Las críticas de Óscar M.: La vida secreta de Walter Mitty
La cíclica crisis que nos azota en estos años ha provocado diferentes puntos de vista en los estudios de la industria cinematográfica, como fiel reflejo del resto de la sociedad. Hay quien ve en estos oscuros (económica y laboralmente hablando) tiempos una forma de sacar provecho sobre otros y quien aguanta el tirón como puede, intentando no hacer ningún mal.
La vida secreta de Walter Mitty es una clara muestra de estos dos tipos de personas en una situación (lamentablemente) común: el cierre o transformación de una empresa, lo que implica despidos de personal, eliminación de gastos y maximización de beneficios.
Pero ahí está el buenazo de Ben Stiller para dirigir una película que le dice a los espectadores lo que deben pensar y cómo deben actuar en sus vidas ante estas situaciones, y ahí es donde la película peca de pretenciosa y moralizadora.
La gris realidad del protagonista se ve momentánea y parcialmente eclipsada por unos instantes en los que Walter «abandona» su existencia para volar mentalmente a un mundo imaginario donde es capaz de enfrentarse a su nefasto y cretino nuevo jefe o donde por fin se atreve a decirle a la chica de sus sueños que quiere una cita con ella.
Lástima que este recurso quede como un mero anzuelo publicitario y, terminado el primer tercio de la película (cuando el protagonista se decide a tomar las riendas de su destino), la acción se estanque en la nueva realidad y comience el proceso de lavado de cerebro al espectador.
La película se vuelve edulcorada, excesivamente optimista y manida, elevando a la máxima potencia la máxima católica de «poner la otra mejilla» y el dicho común de «el universo le da a cada uno lo que se merece» (también llamado karma o justicia universal), obligando a que el espectador se sienta bien por las elecciones del protagonista.
Abandonando casi por completo el enfoque cómico, las continuas aventuras del protagonista por encontrar lo que busca o sus motivaciones se vuelven difusas y, en ocasiones, son poco relevantes para la resolución del argumento, como buen MacGuffin,
Hay que agradecer este tipo de movimientos positivos por parte de la industria (gracias a ellos no todo es tristeza y drama), pero ya tuvimos hace dos años un intento similar con Larry Crowne y ni para Tom Hanks ni para Julia Roberts aquella aventura salió bien. No hay muchas diferencias con la que estrena ahora Ben Stiller.
Interpretativamente, Stiller sigue encasillado en su papel de perdedor eterno, por lo que no hay mucho que destacar (es un papel similar al que ya ha repetido en varias ocasiones en diferentes películas), tampoco Shirley MacLaine se distancia mucho de anteriores trabajos. Tal vez se pueda destacar a Adam Scott como odiable jefe o el desaprovechado personaje de Kathryn Hahn.
Respecto a la música, es más destacable los temas musicales elegidos para la película que la banda sonora incidental compuesta, que tampoco deja mucho recuerdo en el espectador una vez que acaban los créditos.
Tal vez lo único realmente curioso de la película que merezca la pena destacar sea el recurso de incluir los textos de pantalla (incluso los créditos iniciales) dentro de las propias imágenes (un recursos muy bueno que ya se usó en La habitación del pánico o en la serie Doctor Who). Lamentablemente esta versión desaparecerá cuando la película se edite en formato doméstico (como las versiones nacionales de las películas de Kubrick).
La vida secreta de Walter Mitty es ideal en época navideña para espectadores melancólicos y para los propósitos de principios del nuevo año para optimistas irreales. Tras verla, me he quedado igual. Definitivamente, no debo tener corazón.