martes, abril 16, 2024

64 SEMINCI. Sección Oficial. Crítica de ‘Un divan à Tunis (Arab Blues)’: Freud vuelve a Túnez

Las críticas de José F. Pérez Pertejo en la 64 SEMINCI: 
Un divan à Tunis (Arab Blues)
 
Un divan à Tunis (Un diván en Túnez) pero con el título internacional de Arab Blues es el primer largometraje de la directora franco-tunecina Manèle Labidi que, con producción francesa, viaja a su país natal para realizar una comedia desenfadada, entretenida y amable, de esas que hacen arrugar el entrecejo a determinado sector de la crítica (y del público) que no ve con buenos ojos que productos más livianos ocupen un hueco en la parrilla de la programación de un festival serio.
 
Podríamos discutir largamente sobre esta cuestión a la que suelo abocarme casi todos los años pero me pilla demasiado cansado como para discutir conmigo mismo a las horas en las que escribo estas líneas,  e incluso podríamos debatir si Arab Blues es una película tan liviana como parece o, dejando a un lado algunos chascarrillos de trazo grueso y ciertos recursos bastante gastados por el género, podemos rascar algo más que una divertida sucesión de pacientes más o menos excéntricos en la consulta de una psicoanalista que, tras más de media vida en Francia, decide regresar a su país de origen para instalar una consulta en la azotea de la casa familiar.
 
No se adivinan en Labidi intenciones de retratar la situación social de su país cuando han transcurrido casi nueve años del inicio de la primavera árabe; únicamente esboza, de forma cómica, la ineficacia funcionarial, la falta de recursos de la policía, y la corrupción en varias esferas públicas incluyendo al director de un instituto al que hay que untar para que no denuncie a una muchacha que se ha levantado la camiseta enseñando los pechos y se conforme con expulsarla. No hay mucho más en este sentido pero no es ese el propósito de una película despreocupada del contexto y más centrada en los personajes, tanto en toda la variopinta galería de secundarios como, de manera principal, en su protagonista, Selma, una franco-tunecina como la propia Labidi que sufre el desarraigo de ser vista como inmigrante en Francia y como extranjera en su propio país de nacimiento.
 
Selma, interpretada por la actriz iraní Golshifteh Farahani (a la que alguien puede recordar por La piedra de la paciencia de Atiq Rahimi) es el personaje central y la razón de ser de una película que continuamente pivota sobre sus decisiones, problemas y necesidades. Su firme determinación a asentarse como psicoanalista en su país a pesar de las reticencias (cuando no firme oposición) de algunos de sus compatriotas (lo más bonito que le llaman es engreída postcolonial) la llevará a enfrentarse a su propia familia y a un obsoleto sistema burocrático en el que habrá de tramitar su permiso profesional.
 
Labidi maneja perfectamente el ritmo y los tiempos y resuelve su película con agradecible brevedad en 88 minutos, se sirve de un eficaz uso de la música, de una puesta en escena colorista y un tono general festivo y dinámico que únicamente se ralentiza en la fallida (e innecesaria) deriva romántica que no parece tener muy claro como resolver.
 
Farahani realiza un brillante trabajo gracias a saber conjugar ese aire de parisina engreída (como la llama uno de los personajes) con el carisma suficiente para caer bien al espectador desde su primer minuto en pantalla. Con una interpretación vitalista, Farahani sostiene sobre sus espaldas todo el peso del metraje y ofrece una naturalidad fundamental para ejercer de contrapeso a los excesos interpretativos de algunos de sus pacientes que, con el permiso o la complicidad de Labidi, caen en exageraciones que, si bien provocan la carcajada, deslucen un poco el conjunto.
 
Un divan à Tunis (Arab Blues) es una película imperfecta, bastante lejos de una comedia refinada, pero que hace de la necesidad virtud y precisamente se sostiene sobre esas imperfecciones para componer un film inofensivo, tan agradable de ver como fácilmente olvidable.

6

Puntuación

6.0/10

1 COMENTARIO

  1. La verdad es que ya estoy cansado que cada vez que vemos una película de filmografías remotas, no sé si porque los que las compran para traerlas a nuestras pantallas o es que en esos países sólo hacen este tipo de películas, traten de explicarnos su situación geo-cultural-político-costumbrista de sus sociedades (cosa que aburrirá hasta el hastío a los que viven allí y lo conocen de primera mano). Una historia que cuente el día a día de las personas y que universalmente todo el mundo lo comprenda, sin ese cansino proceso “educativo “ que tratan de trasladar los directores a los espectadores sobre sus sociedades. Para eso están los documentales y los libros (evitar la Wikipedia, por favor) para que profundice el que tenga interés.

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