Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Springsteen: Deliver Me From Nowhere
Confieso cierto cansancio de los biopics de grandes estrellas de la música que, en los últimos años, con la regularidad de las mareas, llegan a la cartelera para colarse entre las películas más taquilleras del año y proporcionar a sus actores protagonistas una especie de “Lluvia de estrellas” deluxe en la que catapultarse con sus imitaciones a la rampa de salida de la temporada de premios cinematográficos que, como todo el mundo sabe, culmina con el ansiado Óscar. Que se lo digan si no a actores del montón como Jamie Foxx o Rami Malek que de no haber hecho unas muy meritorias imitaciones de Ray Charles o Freddie Mercury respectivamente, es difícil que hubieran paseado su palmito por los alrededores del Kodak Theatre de Los Ángeles.
Tradicionalmente estas películas se hacían sobre figuras de la música que ya habían fallecido; sin afán de hacer un listado exhaustivo, hemos visto en las últimas décadas películas sobre Judy Garland, Edith Piaf, Amy Winehouse, Elvis Presley, Bob Marley o Whitney Houston, pero recientemente ha alcanzado fortuna la tendencia a hacerlas de artistas vivos, muchos de los cuales siguen en activo. El caso de Queen podría considerarse un término medio pues aunque su líder indiscutible, Freddie Mercury, falleció tristemente hace más de treinta años, los otros componentes del grupo siguen vivos y fueron coproductores de la estomagantemente convencional (aunque incuestionablemente entretenida) Bohemian Rhapsody.
Al año siguiente llegó Rocketman una película un poco más audaz sobre Elton John, el año pasado se ocuparon de Bob Dylan en A complete unknown, película que todavía no he visto por la enfermiza pereza que me produce su relamido protagonista Timothée Chalamet. Y este año le ha tocado el turno al mismísimo Bruce Springsteen y para quien escribe estas líneas eso son palabras mayores.
Hace nueve años, Springsteen publicó sus memorias con el título de una de sus mejores y más célebres canciones, “Born to run”. En ellas aborda su vida personal desde sus más remotos recuerdos infantiles y los orígenes de su familia, sus relaciones afectivas y diferentes acontecimientos vitales y los alterna con los hitos que fueron conformando su carrera musical como su fascinación por Elvis Presley, sus influencias, su formación musical, sus primeras bandas locales, la génesis de la E Street Band o los procesos creativos de sus álbumes.
Y precisamente el proceso creativo de uno de sus álbumes y su estrecha relación con el momento vital que estaba atravesando es el núcleo central la película Springsteen: Deliver Me From Nowhere protagonizada por Jeremy Allen White y dirigida por Scott Cooper para la cual no se ha basado en las memorias del Boss, sino en un libro del músico y escritor Warren Zanes titulado “Deliver Me from Nowhere: The Making of Bruce Springsteen’s Nebraska”.

El film en realidad no es un biopic al uso porque únicamente se ocupa de un momento vital de Springsteen, el periodo comprendido entre el fin de la exitosa gira de “The River” en 1981 y la publicación en 1982 de “Nebraska”, su siguiente disco, un álbum alejado del continuismo que los fans y la discográfica esperaban de él y en el que sacó su lado más intimista para grabar, en su propia casa con una máquina de cuatro pistas, diez canciones acústicas que hablan de perdedores, de gente en crisis sin esperanza en el futuro, un álbum oscuro y pesimista que, a pesar de no ser un súper ventas, tuvo una gran acogida crítica y hoy en día es considerado como uno de los mejores discos de su discografía.
La película se ocupa de estos dos años en los que Springsteen estaba atravesando una profunda depresión de la que ya hablaba de forma descarnada en sus memorias, algo que mientras leía me resultó muy difícil de digerir cuando precisamente su música ha sido bálsamo de los momentos más duros de mi vida y sus canciones han sido los más potentes antidepresivos que he tomado jamás.
