martes, diciembre 10, 2024

Crítica de ‘¿Quién puede matar a un niño?’: La isla de los malditos

Las críticas de Daniel Farriol:
¿Quién puede matar a un niño?

¿Quién puede matar a un niño? (1976) es un filme de terror español escrito y dirigido por Narciso Ibáñez Serrador (La residencia, Historias para no dormir), basado en la novela «El juego de los niños» de Juan José Plans. La historia nos muestra a una pareja de turistas ingleses, Tom y Evelyn, que viaja a una población costera española para disfrutar de una tardía luna de miel. Sin embargo, la pequeña isla donde finalmente recalan parece estar habitada únicamente por niños. Está protagonizada por Lewis Fiander (Dr. Jekyll y su hermana Hyde, Ahora no, camarada), Prunella Ransome (Alfredo el Grande, El hombre de una tierra salvaje), Antonio Iranzo, Miguel Narros, María Luisa Arias, Marisa Porcel, María Druille y Lourdes de la Cámara. Proyectada el día 13 de Junio de 2022 en el mk2 Cine Paz dentro del ciclo «Tarde de Perros» de Alejandro G. Calvo.

El juego de «Chicho»

¿Quién puede matar a un niño? de Narciso Ibáñez Serrador es una de las obras cumbres del Fantaterror español, un subgénero que estuvo en boga, especialmente, durante los años 60-70 con películas que, aún vistas hoy en día, resultan tremendamente modernas en lo formal y muy rompedoras por su atrevimiento argumental. Tras el enorme éxito de público de La residencia (1969), el binomio freudiano formado por «Chicho» Ibáñez Serrador Luis Peñafiel (seudónimo con el que él mismo firmaba los guiones) tardó casi 7 años en estrenar esta segunda y, a la postre, última película realizada para cine, en la que adaptaba la novela «El juego de los niños» de Juan José Plans.

El argumento nos presenta a Tom (Lewis Fiander ) y Evelyn (Prunella Ransome), unos turistas ingleses que están de vacaciones por España, en la costa levantina, y más en concreto en el pueblo ficticio de Benavís que está de Fiesta Mayor. Los desfiles de gigantes y cabezudos, los fuegos artificiales y las multitudes en las calles les impiden descansar como es debido, algo que les llevan a refugiarse al día siguiente en la Isla de Almanzora, un lugar mucho más aislado donde el hombre había estado años atrás. Sin embargo, cuando llegan en barca hasta ese idílico lugar, pronto descubren que sucede algo extraño: la isla parece estar habitada únicamente por niños. Con ese sencillo planteamiento, Ibáñez Serrador nos sumerge en una historia con reminiscencias del folk horror que va volviéndose cada vez más perturbadora y perversa.

Los niños contra los adultos

¿Quién puede matar a un niño? se inicia con una (excesivamente) larga secuencia de créditos en la que durante 8 minutos se intercalan desagradables imágenes reales de guerras y conflictos históricos que han provocado la muerte a millones de niños indefensos. El tono didáctico/discursivo de la voz en off tan solo es interrumpido por una inquietante nana compuesta por Waldo de los Ríos en la que unas voces infantiles tararean y ríen, creándose una atmósfera de desasosiego musical muy similar a la que había ideado Christopher Komeda en La semilla del Diablo (Roman Polanski, 1968) o en la que años más tarde incidiría Jerry Goldsmith con su tema de apertura para Poltergeist (Fenómenos extraños) (Tobe Hooper, 1982).

Esa extraña presentación le sirve al director para plantear el conflicto entre adultos-niños y dar una explicación a lo que sucederá posteriormente en la isla. Ahí existe una diferencia notable con el libro que adapta. Juan José Plans planteaba en su texto una especie de venganza abstracta de la naturaleza contra el hombre, ya que los niños enloquecían al entrar en contacto con un polen amarillo que transformaba su voluntad para convertirlos en asesinos. Por su parte, «Chicho» hace que los niños se comuniquen entre sí mediante telepatía y actúen como si fueran una colmena agitada para confrontar a los adultos. La violencia y falta de empatía que desarrollan los infantes es un juego en el que deciden acabar con la opresión sufrida durante años para tomar el control definitivo de un mundo caótico que durante años ha sido injusto con ellos, sin tener en cuenta su indefensión y vulnerabilidad.

