viernes, abril 26, 2024

65 SEMINCI. Ciclo Free Cinema: De jóvenes airados, dramas de fregadero y realismo social

Bajo la denominación Free Cinema se cobija un importante número de películas realizadas, entre finales de los cincuenta y principios de los setenta del pasado siglo, por una generación de directores británicos que, con las pertinentes diferencias nacionales, se unieron a los aires de renovación que circulaban por Europa tomando diferentes nomenclaturas como la más célebre Nouvelle Vague francesa, la Nueva Ola checa o el Nuevo Cine Español. Esta generación compuesta por realizadores de la talla de los fundadores Tony Richardson, Lindsay Anderson y Karel Reisz se completa con nombres como John Schlesinger, Bryan Forbes, Jack Clayton, Peter Glenville, Guy Green, Desmond Davis o incluso el norteamericano Joseph Losey, un auténtico trashumante del cine, algunos de cuyos films se ajustan a esta corriente renovadora.

Desde el Free Cinema se defiende una nueva aproximación a la realidad tratando de dar un significado dramático a las vidas cotidianas de la clase trabajadora en contraste con los miembros de la clase media con los que, a menudo, se la confundía. El movimiento surge como reacción al documental (y por extensión al resto del cine) clásico británico al que toda esta nueva generación de cineastas tachaba de demasiado atado a las formas de producción y realización tradicionales. Pretenden también despegarse de los únicos raíles por los que parecía poder transitar el cine británico, ya fueran las superproducciones de aventuras del tipo de los hermanos Korda, las adaptaciones teatrales académicas o las comedias surgidas de la Ealing.

Es decir, los presupuestos del Free Cinema no son sólo temáticos, estilísticos o ideológicos sino también se proponen nuevos modos de producción fuera de la industria del cine (a la que se acusaba de ser espejo de la norteamericana) que se convierten en ideario a través del primer manifiesto del Free Cinema publicado en 1956 por los directores Lindsay Anderson, Tony Richardson, Karel Reisz y la estudiante de arte Lorenza Mazzetti:

  • Ninguna película puede ser demasiado personal.
  • La imagen habla. El sonido la amplifica y comenta.
  • El tamaño es irrelevante.
  • La perfección no es un objetivo.
  • Actitud significa estilo. Estilo significa actitud.

Muchas de estas películas han sido a menudo etiquetadas con la denominación de otro movimiento a caballo entre lo literario y lo cinematográfico conocido como “Kitchen sink realism” (castellanizado como dramas de fregadero) con el que a menudo se superpone y que sirve para apoyar la paradoja de que, a pesar de su surgimiento como cine de vocación realista, pocos movimientos cinematográficos tienen una base literaria tan sólida como el Free Cinema.

Y aquí es donde entra en juego otra generación, en este caso de escritores, conocida como los jóvenes airados (Angry Young Men), cuyas novelas y obras de teatro sirvieron de germen a la mayoría de los films que impulsaron el Free Cinema como corriente cinematográfica. Nombres como John Osborne, Allan Sillitoe, Shelagh Delaney, John Braine, Stan Barstow, Lynne Reid Banks, James Barlow o Harold Pinter (Premio Nobel de Literatura en 2005) figuran entre esta célebre nómina de escritores cuya vinculación con sus coetáneos cineastas resulta indisoluble desde la común insatisfacción con el modo en que, hasta ese momento, el cine y la literatura abordaban la realidad social, especialmente la de la clase obrera, evitando temas incómodos como el adulterio, los anticonceptivos, el divorcio, los embarazos adolescentes, el aborto, el alcoholismo, los conflictos raciales o la homosexualidad. 

A la luz de esta cuestión, no deja de ser curioso que un movimiento que surgió como una experiencia documental, así fueron los primeros programas de Free Cinema proyectados entre 1956 y 1959 en el National Film Theatre de Londres, alcanzara gloria y posteridad gracias a los largometrajes de ficción, casi siempre basados en obras literarias, que algunos historiadores de cine se resisten a catalogar como genuinamente Free Cinema.

