Una de mis discusiones más frecuentadas con mis amigos cinéfilos es el tiempo que debe pasar para que una película pueda ser considerada un clásico (o si es siquiera necesario que pase el tiempo y existen los clásicos instantáneos) y todavía no hemos logrado ponernos de acuerdo. No tengo ni idea acerca de si Carol se convertirá en un clásico o pasará a la larga lista de películas que no resisten el paso del tiempo, pero sí me atrevo a decir que tiene alma y materia para perdurar.
El magnífico plano secuencia con el que arranca Carol supone una auténtica declaración de intenciones sobre lo que vamos a ver durante las siguientes dos horas: una sobredosis de gran cine filmado con exquisita elegancia y delicado sentido de la narración mecido por una banda sonora que nos empapará el alma. Cate Blanchett y Rooney Mara, sus actrices protagonistas (ambas lo son, la consideración de Mara como actriz de reparto en los Óscar es puro oportunismo para acaparar nominaciones) realizan dos interpretaciones maravillosas; cargada de elegancia Blanchett y de una vulnerabilidad desarmante Mara que realiza probablemente el mejor trabajo de su carrera hasta ahora. Completan el reparto (estos sí) Sarah Paulson y Kyle Chandler con dos trabajos notables.
Blanchett y Mara son Carol Aird y Therese Belivet, una mujer acomodada y una dependienta de grandes almacenes respectivamente que se sienten irrefrenablemente atraídas lo cual les llevará a iniciar un camino de descubrimiento de la sexualidad como trasfondo y del amor en primer plano (aunque esto admite que haya quien lo vea al revés).
El director Todd Haynes, que se hizo célebre en 2002 por reinventar el cine a lo Douglas Sirk en Lejos del cielo con una soberbia Julianne Moore, solo ha filmado desde entonces un largometraje para la gran pantalla, la marciana y desigual I’m not there (2007) sobre la vida de Bob Dylan, y una miniserie para la pequeña (pantalla), la maravillosa Mildred Pierce, protagonizada por Kate Winslet, para esa factoría de hacer ficción de calidad llamada HBO. En sus tres mejores obras se apoya en grandes actrices (Moore, Winslet, Blanchett) para filmar algo tan arriesgado como el melodrama manteniéndose en el finísimo filo que delimita sensibilidad y sensiblería sin caer nunca de este último lado.
Para ello, Haynes adopta una mirada limpia, rehúye el fácil y manido recurso de expresar las emociones únicamente a través de las palabras y del desgarro de sus protagonistas para desplazar la carga emotiva a una sabia utilización de varios objetos inanimados a los que llena de contenido poético: el precioso tren de juguete, los guantes (que propician el reencuentro de los personajes), la agenda en la que Therese apunta sus pequeñas cosas, los discos de vinilo, la cámara de fotos, el arma, el teléfono al que se susurran palabras que no encuentran oído al otro lado del auricular… Todo es sutil, delicado, y respetuoso con la emotividad del espectador.
Mucho mérito de esto radica en el buen guion de Phyllis Nagy que adapta una controvertida novela de Patricia Highsmith que inicialmente publicó en 1952 con el título “El precio de la sal” bajo el seudónimo Claire Morgan y no se atrevió a reeditar con su auténtica firma y retitulada como “Carol” hasta 37 años después. No resulta difícil comprender las razones por las que la autora no se atrevió a firmar su obra en plenos años cincuenta en unos Estados Unidos dominados por un conservadurismo recalcitrante. La historia de amor entre dos mujeres en la cual Highsmith aludía a su propia homosexualidad no parecía la manera más apropiada de continuar una carrera iniciada con el éxito que le proporcionó su primera novela “Extraños en un tren” escrita tan solo dos años antes.
Hacía mucho tiempo que no sentía el irreprimible impulso de salir disparado del cine a buscar una tienda donde comprar el disco con la banda sonora de la película que acababa de ver. Hubo un tiempo en que me ocurría muy a menudo (John Barry, Ennio Morricone y Michael Nyman solían ser los culpables) pero, cosas de la edad, supongo, llevaba tiempo sin hacerlo. La banda sonora de Carter Burwell es de esas que trasciende la película y hace que cuando se escucha uno visualice mentalmente planos del film. Con ecos de Philip Glass especialmente en el tema inicial, la partitura va encontrando poco a poco una personalidad propia que contribuye inequívocamente a la emoción del espectador sin realizar burdos subrayados.
En cuanto a la dirección artística, si no fuera porque murió en 1967 pensaría que se la habían encargado al pintor Edward Hopper, no sé hasta cuántos cuadros suyos se pueden reconocer en planos de Carol, cuando la película sea editada en formato doméstico volveré a verla en mi casa identificando todos los cuadros que pueda, pero la huella del pintor americano es obvia para cualquiera que conozca aunque sea someramente su obra. La fotografía de Edward Lachman y el vestuario de la infalible Sandy Powell (dos de las cinco nominaciones al Óscar a mejor vestuario de este año son suyas, por Carol y por La Cenicienta) completan una película redonda en la que nada falla y que incomprensiblemente fue ninguneada por el jurado en el pasado Festival de Cannes que la despachó con un solo premio, el de interpretación femenina para Rooney Mara, que para mayor escarnio hubo de compartir con Emmanuelle Bercot por Mon Roi.
Tampoco los Óscar han sido demasiado generosos con Carol pues a pesar de sus seis nominaciones (las dos actrices, el guion, la banda sonora, la fotografía y el vestuario) ha sido incomprensiblemente apartada de las categorías de mejor película y mejor director. No tiendo a utilizar los Óscar (ni siquiera el Festival de Cannes) como barómetro del mejor cine del año, pero negar la importancia y repercusión de estos premios (y del Festival de Cannes) sería estúpido y creo firmemente que Carol es una de las mejores películas de 2015.
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me alegro mucho por esta crítica, en la línea de lo que pensaba ya sobre la película