Pistas en el primer acto

Tras los desconcertantes créditos iniciales presenciamos un primer acto de unos 20 minutos sin mucha enjundia donde vemos a la pareja pasear por las fiestas de Benavís, algo comparable a lo que ahora se haría en cualquier found footage para presentar a sus personajes antes de meterse en harina. Las incómodas imágenes del documental se funden con una postal veraniega de turistas disfrutando de un día de playa. La tranquilidad se trunca con la aparición del cadáver de una mujer que aparece en la orilla y es descubierto por un niño. Para ir poniéndonos en situación, después se nos explicará que a la playa llegan muchas veces objetos que son arrastrados por la corriente desde la isla de Almanzora que es adónde se dirigen los protagonistas.

Así que la presunta ligereza de esa primera parte en Benavís sirve para sembrar algunas ideas que se recogerán más tarde. La escena clave de las fiestas es aquella en la que unos niños juegan con una piñata llena de caramelos. Servirá de espejo a una escena posterior en la isla donde la piñata será la cabeza de un anciano y el palo con el que se golpea una afilada hoz. Es una de las escenas más terroríficas que tiene la película pese a utilizar el fuera de campo para evitar mostrar el momento culminante que adivinamos a través del sonido.

El primer acto también nos deja momentos curiosos como el cameo hitchcockiano del director, no en vano las similitudes entre Los pájaros (1963) y ¿Quién puede matar a un niño? son evidentes. Pero lo más interesante es contrastar el jolgorio constante de Benavís con el silencio sepulcral que hallarán después a su llegada a la isla. La película utiliza poca música para enfatizar las secuencias de terror, solo en momentos puntuales con guiño incluido a la música de John Williams para Tiburón (Steven Spielberg, 1975), filme al que curiosamente superó en la taquilla italiana durante el estreno simultáneo de ambas.

Censura y problemas de producción

Se dice que el guion de ¿Quién puede matar a un niño? fue escrito en solo 4 días, pese a la precisión de lo que cuenta. Al afrontar un tema tabú como es la violencia infantil y la violencia ejercida contra los niños, fue un estreno complicado y muchos países censuraron las escenas más explícitas, siendo prohibida del todo en Islandia y Finlandia. Y es que hay momentos muy perturbadores como el citado de la piñata o aquella otra escena en que los niños examinan morbosamente el cadáver semi desnudo de una mujer que acaban de asesinar. De hecho, existe un remake bastante posterior Juego de niños (Makinov, 2012) que evita la connotación sexual y hace una apuesta por una violencia más salvaje (con mucho menos impacto).

La película se rodó en el pueblo toledano de Ciruelos, donde ya se había filmado ¿Qué nos importa la revolución? (Sergio Corbucci, 1972), pero es mérito de la dirección artística de Ramiro Gómez el transformar las llanuras de Castilla-La Mancha en una verosímil población costera por la que sobrevuelan las gaviotas. Otro de los problemas a los que debió enfrentarse «Chicho» con los productores fue el idioma en que debían estar grabados los diálogos. En la versión original, los turistas ingleses apenas conocen unas pocas palabras de español, lo que ahonda en la sensación de aislamiento e incomunicación que tienen con el entorno, pero finalmente se decidió que el público no estaba dispuesto a leer tantos subtítulos y se acabó estrenando una versión doblada en la que se pierde gran parte de la credibilidad.

