Rodada en inglés y con un reparto eminentemente británico a pesar de tratarse de una coproducción italobelga dirigida por la italiana Susanna Nicchiarelli, Miss Marx se ocupa de la vida de Eleanor Marx, hija del filósofo, economista y sociólogo Karl Marx durante el periodo comprendido entre 1883, año de la muerte de su padre y 1898, el año de su propia muerte. Eleanor Marx (Romola Garai) ejerció el activismo político constituyéndose como una precursora del sindicalismo y del incipiente feminismo.
El largometraje, centrado más en la vida personal de la protagonista que en su actividad política, no evita sin embargo el discurso socialista de manual (el de su padre) exponiendo ciertas contradicciones entre lo predicado y el modo de vida (manifiestamente burgués) de Eleanor Marx y su pareja, cofundador de la Liga socialista, Edward Aveling (Patrick Kennedy). Miss Marx denuncia las condiciones laborales de los trabajadores y el afán de enriquecimiento de los empleadores hablando con desprecio de conceptos como el lucro mientras vive en una casa, convenientemente retratada en la película, en la que no falta absolutamente de nada.
En varias ocasiones a lo largo del film se pone en comparación el socialismo como rebelión contra la tiranía de los explotadores con el feminismo como movimiento de respuesta a la tiranía de los hombres. El despertar a la madurez de Eleanor Marx la hace quejarse amargamente de haber pasado de las manos de su padre a las de su “esposo” que Nicchiarelli expresa mediante una engañosa utilización del célebre texto teatral de Henrik Ibsen “Casa de muñecas”.
Por lo demás, la directora trata de aliviar la puesta en escena clásica y académica mostrándose rupturista de manera un tanto arbitraria con recursos como la rotura de la cuarta pared, el uso arbitrario de la cámara con una extemporánea sobreabundancia de planos cenitales o la muy heterodoxa banda sonora que combina “adaptaciones creativas” (no se pierdan la pedantería) de Liszt o Chopin con la introducción de temas musicales anacrónicos interpretados con ritmos del siglo XX. Los títulos de créditos se abren con una versión del “Dancing in the dark” de Bruce Springsteen a ritmo de punk, con eso se lo digo todo.
Sobra afectación en la puesta en escena y en la disposición de la cámara y falta nervio, pasión y verdad en la dirección de Nicchiarelli y en las desvaídas interpretaciones de un grupo de intérpretes demasiado preocupados porque todo lo que dicen suene revolucionario. El guion que, según rezan los títulos de crédito, se basa en cartas auténticas y el diario personal de Eleanor Marx se pierde más en cuestiones afectivas de poca o ninguna relevancia que en entrar de lleno en el meollo de la cuestión que no es otro que la verdadera relevancia de la protagonista como personaje histórico. Si hoy estamos hablando de ella no fue porque fuera hija de Marx, porque se criara junto a Engels (John Gordon Sinclair), porque estuviera enamorada de quien luego descubrió que era su medio hermano o porque compartiese su vida con un perfecto holgazán y vividor, y todas esas cosas parecen preocuparle más a su guionista y directora que el hecho de que Eleanor Marx ejerciese un muy fundamentado feminismo que daría sopas con onda a muchas activistas de pacotilla que hoy día, ciento veinte años después, van de abanderadas creyéndose muy transgresoras por desmelenarse en twitter.
Fallida, impostada, y excesivamente pendiente de gustarse a sí misma, Miss Marx señala a la luna pero obliga a sus espectadores a mirar ensimismados al dedo.
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