Las críticas de Laura Zurita:
The Running Man
Un hombre se une a un programa de juegos en el que los concursantes, a los que se les permite ir a cualquier parte del mundo, son perseguidos por «cazadores» empleados para matarlos.
The Running Man está dirigida por Edgar Wright y escrita por Edgar Wright y Michael Bacall, adaptando la novela «El fugitivo» de Stephen King, que ya tuvo una adaptación cinematográfica anterior titulada Perseguido (1987), dirigida por Paul Michael Glaser. En su reparto encontramos a Glen Powell, Katy O’Brian, Daniel Ezra, Karl Glusman, Josh Brolin, Lee Pace, Jayme Lawson, Michael Cera, Emilia Jones y William H. Macy. La película se estrena el 21 de noviembre de 2025 de la mano de Paramount Pictures.
Mordaz advertencia disfrazada de diversión
Un elemento fundamental para comprender el alcance de esta nueva versión es su diálogo con la novela original de Stephen King, publicada en 1982 bajo el seudónimo de Richard Bachman. En ella, King proponía un relato feroz y despojado, donde el terror no procedía del espectáculo visual, sino de la desesperación económica y social de un país al borde del colapso. La atmósfera era más oscura, más íntima y más política: Ben Richards era un hombre corriente, que se convertía en héroe empujado por una maquinaria que trituraba a los pobres para alimentar el entretenimiento masivo.
Esa brutalidad ética fue suavizada primero por El precio del peligro (Yves Boisset, 1983), la precursora francesa que transformó la premisa en thriller televisivo y abrió la puerta al espectáculo, y después por Perseguido (Paul Michael Glaser, 1987), donde Arnold Schwarzenegger encarnó un héroe musculado y sarcástico, inmerso en un universo pop y estilizado marcado por la estética hiperbólica del cine estadounidense de los ochenta.
Ahora, Edgar Wright dirige una nueva versión de The Running Man en la que el espectáculo es parte del concepto pan y circo, útil para tranquilizar y anestesiar al público. El resultado es, en buena medida, un alarde técnico y narrativo que privilegia la diversión, si bien la mordaz advertencia que reclama la premisa original de Stephen King sigue presente. Esta nueva adaptación de la novela recupera la crítica social y desesperación moral presente en el texto original, pero también abraza el pulso de un espectáculo visual heredado de sus antecesoras, lo que genera una tensión productiva que define su identidad, muy bien conseguida, por cierto. The Running Man fue para mí una sorpresa agradable, que superó amplia y gozosamente mis expectativas.

Un héroe empujado por la furia y la necesidad
Esta nueva versión de «El fugitivo» sabe controlar el ritmo: las secuencias de persecución están montadas con una precisión en su puesta en escena que muchas producciones de acción la envidiarían, sin duda, mantienen al espectador al borde de la silla. El montaje impone vértigo, pero también diversión, y la película pasa rápida, como un suspiro.
En ese núcleo físico de The Running Man destaca la interpretación de Glen Powell como Ben Richards. Powell, que ya nos hizo disfrutar de su aspecto cómico y su físico apuesto y camaleónico en Hit Man. Asesino por casualidad (Richard Linklater, 2023), entrega aquí un trabajo cautivador. Powell no encarna a un superhéroe invulnerable, sino un hombre empujado por la furia y la necesidad. Ese anclaje humano es una baza importante para el atractivo de la película, despertando la empatía del espectador en un rol que sostiene el carril emocional del relato.
La tensión promete un espacio común entre diversión y crítica social, pero Wright mantiene el equilibrio, para que la advertencia social no supere al espectáculo. The Running Man se mueve, con elegancia, entre la denuncia hacia la complicidad del público en el espectáculo, la banalización de la violencia y la deshumanización mediática, manteniendo una estética brillante y desmesurada.
Corriente contemporánea
The Running Man forma parte de una corriente contemporánea que retoma la sospecha hacia los formatos de entretenimiento que consumen vidas humanas. Recordemos títulos como Battle Royale (Kinji Fukasaku, 2000) o la saga de Los juegos del hambre o, como obra seminal, la reciente La larga marcha (Francis Lawrence, 2025). Es curioso que dos adaptaciones de obras escritas por Stephen King bajo el mismo pseudónimo se hayan rodado al mismo tiempo y compartan nuestras pantallas con un tema de fondo similar. A diferencia de esos ejemplos que optan por extremos que hacen de la denuncia un gesto descarnado, Wright elige un tono espectacular y extremadamente entretenido.
Técnicamente, The Running Man es brillante. La fotografía de Chung-hoon Chung retrata los distintos colores de la vida en las zonas pobres y las privilegiadas, y combina encuadres nerviosos con planos largos, dándonos algunos descansos en la tensa persecución. La dirección de arte construye un mundo coherente que resulta familiar y extraño a la vez, un escenario de ciencia ficción ochentera, pero actualizada, porque este futuro del que habla es casi el ahora. La música es épica en los momentos de peligro y tranquila cuando debe serlo, y acompaña sin distraer.

El control remoto de la sociedad
Donde la película flaquea ligeramente es en el guion. El tono se sitúa acertadamente entre el realismo y la ficción científico-fantástica, pero algunas subtramas secundarias quedan sin concluir y el final quiebra el tono.
En el plano simbólico, el gran mérito de The Running Man es recuperar la tesis tan vigente como incómoda de que la televisión y las plataformas son mecanismos, voluntariamente aceptados, de control social. El público, anestesiado, aprende a disfrutar consumiendo sufrimiento, lo que nos suena mucho de programas reales de gran aceptación.
The Running Man es una obra que satisface como entretenimiento de acción y, en sus mejores momentos, despierta la reflexión que la novela ya planteaba en sus páginas. Glen Powell firma su mejor actuación hasta la fecha y la puesta en escena de Edgar Wright es precisa y brillante. Suspense, ritmo y una distopía contemporánea narrada con oficio resultan en una obra al tiempo divertida e inteligente.
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