Hasta aquí, como punto de partida, todo correcto. Los problemas para la película comienzan cuando el guion no funciona como cohesionador de la vida personal y profesional de Springsteen y Scott Copper ejerce una dirección errática sin dar la impresión de tener claro con qué carta quedarse en cada momento.
La mirada al pasado está hecha a base de flashbacks en blanco y negro tan rutinarios como anticlimáticos que filman a un niño de Nueva Jersey atemorizado por los vaivenes emocionales de su desequilibrado y violento padre. EL problema es que no hay matices en nada, ni siquiera la presencia del excelente Stephen Graham interpretando a su padre consiguen dar brío a unas secuencias con tufo a ya vistas cuatrocientas veces en cualquier película de un hombre atormentado por los recuerdos de su infancia, sea una estrella del rock o un panadero de Cracovia. El niño no transmite, el personaje de la tierna y protectora madre está totalmente desdibujado y desaprovechado y poco o nada se apunta sobre la primera fascinación musical del futuro líder de la E Street Band.
A pesar de que son muchos, quizá demasiados, estos flashbacks no consiguen justificar suficientemente el estado depresivo de un Springsteen en horas bajas cuya melancolía se contagia a una narración que avanza con demasiada languidez. Y lo que Cooper no es capaz de contar con secuencias bien construidas cinematográficamente, lo sobreexplica mediante un guion que por momentos se vuelve demasiado discursivo, incluyendo incluso a personajes que poco o nada pintan aparte de ser meros accesorios de guion.

Tampoco está conseguida la vertiente afectiva de Springsteen, sus dificultades (o incapacidad) para comprometerse en aquel momento de su vida está torpemente esbozado a través de su relación con una chica llamada Faye, una fan impenitente que va a verle a todas sus actuaciones en el club The Stone Pony y que, al parecer, es una síntesis de varias chicas diferentes.
Mucho más interesante es todo el proceso creativo de las canciones compuestas por el Boss en esos años, por un lado las más oscuras y melancólicas, grabadas en formato acústico, que configurarían el álbum Nebraska y por otro las que fueron postergadas para otro momento y que, un par de años después, en 1984, darían lugar a Born in the U.S.A. el disco de mayor éxito de su carrera y que le convertiría ya para siempre en una leyenda del Rock.
Es en estos momentos de creación musical, incluso en los más atormentados, cuando Springsteen: Deliver Me From Nowhere toma mayor brío y el relato avanza con el empuje de las canciones, mucho más vigoroso que el del guion.
En cuanto al aspecto interpretativo entramos, afortunadamente, en otro terreno. Ya dejé intuir unos párrafos más arriba que no soy muy fan de las imitaciones por muy logradas que estén, el caso es que Jeremy Allen White consigue traspasar la difícil barrera que existe entre la imitación y la encarnación. Cuando uno ve al actor no ve gestos afectados, tics, o lo que es aún peor, rasgos físicos de Springsteen conseguidos a base de maquillaje o artificiosas prótesis de látex, sin embargo en su rostro, en su apostura y en su corporeidad resulta absolutamente creíble reconocer al Boss. Jeremy Allen White le interpreta sin imitarle salvo en la secuencia de la actuación de “Born to run”, casi al inicio del film y en un aspecto que resulta crucial y mucho más meritorio por lo endiabladamente difícil: su voz. La interpretación vocal de las canciones que suenan a lo largo del film es, en algunos momentos, indistinguible de las grabaciones de Springsteen que sus incondicionales hemos escuchado cientos de veces. Asombroso.
El otro personaje fundamental del film es Jon Landau, mánager y productor de Springsteen durante gran parte de su carrera al que da vida Jeremy Strong de forma portentosa. En él gravitan muchas de las emociones que el director no es capaz de filmar de otra manera. Su papel de fiel escudero y de amigo leal a pesar de la incomprensión, emana una humanidad que dignifica a una película demasiado endeble para tratar a un personaje tan grande. Bruce Springsteen merecía mucho más que una película normalita y Springsteen: Deliver Me From Nowhere no pasa de ahí. Normalita.
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