para mantener relaciones sexuales consentidas que implican igualmente un flirteo con el sadomasoquismo cuando ella le exige que le pegue y, tras negarse de inicio, él acaba haciéndolo y disfrutándolo igual que Frank, por mucho que en momentos posteriores eso le atormente y crea arrepentirse.

Por tanto, Jeffrey, el chico bueno y héroe de la función, acaba siendo el reverso perfecto del malvado Frank. De hecho, en la escena del interior del coche el psicópata lo mira y le dice «tú y yo somos iguales». Está claro que no lo son, pero sí que podrían serlo, y es ahí donde Lynch pone el acento, en la oscuridad inherente a toda condición humana.

Dorothy Vallens

Si Jeffrey y Frank son las dos caras de una misma moneda, también lo son Sandy y Dorothy. La primera es todo candor, una estudiante modelo que viste vestidos blancos y se sonroja al ser cortejada por Jeffrey, pero que no duda en ponerle los cuernos a su novio, el típico jugador de fútbol americano para ahondar en el tópico. Sin embargo, Dorothy, esa cantante sensual y exuberante, no deja de ser en realidad una esposa y madre formal que las circunstancias le han llevado a relacionarse con el sexo de una forma autodestructiva y que ha tenido que sacrificarse como esclava sexual de Frank para mantener a su familia con vida.

Todas las apariciones en escena de Dorothy Vallens en Terciopelo azul son tan fascinantes como inquietantes. Desde las salvajes secuencias en el apartamento hasta esa icónica actuación en el «Slow Club» (un esbozo del futuro Club Silencio) en la que interpreta una versión aterciopelada y decadente del «Blue Velvet» que se encadena con «Blue Star» (compuesta por Badalamenti). Jeffrey queda cautivado (y Sandy se da cuenta) por esa mujer a la que querrá proteger y poseer, ya que su figura es la representación absoluta del morbo por lo desconocido, la conexión entre lo carnal y lo prohibido.

Sin embargo, hay otra escena en que la presencia de Dorothy se vuelve aún más incómoda, es aquélla en la que aparece completamente desnuda en la puerta de la casa de Jeffrey e interrumpe una discusión que mantiene con el ex novio de Sandy. La atractiva mujer aparece desorientada con el cuerpo repleto de heridas que reflejan las torturas sistemáticas de Frank. Jeffrey la arropa como a una niña y Sandy entenderá que ha mantenido relaciones sexuales con ella. Esta escena se inspira en un recuerdo de infancia del propio David Lynch cuando una tarde después de la escuela se le acercó una mujer desnuda balbuceando por la calle, esa imagen le impactó por el hecho de ser la primera vez que veía a una mujer completamente desnuda en la vida real y por no entender que era lo que le habría sucedido. Eso fue algo que disparó en su imaginación que había cosas ocultas bajo la vida cotidiana de aquel barrio residencial que es precisamente el tema sobre el que se sustenta Terciopelo azul.

Constantes visuales, sonoras y temáticas

Lo que hace más accesible Terciopelo azul para el público es la curiosa combinación entre thriller policíaco, romance teen y ese aire de (falsa) ligereza detectivesca que tiene la trama al estar protagonizada por dos jóvenes aventureros casi en edad adolescente. Es una fórmula que se ha repetido hasta la saciedad, por ejemplo, en el género fantástico reciente para atraer al público joven, pero que normalmente cae en la mera infantilización. Lynch sortea eso aquí mediante la creación de un mundo personal apegado a lo onírico donde tiene cabida el humor surrealista, la perversión de la sexualidad y personajes extraídos del imaginario de los cuentos.

Terciopelo azul anticipa muchas cosas que veríamos después en Twin Peaks o en su trilogía angelina (Carretera perdida, Mullholland Drive e Inland Empire), así que resulta una película imprescindible para entender el universo lynchiano y probablemente sea la opción más sensata para iniciarse en el mismo si tuviera que recomendarle a alguien una película para empezar a analizar su filmografía. Todas las constantes de su cine están aquí presentes, a modo visual (cortinas, clubs nocturnos, atemporalidad escénica, intérpretes…), a modo sonoro (Badalamenti, ruidos y texturas que subrayan las emociones, canciones que funcionan por contraste con las imágenes…) o a modo temático (la enfermedad física o moral, la sexualidad asociada a la violencia, el lado oscuro de la cotidianidad…), etcétera.

A partir de la mitad de película, Terciopelo azul se vuelve cada vez más loca y nos adentra tras esas cortinas de terciopelo del inicio. Frank inhalando nitrito de amilo para potenciar sus adicciones sexuales fetichistas, la presencia de un cadáver erguido junto a un televisor o la secuencia en el burdel donde Ben (Dean Stockwell) hace playback del «In Dreams» de Roy Orbison, son de aquellos instantes que pueden volarte la cabeza para siempre. Esta última canción vuelve a sonar poco después en otro momento aún más surrealista mientras Frank propicia una paliza a Jeffrey y una prostituta se sube al techo del coche para bailar de forma descompensada. Casi sin darnos cuenta, ya estamos en el terreno de las inconfundibles e inimitables pesadillas lynchianas, en la oscuridad de nuestro subconsciente. Y es que la utilización de la música que hace el director siempre resulta sorprendente e inesperada, al igual que en el anticlímax final con una redada policial al son del «Love Letters» de Ketty Lester (canciones de amor es como Frank llama a las balas para sus enemigos).

«Tengo tu enfermedad en mi interior»

La frase que pronuncia en varias ocasiones Dorothy a Jeffrey «tengo tu enfermedad en mi interior» es la manera de asociar dos conceptos del cine de Lynch, enfermedad y sexo, dolor y placer, nuevamente, oscuridad y luz, subconsciente y consciencia. Elementos antagónicos que en su cine a menudo se confunden con la miscibilidad de dos líquidos disolubles. El detalle final de Terciopelo azul con ese petirrojo en la ventana es un claro guiño lynchiano a todo esto.

Sandy tiene un sueño romántico donde los petirrojos simbolizan el amor puro (lo que siente por Jeffrey) algo que le cuenta en un coche aparcado frente a una iglesia bajo los acordes instrumentales de la etérea y bellísima melodía «Mysteries of Love» de Badalamenti. Tras resolverse el caso suena la misma melodía, pero esta vez cantada por la dulce Julee Cruise.  En ese momento parece un petirrojo en la casa de los Williams que lleva una cucaracha sujetada con el pico. Es una forma simbólica de cerrar el círculo abierto con la escena inicial y que puede entenderse como un final feliz donde el amor derrota a la oscuridad (Jeffrey y Sandy acaban juntos, Dorothy recupera a su hijo…), pero también es una manera de mostrarnos que la vida celestial (la felicidad cotidiana) y ese subsuelo putrefacto (la maldad humana) conviven siempre dentro de un mismo espacio.

Tras el fiasco económico de Dune (1984), el productor Dino De Laurentiis concedió absoluta libertad creativa a David Lynch en Terciopelo azul a cambio de bajarse el sueldo y de manejar un presupuesto más propio de una película independiente que de una de estudio. El resultado no pudo ser más asombroso. Con una estética atemporal que combina los años 50 con los años 80, y que hoy día no ha envejecido nada, la película se convertiría posteriormente en un filme de culto reconocido por crítica y público, además de ser una de las grandes Obras Maestras concebidas por el genio de Missoula. 


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Terciopelo azul

10

Puntuación

10.0/10

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