Surge en este momento lo más difícil de dilucidar: establecer el momento del fin del Free Cinema en las carreras de unos realizadores que tras surgir con rebeldía ante el poder establecido en el mundo del cine acabarían, en mayor o menor medida, acomodándose a la industria más tradicional y trabajando, con gran éxito, en el mismísimo Hollywood. No todos los films dirigidos por los Richardson, Anderson, Reisz, Schlesinger y compañía pertenecen al Free Cinema de la misma manera que no todas las películas de Truffaut, Godard, Rivette o Rohmer son películas de la Nouvelle Vague. Dónde termina la corriente innovadora y comienza la acomodación o el cambio de camino es una cuestión espinosa que abriría un debate concreto con la filmografía de cada director. Quizá el caso más claro sea el de Tony Richardson que tras La soledad del corredor de fondo (1962) firmó Tom Jones con la que ganó el Óscar de Hollywood a mejor película y mejor director entre otros, ese debería ser el título que marcaría el fin de su “Free Cinema” pero ¿incluido o excluido? Los más prestigiosos estudiosos de la historia del cine no se ponen de acuerdo como tampoco lo hacen con Lejos del mundanal ruido (John Schlesinger, 1967). Ambas son dos adaptaciones de clásicos literarios alejadas de los presupuestos temáticos del movimiento, pero su cercanía temporal a las anteriores películas de sus directores pone la cuestión en controversia.

El Free Cinema sirvió además para alumbrar a un excepcional grupo de actores y actrices que asumieron en estos films sus primeros papeles protagonistas y (pocos) años más tarde acabarían convertidos en grandes estrellas del cine. Albert Finney, Julie Christie, Alan Bates, Tom Courtenay, Glenda Jackson, Richard Harris, Claire Bloom, Malcolm McDowell, Joan Plowright, Terence Stamp o Vannesa Redgrave son solo los nombres de más brillo cuyas carreras se iniciaron al compás marcado por esta corriente renovadora del cine inglés. Sin embargo, también nombres consagrados como Richard Burton (que ya era una estrella de Hollywood cuando rodó Mirando hacia atrás con ira) o Laurence Olivier (protagonista de El animador) dieron lustre a los títulos más emblemáticos de la corriente cinematográfica.

Otra cuestión que no pone de acuerdo a los historiadores de cine es la pervivencia del Free Cinema en forma de legado temático y estilístico a una ulterior generación de directores de la que se suelen destacar a Ken Loach, Mike Leigh y Stephen Frears. Los dos últimos, aunque también comenzaron sus carreras en un cine de realismo social «pata negra» con títulos como Mi hermosa lavandería (1985) y Sammy y Rosie se lo montan (1987) en el caso de Frears o La vida es dulce (1990) y Naked (1993) en el de Leigh, han derivado sus carreras hacia un cine de corte más académico (lo cual, ojo, no implica que no sea excelente).

Únicamente Ken Loach se ha mantenido como baluarte del cine realista social y aparece como el genuino heredero de aquel movimiento renovador de mediados de los 50, de hecho, algunas de sus primeras películas a finales de los años 60 como Poor Cow (1967) o Kes (1969) son directamente etiquetadas como Free Cinema en algunas filmotecas. Pero cuando uno lee entrevistas al propio Loach como la que concedió hace un par de años en la Filmoteca de Cataluña en la que dijo que «el Free Cinema solo existió en los libros de historia», se desmonta el argumento y no queda más que hablar de aquellas películas que, en mayor o menor medida, constituyeron una corriente renovadora y ejercieron cierta influencia en otros cineastas que llegaron después.

Vamos con ellas en las siguientes entradas que publicaremos los próximos días en No es cine todo lo que reluce adaptándonos a los títulos programados por la 65ª edición de la SEMINCI en su ciclo conmemorativo.

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