miércoles, octubre 15, 2025

Crítica de ’Megalópolis’: Apoteosis del exceso por obra y gracia de Francis Ford Coppola

Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Megalópolis

Parece que los grandes maestros de la historia del cine, aquellos que han hecho películas inmortales que no admiten discusión (y Francis Ford Coppola pertenece a esta extirpe) están condenados a que sus películas solo puedan entrar en dos categorías: la de las obras maestras o la de las puñeteras porquerías. No cabe el término medio. De hecho, esta última expresión sustituyendo “puñetera” y “porquería” por sendas palabras más malsonantes aún, es lo que más he escuchado de la gente de mi círculo que me ha precedido viendo Megalópolis. También he escuchado como algunos se apuntaban al panegírico y se deshacían en alabanzas desmesuradas que, por supuesto, incluían la tan manoseada expresión “obra maestra”.

Pues miren ustedes, ni una cosa ni otra. Francis Ford Coppola, como todos los directores de cine que en el mundo han sido, tiene unas cuantas películas que están bien a secas (sin alcanzar o siquiera rozar la maestría) o están flojas a secas (sin que por ello haya que despreciarlas o dedicarlas adjetivos despectivos).

El problema con Megalópolis es que tiene expectativas de obra maestra, producción de obra maestra, campaña publicitaria de obra maestra y hasta hechuras de obra maestra. Y claro, el globo se deshincha a los quince minutos de película cuando o bien uno se desentiende de las expectativas (de las suyas propias, no lo olvidemos) y se centra en lo que está viendo o la película se le cae y se desquicia. Y tampoco es eso. Megalópolis no es, en absoluto, una mala película.

¿Que la dirección se gusta demasiado a sí misma y cae a menudo en la grandilocuencia o la desmesura? Sí, como cualquiera de Quentin Tarantino. ¿Qué tiene más envoltorio estético que contenido? Sí, como cualquiera de Wes Anderson. ¿Qué tiene una estructura narrativa que deja al espectador a la deriva? Sí, como (casi) cualquiera de David Lynch. Podría seguir pero creo que la idea está expresada. Y tanto David Lynch como Quentin Tarantino como Wes Anderson tienen películas muy estimables (aunque yo sea incapaz de apreciar ninguna de este último).

Coppola ha escrito una fábula en forma de guion cinematográfico que, con toda seguridad, será su testamento fílmico. Y para ello ha construido una analogía entre los Estados Unidos contemporáneos y la Antigua Roma y ha ambientado en la ciudad de Nueva York, rebautizada como Nueva Roma, los acontecimientos históricos de la conjuración de Catilina durante el gobierno de Cicerón.

Así, Nueva Roma está regida por un alcalde un tanto retrógrado llamado Franklyn Cicero (Giancarlo Esposito) cuyo rival político, social e incluso vital tiene el sugerente nombre de César Catilina (Adam Driver), una mezcla entre científico y artista que ha inventado un nuevo material, el megalón, que, por lo visto, sirve para todo. Entre ambos se establece una lucha que trasciende lo político para adentrarse en lo filosófico. Porque si algo abunda en Megalópolis son exposiciones filosóficas fallidas ya que, aunque algunas ideas puedan ser rescatables, se ahogan en la maraña narrativa y resultan demasiado complejas de entender en un primer visionado. Y, entre ambos, se interpone, con la lealtad en la encrucijada, Julia Cicero (Nathalie Emmanuel), hija del alcalde y amante del genio o, en otras palabras, hija de Cicerón y amante de Catilina.

Nathalie Emmanuel

La red de personajes se completa con un banquero siniestro (¿alguno no lo es?) interpretado por Jon Voight, su lugarteniente Nush (Dustin Hoffman), políticos como Romaine (Laurence Fishburne) o el detestable Claudio Pulcher (Shia LeBeouf), una periodista ambiciosa llamada Wow Platinum (Aubrey Plaza), una virgen vestal en forma de cantante adolescente (Grace VanderWaal) o la agradecible presencia de Talia Shire como la madre de Catilina para recordarnos, siquiera un poquito, que estamos viendo una película del creador de El padrino. Como ven, un reparto de campanillas al que no puede hacerse ni un reproche. Todos hacen a la perfección lo que su guionista y director ha preparado para ellos.

En esta historia de grandes ambiciones (empezando por la del propio Coppola), no faltan intrigas políticas, amores apasionados, otros interesados, traiciones, infidelidades, venganzas y una subrayada obsesión por el paso del tiempo, idea con la que el octogenario director, consciente de que algo se acaba, expresa su deseo de ser capaz de detener el tiempo.

En Megalópolis lo más honesto es el título que ya suena a pura grandilocuencia, todo es excesivo, la dirección artística está continuamente sometida a una especie de horror vacui que hace que cada plano sea abigarrado, lo mismo puede decirse de una puesta en escena confusa, una banda sonora enfática, y una dirección continuamente tendente al exceso. Y sin embargo… sin embargo, a pesar de todas estas imperfecciones, estamos ante una película muy atractiva en la que uno tiene la permanente sensación de que si pestañea demasiado tiempo va a perderse algo. Se podrá acusar de muchas cosas a Megalópolis, pero estoy en absoluto desacuerdo con quien la tache de aburrida. No lo es. Creo firmemente que vale la pena verla a pesar de que en algunos momentos nos preguntemos ¿qué diantres estamos viendo?

En conclusión, no cuenten conmigo para construir un pedestal a Megalópolis y ponerla donde no le corresponde, pero tampoco me busquen para lanzarle piedras y denigrarla. En ningún caso me encontrarán.

Megalópolis

6

Puntuación

6.0/10

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