Influencias de ida y vuelta

La película tarda unos 28 minutos hasta que la pareja de ¿Quién puede matar a un niño? llega a la isla de Almanzora (también ficticia), pero a partir de ahí nos atrapa por completo con un suspense que irá in crescendo hasta el tenso y terrorífico final. Las calles vacías bajo un sol abrasador se convierten en un escenario atípico para desarrollar un filme de terror, un género que acostumbra a ocultarse entre la oscuridad de las sombras, en cambio aquí casi todo sucede íntegramente a plena luz del día. Más allá de que se cite en un diálogo a La Dolce Vita (Federico Fellini, 1960), las claras referencias cinematográficas del filme son El pueblo de los malditos (Wolf Rilla, 1960) y la antes citada Los pájaros (Alfred Hitchcock, 1963). También podemos hallar un acercamiento a la estética del thriller de ambientación rural tan de moda a principios de los años 70 con Deliverance (Defensa) (John Boorman, 1972) o Perros de paja (Sam Peckinpah, 1972), pero adaptándolo a nuestra propia idiosincrasia.

Respecto al filme de Hitchcock encontramos una escena de similar planificación, aquella en la que Tippi Hedren está sentada en un banco y los pájaros se agolpan tras ella sin que los vea. En esta ocasión, la mujer de un pescador observa el extraño comportamiento de sus hijos al tiempo que la cámara desciende lentamente para mostrar su rostro en un contrapicado que nos descubre a una multitud de niños acechando en lo alto de las rocas. El que encontremos algunas similitudes de puesta en escena no le resta un ápice de personalidad a la película que, a medida que avanza, ofrece encuadres cada vez más insólitos para generar esa sensación de asfixia cuando la pareja es acorralada en una casa del pueblo, algunos de esos planos sitúan la cámara a la altura de la mirada de un niño.

Además, hay que tener en cuenta la influencia que el filme de «Chicho» ha ejercido en generaciones posteriores de cineastas españoles y extranjeros. Tarantino o Eli Roth son fans declarados y es evidente lo mucho que bebe el cine de Álex de la Iglesia del Fantaterror, su reciente Veneciafrenia (2021) no deja de tener una estructura similar. Tampoco me extrañaría que Stephen King hubiera visto la película antes de escribir «Los chicos del maíz», ya que son prácticamente coetáneas.

El miedo a lo cotidiano

Por todo lo explicado, ¿Quién puede matar a un niño? es una joya irrepetible dentro del cine español y, por ende, en el cine de género. Un artefacto malsano donde Narciso Ibáñez Serrador desplegó toda su mala baba habitual con la luminosa complicidad en la fotografía de José Luis Alcaine. El director nos obliga a enfrentarnos a una pregunta incómoda para reflexionar sobre el daño infringido a nuestros menores a través de la violencia de los adultos, un toque de atención sobre cómo algo así puede acabar revertiendo hacia nosotros mismos. Es un discurso social aún vigente que daría para debatir largo y tendido, pero sobre todo la película es un ejemplar ejercicio de estilo, sin apenas artificios (las únicas licencias son el elevado número de niños que aparecen para lo pequeño que es el pueblo y una sobrevenida transición día-noche en un trayecto en coche por la pequeña isla).

¿Quién puede matar a un niño? sigue siendo altamente provocadora y perturbadora, con ideas tan salvajes (¡spoiler!) como convertir a un feto en el asesino de la madre que lo lleva en su vientre. Toda esa secuencia en la que antes la pareja ha matado al primer niño, tiene una puesta en escena conceptualmente brillante. El reparto hace un trabajo desigual, «Chicho» nunca quedó contento con el trabajo de Lewis Fiander (en parte porque él quería a Anthony Hopkins para el papel), pero tanto él como Prunella Ransome consiguen transmitir el contradictorio miedo que sienten delante de los niños, la representación máxima de la inocencia. Y es ahí dónde radica el verdadero terror de la película, en la metamorfosis de lo cotidiano (juegos infantiles) para convertirlo en algo atroz y sangriento.


¿Qué te ha parecido la película?

¿Quién puede matar a un niño?

9

Puntuación

9.0/10

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