Las críticas de Daniel Farriol:
Madres verdaderas
Madres verdaderas (True Mothers) es un drama japonés dirigido por Naomi Kawase (Hacia la luz, Una pastelería en Tokio). El guion está escrito por la directora junto a Izumi Takahashi (Museum, Kyôaku), adaptando la novela de Mizuki Tsujimura (Tsunagu, Asa ga kuru). Es la historia de Satoko y su marido que, tras una larga e insatisfactoria lucha por quedarse embarazada, deciden adoptar a un niño. Años después, su familia se tambalea con la amenaza de Hitari, una chica desconocida que dice ser la madre biológica. Está protagonizada por Hiromi Nagasaku (Receta de duelo, Rebirth), Arata Iura (Unnatural, Asleep), Aju Makita (Under the Stars, Pure Japanese), Miyoko Asada (0.5 mm, Running Again), Hiroko Nakajima, Tetsu Hirahara y Taketo Tanaka. La película estuvo a competición en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián 2020. Se ha estrenado en salas comerciales gracias a La Aventura Audiovisual el día 6 de Agosto de 2021.
Un viaje luminoso a las profundidades del sentimiento maternal
La directora japonesa Naomi Kawase vuelve a incidir en la maravillosa Madres verdaderas en ese personalísimo universo suyo donde combina como nadie la exposición sincera de los sentimientos humanos, el preciosismo estético y la experimentación cinematográfica. En ese marco son temas capitales en su cine las relaciones familiares, la maternidad y la fusión de la naturaleza humana con la paisajística. Más accesible y comercial que en sus inicios, la cineasta sigue sin perder esa constante búsqueda de una narrativa visual perfecta que esté al servicio de las emociones que quiere transmitir en cada instante. Los que disfrutaron con El bosque del luto (2007) o Aguas tranquilas (2014) se verán representados en algunas escenas. Los que prefieran Una pastelería en Tokio (2015) o Hacia la luz (2017), también.
Por eso, para contar la historia de Madres verdaderas, utiliza sin solución de continuidad el flashback, la elipsis o el tono documental que tan bien funciona en determinados momentos. Todo es útil dentro de un imaginario que nunca pierde la uniformidad. Maneja un material frágil y sensible que en manos de otro director menos capaz podría adquirir los tics de los peores telefilmes de sobremesa o simplemente perderse en una plasmación esteticista y vacua como discurso panegírico de sus postulados sobre la maternidad. Pero no, Kawase es una cineasta sensible y brillante que más allá de dotar a sus imágenes con una belleza preciosista y arrebatadora es capaz de transportar al espectador hacia un viaje luminoso que le conduce de lo onírico a lo terrenal y de lo emotivo a lo doloroso. Cine con mayúsculas.
Los padres adoptivos
La historia de Madres verdaderas podría ser de culebrón. Hay que hacer el esfuerzo de sumergirse en la cultura nipona para alcanzar a comprender algunas de las situaciones que se plantean. Todo comienza con la llamada de una profesora a la madre de un niño que al parecer ha tirado a otro por un tobogán causándole un esguince. Es un detalle que no parece tener mucha relevancia con lo que vendrá después, pero que nos sirve para adentrarnos en la manera de pensar y relacionarse de los ciudadanos japoneses. La mujer, Satoko (Hiromi Nagasaku), no cree que su hijo haya sido capaz de hacer lo que dice el otro niño. Se podría decir que es la intuición que siente como madre. Sin embargo, los padres del otro niño exigen una disculpa y una compensación económica por tratarse de una familia que pertenece a un estatus social inferior. La sociedad japonesa se rige por unos valores éticos profundos, pero la exigencia de la excelencia en todos los ámbitos de la vida también les conduce a veces a ser un poco clasistas.
