miércoles, septiembre 27, 2023

Ciclo Mia Hansen-Løve: Crítica de ‘El padre de mis hijos (Le père de mes enfants, 2009)’

Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Ciclo Mia Hansen-Løve
El padre de mis hijos (2009)

Si Mia Hansen-Løve había dedicado su primera película a la memoria del productor Humbert Balsan, su segundo film, El padre de mis hijos, se constituye como un auténtico tributo a su vida y muerte a través del personaje protagonista (al menos de la primera mitad del film), un productor llamado Grégoire Canvel (Louis-Do de Lencquesaing) que lucha denodadamente por mantener a flote Moon Films, una productora cinematográfica llena de deudas y problemas, sin renunciar a seguir produciendo películas pequeñas, de modestas ambiciones comerciales y, por tanto, poco o nada rentables.

El padre de mis hijos nos presenta a Grégoire como un hombre permanentemente pegado al teléfono móvil, a un cigarrillo, al volante de su coche y, en ocasiones, a las tres cosas al mismo tiempo mientras trata, desde la distancia, de controlar rodajes cuyos presupuestos se disparan por los egos de los directores o actores o por pequeñas catástrofes técnicas.

Hansen-Løve construye toda la primera mitad del film alternando secuencias de esta caída en picado de la productora con otras, más amables, felices incluso, de la vida familiar de Grégoire junto a su esposa Sylvia (Chiara Caselli) y sus tres hijas: la adolescente Clémence (Alice de Lencquesaing) y las pequeñas Valentine y Billie. El guion teje con sutileza estas dos vertientes de la vida de Grégoire, mostrando sin estridencias ni subrayados como el trabajo interfiere en su vida familiar y, en segunda instancia, en su estabilidad emocional.

El padre de mis hijos

Se advierte en El padre de mis hijos, una mayor madurez para filmar estas escenas familiares, ya apuntada en su ópera prima, que se han convertido en una de las señas de identidad de la directora francesa. A través de estas secuencias que en una visión superficial podríamos confundir con tiempos muertos: una representación teatral infantil casera, un baño familiar en un acantilado, una visita turística a una iglesia templaria en ruinas o a los mosaicos bizantinos de Rávena, sirven a Hansen-Løve para perfilar a su protagonista como un tipo ilustrado, sensible y profundamente humano, en cuyo interior conviven el profundo amor que siente por su familia con el abismo al que se asoma su productora en permanente riesgo de quiebra.

Hansen-Løve apuntala toda esta primera mitad del film con varias secuencias premonitorias, que pueden pasar inadvertidas en un primer visionado, con las que apunta al fatal desenlace de un Grégoire cada vez más acorralado por sus acreedores, pero con el empecinado orgullo (llamémosle así) de negarse a vender su catálogo de películas o aceptar cualquier solución que pase por una retirada. La conversación con su asesor financiero que termina con un “me tiraré por la ventana” y el plano de una ventana abierta un par de minutos después funcionan como una advertencia al espectador de que toda la presión narrativa que se ha ido cociendo hasta ese momento terminará por estallar poco después de que, Grégoire, se abrace a su mujer, la única ante la que manifiesta su desesperación, diciéndole que “no puede más”.

Del mismo modo que había ocurrido ya en su primera película, en la segunda mitad (tal vez podríamos hablar de segundo acto) de El padre de mis hijos, un personaje que durante la primera parte de película había aparecido como marginal en la trama, Clemence (Alice de Lencquesaing), la hija mayor, se apodera del centro del relato y Mia Hansen-Løve vehiculiza a través de ella las emociones del espectador. En ambos casos, la Pamela adolescente de Todo está perdonado y la Clemence de El padre de mis hijos, puede reconocerse el alter-ego de una directora que nunca ha negado la impronta de su vida personal en sus guiones.

El padre de mis hijos 2

Además de la preponderancia de Clémence como eje de la mirada de Hansen-Løve, en esta segunda mitad del film también toman relevancia otra serie de personajes, apenas esbozados en el inicio del film, como Serge (Éric Elmosnino), el mejor amigo de la familia o los empleados de la productora, fundamentalmente encarnados en la secretaria personal de Grégoire interpretada por la siempre fantástica Sandrine Dumas. Ambos ponen en relación a la familia de Grégoire con la realidad de Moon Films mientras el trasfondo del relato funciona a modo de imagen invertida de la ofrecida durante la primera parte: la disolución del legado material de Grégoire convive con la reivindicación de su legado humano, el duelo y la pérdida hace atravesar a los personajes del rencor y la incomprensión a la aceptación y el amor. Lo que Grégoire les dio como esposo, padre y jefe termina imponiéndose a lo que les quitó.

A partir del hecho determinante del relato, el film se empapa de una melancolía y una desolación que Hansen-Løve escribe con delicadeza exquisita y filma con una puesta en escena sencilla, limpia, honesta y coherente con una película profundamente humanista, dolorosamente hermosa y, por paradójico que parezca, culminada con un tono optimista en ese “volver a empezar” con la familia embarcada en un taxi rumbo a una nueva etapa vital mientras suena el «Qué será será» en la voz de Doris Day.

El padre de mis hijos

9

Puntuación

9.0/10

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