sábado, febrero 24, 2024

65 SEMINCI. Ciclo Free Cinema. Crítica de ‘Billy, el embustero’ (John Schlesinger, 1963)

Las críticas de José F. Pérez Pertejo en la 65 SEMINCI: 
Billy, el embustero
 

A modo de apertura, Billy, el embustero se inicia con el sonido de un programa de radio destinado a amas de casa, de aquellos en los que la gente llamaba para dedicar canciones (no sé si siguen existiendo). Mientras, la cámara se desplaza a modo de documental urbanístico mostrándonos una serie de fachadas de edificios de la clase trabajadora de Yorkshire, más contemporáneos y aventajados respecto a las edificaciones periféricas que aparecen en otros films del Free Cinema como, por ejemplo, Un sabor a miel (Tony Richardson, 1961).

El protagonismo recae en Tom Courtenay, tras su excelente interpretación en La soledad del corredor de fondo, que da vida al joven Billy Fisher, un joven atolondrado, vago arquetípico, que vive con sus padres y trabaja en una funeraria a pesar de que su máxima aspiración es ser escritor y crear guiones para Dany Boon, un humorista inglés de éxito. Sin embargo, su mediocridad (o su falta de agallas para intentarlo) le lleva a vivir permanentemente sumido en sus ensoñaciones en el imaginario país de Ambrosia, un Estado en permanente guerra en el que su imaginación tan pronto le convierte en el soberano dictador como en un héroe bélico que lidera memorables batallas.

Esas mentiras a sí mismo en su propia imaginación son trasladadas a su vida real con permanentes embustes en todos los aspectos de su vida. De dudosa moral, Billy realiza hurtos en el trabajo distrayendo la atención de su supervisor interpretado por Leonard Rossiter (el inolvidable protagonista de la serie Caída y Auge de Reginald Perrin). Su vida amorosa la conduce comprometiéndose con dos chicas a la vez, la joven modosita Bárbara (Helen Fraser) y la más lanzada Rita (Gwendolyn Watts). A las dos les ha regalado el mismo anillo de compromiso y miente a ambas continuamente sobre el paradero del mismo que asegura haber llevado a arreglar a una joyería. Huyendo de las dos tiene la fortuna de dar con una tercera chica, Liz (Julie Christie) una joven con el talento y la decisión para buscar una nueva vida que podría ser la única salida de Billy para escapar de su mediocre existencia.

Su vida familiar no es menos desastrosa y llena de mentiras. En este sentido resulta paradigmática la discusión con su padre en la que se niega a agradecer lo que para él es normal, que le de alojamiento y le mantenga. Es decir, estamos ante otro joven descontento pero que, a diferencia de los Jimmy Porter de Mirando hacia atrás con ira o Arthur Seaton de Sábado noche, domingo mañana, no reacciona con ira sino con escapismo existencial. Frente a una vida que no le gusta, inventa otra llena de mentiras que se acomodan mejor a su estabilidad emocional. Courtenay da vida a Billy con un registro interpretativo muy diferente al de la sobriedad de su personaje en La soledad del corredor de fondo, de hecho, en algunos momentos su histrionismo gestual resulta molestamente excesivo.

Aunque no se ajusta estrictamente a los cánones del género, podría considerarse que Billy, el embustero es la primera comedia del Free Cinema, más por patética que por divertida. Sin embargo, y a pesar de las ensoñaciones de su protagonista, Schlesinger no se despega de la realidad y no renuncia a reflejar los cambios urbanos, sociales y económicos de una nueva generación y de la incipiente modernidad que se apodera, lentamente, de la sociedad británica. Vemos derribos de edificios antiguos al tiempo que el horizonte urbano aparece brotado de grúas que construyen las nuevas edificaciones. Londres simboliza la modernidad para los inconformistas de provincias y ese tren a la capital, al final del film, se aparece como el avión al final de Casablanca ante el que el espectador, con el corazón en un puño, no sabe si el protagonista cogerá finalmente o no.

A pesar de haber participado en alguna miniserie televisiva y en un par de películas de menor relevancia, Billy, el embustero fue el film que lanzó a la fama a la maravillosa Julie Christie. De hecho, lo siguiente que haría tras este film sería rodar en 1965 El soñador rebelde a las órdenes de Jack Cardiff y el mismísimo John Ford.  Ese mismo año ganará el Óscar a la mejor actriz por Darling, también bajo las órdenes de John Schlesinger y dará vida a la inolvidable Lara en Doctor Zhivago, la obra maestra de David Lean, compartiendo protagonismo con Omar Sharif y Geraldine Chaplin. Pero esa ya es otra historia.


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