Tras ese sencillo punto de partida empieza a profundizarse en la verdadera historia de la película. Descubriremos que el niño en realidad es adoptado y es entonces cuando Kawase nos mostrará con detenimiento la historia de los padres desde que reciben la noticia de que no pueden tener hijos hasta que deciden decantarse por la adopción. Es un proceso complicado y lleno de incertidumbre que se acrecienta en ese Japón tan tradicional y familiar que casi convierte en un fracaso personal el no poder formar una familia. De ahí que veamos al padre en una escena que tras descubrir su infertilidad sugiera a su esposa la posibilidad del divorcio para que pueda buscarse otro hombre que sí le pueda dar hijos. Finalmente deciden continuar juntos para acudir a Baby Baton, un lugar que pone en contacto a padres que no pueden tener hijos con mujeres que no pueden hacerse cargo de los suyos.
La madre biológica
Todo se complicará años después cuando los padres adoptivos reciban la llamada de la madre biológica diciéndoles que quiere recuperar la custodia de su hijo. El encuentro será tenso y la chica parece ser una impostora que solo busca aprovecharse económicamente de un matrimonio bien situado en el escalafón social. Ahí Kawase introduce en Madres verdaderas otro larguísimo flashback que se concentrae en el personaje de Hitari (Aju Makita), la madre biológica. Conoceremos la historia de su primer amor y como llegó a quedarse embarazada con tan solo 14 años. Esa situación complicará la relación con sus padres y finalmente le empujará a buscarse la vida por su cuenta.
Ahí volveremos a ver como la directora se muestra crítica con una sociedad japonesa anclada en el tradicionalismo patriarcal más caduco, en la estigmatización de la mujer en unos valores familiares concretos y en la falta de empatía con el prójimo. También asistiremos a las dificultades que tienen las chicas japonesas para salir adelante solas sin tener que caer en las redes de la prostitución o en los prestamistas de conducta mafiosa. Por eso no debemos dejarnos engañar por la bellísima fotografía de Yûta Tsukinaga (¿Algún llorón por ahí?, Little Nights, Little Love) y Naoki Sakakibara (Muchu sa, kimi ni). Su tratamiento de ensoñación catártica para la luz que baña a sus personajes no debe despistarnos de la historia de fondo. Madres verdaderas es muy dura y el sufrimiento de casi todos los personajes tiene un enfoque absolutamente realista que te llega al corazón.
Cine humano y humanista
Madres verdaderas es un tratado feminista sobre la maternidad. Un sentimiento que va mucho más allá de la posibilidad o querencia de gestar un bebé en el vientre. Una decisión personal e intransferible. Tanto Satoko como Hitari son madres ejemplares más allá de las circunstancias que les ha tocado vivir. Ambas comparten un amor incondicional por su hijo. Eso contrasta con la educación que recibe la chica en su seno familiar o con el sentimiento de abandono de otras chicas con las que Hitari se cruza en Baby Baton. Ese lugar de acogida en un entorno idílico que se convierte en el verdadero hogar anhelado por madres solteras, adolescentes imprudentes, prostitutas u otras mujeres que deben ocultar sus embarazos para no ser repudiadas o desplazadas en la escala moral japonesa. Ahí encontrarán a otra madre verdadera en la figura de Shizue Asami (Miyoko Asada), una afable mujer que regenta el lugar y les da el cariño que necesitan en un periodo de sus vidas tan complicado.
Estamos ante un película delicada que apela a las emociones del espectador. Así que prepara la caja de clínex, por si acaso. Naomi Kawase vuelve a demostrar su enorme capacidad para el estudio de personajes sin importarle la dilación temporal ni la exageración evocadora de sus imágenes. Las actrices Hiromi Nagasaku y Aju Makita están espléndidas. Es una marca de estilo que la piel y la carne se fundan con la naturaleza del entorno. Lo físico y lo etéreo. El alma y el ser. Madres verdaderas es belleza pura, esa que también duele. Cine humanista de gran recorrido emocional que cada vez es más necesario encontrar en una época en la que abunda lo superficial.
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