Las críticas de José F. Pérez Pertejo en la 69 SEMINCI:
Vermiglio
Vermiglio es un pueblo del norte de Italia, situado en la provincia de Trento, en plenos Alpes. De ahí toma su título la película y hasta allí, pero en 1944, nos traslada durante dos horas la directora italoargentina Maura Delpero para relatar una historia familiar, intimísima a pesar de la grandiosidad del paisaje, en la que, tras su aparente sencillez argumental, se cuecen temas de fondo como la maternidad, la autoridad paterna, la inocencia perdida, los roles y relaciones familiares y el determinismo con que estos establecen aquello a lo que uno puede llegar en la vida.
No sé cuál será la situación actual de Vermiglio en cuanto a comunicaciones o infraestructuras, pero Delpero pone un esforzado empeño en señalar la situación de aislamiento de un pueblo de montaña durante el último año de la Segunda Guerra Mundial al que tan solo un rudimentario y ocasional autobús parece poner en contacto con el resto del mundo.
El maestro (Tommaso Ragno), además de patriarca de la numerosa familia Graziadei, se erige como la máxima autoridad de un pueblo en el que no aparecen rastros reseñables de un alcalde, un cura y los del médico son testimoniales. Parece estar imbuido de un poder supremo para decidir, con sus calificaciones, qué va a hacer y hasta dónde puede llegar en la vida cada uno de sus alumnos, muchos de ellos sus propios hijos. Así desprecia a su hijo mayor Dino (Patrick Gardner), el único que no parece respetar la autoridad de la figura paterna o decide los diferentes destinos de sus tres hijas, la mayor, Lucía (Martina Scrinzi), encaminada a perpetuar el papel de su madre y parir hijos año tras año, la mediana Ada (Rachele Potrich) a acabar en un convento y la pequeña Flavia (Anna Thaler) a ser la única merecedora de seguir estudiando en un internado y tener la oportunidad de salir de la aldea.
El tiempo en el pequeño pueblo se consume marcado por el devenir de las estaciones y en cada una de ellas, el ciclo familiar sigue sus etapas con una cadencia asumida, casi como rutina, por todos sus integrantes, como si lo normal fuera que todos los años la madre (Roberta Rovelli) gestase un bebé que naciese para incrementar la numerosa familia y ser colocado en el pesebre del niño Jesús en la celebración del Nacimiento durante la Navidad, “pero este año no puede ser porque el bebé ha muerto” explica el pequeño Pietrín con toda naturalidad.
La rutina se rompe con el regreso al pueblo de un primo de la familia que ha desertado de la guerra y llega acompañado de un forastero siciliano, Pietro (Giuseppe De Domenico) que no tarda en enamorarse de Lucía y desencadenará el meollo argumental de la película aunque, en ningún momento, lo argumental sea lo más importante del film. A Delpero le interesan mucho más sus personajes y cómo viven hacia adentro lo que les sucede que lo que realmente sucede.
Frente a la estridencia y el ruido de algunos directores que se consideran más importantes que sus películas y pretenden distinguirse en cada secuencia a base de planos imposibles, subrayados narrativos o artificios estéticos, Maura Delpero reivindica un cine de mínimos, de gran austeridad formal, en el que la cámara ejerce un papel de testigo mudo y la música sólo hace presencia diegética a través de un viejo tocadiscos que hace sonar a Vivaldi o Chopin. La dirección de fotografía no cae en la tentación de exhibir impúdicamente la majestuosidad del paisaje y encuentra la forma de mostrar la belleza con sutileza.
Vermiglio tiene un tempo pausado en el que predominan los silencios. Los personajes, muchos de ellos interpretados por actores no profesionales o con poquísima experiencia, expresan sus emociones sin necesidad de grandes parlamentos y son vehiculizadas por miradas y gestos mínimos. Aunque algunos están más desarrollados que otros en el guion, todos tienen una entidad personal más allá del rol que desempeñan en la estructura familiar. Particularmente interesante y lleno de aristas y matices resulta el personaje de Ada, la hermana mediana, que, por momentos, asume la mirada subjetiva a través de la cual se narran los acontecimientos familiares.
En conclusión, Vermiglio es una película cuidada, elegante y sensorial que tras una apariencia academicista propone, sin embargo, una mirada lúcida y desprejuiciada al pasado para entender el presente. Cine del bueno que fue reconocido con el Gran Premio del Jurado en el pasado Festival de Venecia y ha sido elegida por la academia de cine italiana para representar a Italia en la carrera por el Óscar a la mejor película internacional.
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Tiene interés lo que cuenta y el reconocimiento en Venecia nos indica que es digna de ser tenida en cuenta de cara a los premios.