Pantalones con vida propia
Una comedia de terror con conciencia de clase
Situar la acción de Slaxx en unos grandes almacenes de ropa nos traerá de forma inmediata a la memoria la enigmática y fascinante In Fabric (Peter Strickland, 2018). Ambas realizan una crítica al consumismo voraz, pero la sutileza de sus postulados así como el planteamiento estético son casi antagónicos. Esta pequeña película canadiense dirigida por Elza Kephart poco tiene que ver con el giallo italiano y sí mucho más con la Serie B y Serie Z que se hacían de manera alimenticia en los años 70 y 80. Hay unos contrastes muy bestias en el filme. Se combina el humor canalla y naïf de La pequeña tienda de los horrores (Frank Oz, 1986) con una crítica a la explotación infantil en los países del tercer mundo, pero con la misma mirada distante que tenía Slumdog Millonaire (Danny Boyle, 2008). Demasiado para el body, ¿no?
Es evidente que hay un mensaje importante y bienintencionado tras el absurdo planteamiento de su argumento, pero se siente forzado y demasiado evidente. Sería algo semejante a esas personas que tras donar 5 euros a una causa benéfica tienen la necesidad de publicarlo en todas sus redes sociales para demostrar lo buena gente que son. Demasiado tosco para que cale. Se podría decir que Slaxx es una comedia de terror con conciencia de clase. Sin embargo, no estoy seguro que funcione adecuadamente el mensaje político o social dentro de una comedia que no podemos tomar en serio en ninguno de sus otros aspectos. El filme es cutre, de bajo presupuesto. Tiene el espíritu de un episodio vintage de Historias de la Cripta (Steven Dodd, 1889-1996) pasado por el infame filtro de La Troma o de Asylum. ¡Eso no es malo! ¡Lo friki me gusta! Pero poner tan en primer término sus reflexiones profundas acaba desconcertando en una película en la que unos pantalones tejanos cobran vida para ponerse a bailar canciones de Bollywood con la misma energía que asesinan a sus víctimas. La sensación de WTF es mayúscula.
Los nuevos hábitos consumistas
Sin duda, son esos momentos más delirantes los que mejor funcionan en Slaxx. Los movimientos en escena de los vaqueros utilizan una animación casera y sin grandes alardes técnicos o digitales. Eso le da cierto encanto a la película. De aquel cine casposo y polvoriento en las estanterías de los videoclubs de antaño. Y es que cuánto menos ambiciosa es y más se enfoca en el puro divertimento del slasher sangriento es cuando más me interesa a mi. La directora ha manifestado sin rubor en muchas entrevistas que sus grandes influencias para hacer cine han sido nombres como Antonioni, Pasolini y Argento. No te flipes, Slaxx se parece bastante más a Killer Sofa (Bernie Rao, 2019). Está bien que en el terror y el fantástico haya reflexiones sociales, pero últimamente parece un requisito indispensable para el género. Empieza a ser muy cansino e innecesario.
También me ha recordado en algunos momentos a la infravalorada Halloween III: El día de la bruja (Tommy Lee Wallace, 1982). En aquella película bastarda de la mítica saga dedicada a Michael Myers también se hablaba de la influencia que tenía la publicidad en los hábitos consumistas de la gente. Slaxx actualiza su discurso sobre los mensajes subliminales lanzados a través de un televisor y los extrapola al ascendente predominio que tienen los youtubers e influencers en la opinión pública de los jóvenes. Una nueva manera de fijar tendencias bajo las directrices de las marcas y grandes corporaciones que lo controlan todo. Creo que había material e ideas suficientes para conseguir una sátira más afilada y menos obvia. Aún así, Slaxx tiene momentos divertidos y puede ser un pasatiempo ligero para los fans del fantástico más chusquero.
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