Es posible que para aquellos que no sean espectadores de teatro, el nombre de Miguel del Arco no represente gran cosa. Su nombre es en cambio imprescindible para todos aquellos que amamos el escenario como hábitat natural del pensamiento, de las ideas y de las emociones. Suyos son algunos de los montajes más importantes que se han estrenado sobre las tablas durante los últimos años en nuestro país. Cualquiera que haya visto su adaptación de El Misántropo de Molière a la cínica sociedad de nuestros días, su maravillosa puesta en escena de Antígona o el más reciente Hamlet, sabe que estamos ante alguien poco común. Un conocedor del alma humana que parte del texto como pilar básico sobre el que apoyar inteligentísimas puestas en escena y sólidas interpretaciones para profundizar en los grandes temas de la existencia a través de un teatro inquieto, inconformista y en continua rebelión contra lo acomodado.
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