jueves, mayo 2, 2024

71 SSIFF. Retrospectiva – Hiroshi Teshigahara. Crítica ‘La princesa Goh’ (1992)

Las críticas de Daniel Farriol:
Ciclo-Retrospectiva Hiroshi Teshigahara
La princesa Goh (1992)

La princesa Goh (Gô-hime / Basara: The Princess Goh) es un drama japonés que está dirigido por Hiroshi Teshigahara y cuenta con un guion escrito por él mismo junto a Genpei Akasegawa (Prisoner/Terrorist), adaptando la novela de Masaharu Fuji. La historia se centra en el maestro ceramista Furuta Oribe, discípulo de Rikyu y que, como éste, fue obligado a suicidarse mediante el rito seppuku, junto a él la joven y enérgica princesa Goh, casada con un lord exiliado, desafiarán algunas convenciones sociales. Está protagonizada por Rie Miyazawa, Tatsuya Nakadai, Toshiya Nagasawa, Koshiro Matsumoto, Rentaro Mikuni, Kyoko Enami, Kei Suma y Tokubei Hanazawa. La película ha podido verse en el Festival de San Sebastián 2023 dentro de la Retrospectiva Clásica que han dedicado al director.

Una secuela desde una nueva perspectiva histórica

La princesa Goh fue la última película rodada por Hiroshi Teshigahara a los 65 años de edad y 9 años antes de su fallecimiento a causa de una leucemia en 2001. La película es la secuela de Rikyu (1989) y, aunque puede verse de manera independiente, es recomendable hacerlo de manera conjunta (también leer nuestras críticas en ese orden). El argumento del filme nos sitúa nuevamente en mitad del Período Azuchi-Momoyama, aún bajo el mandato del líder feudal Toyotomi Hideyoshi, al que veremos en la primera escena recordando con melancolía a su maestro del té, a quien precisamente obligó a suicidarse bajo el rito seppuku tras una discusión que consideró como un desafío a su autoridad.

Como bien dice ese refrán español, «A rey muerto, rey puesto», y eso es lo que hace Hideyoshi (Katsuhiro Oida) al nombrar como nuevo maestro del té a Furuta Oribe (Tatsuya Nakadai). Oribe fue un maestro ceramista que provenía de una estirpe de samuráis e introdujo cambios significativos en la ceremonia del té de Rikyu, por ejemplo, desafiando a los invitados que asistían a sus rituales a transgredir su propio inconsciente, algo que quedaría simbolizado mediante las tazas deformadas que solía utilizar en sus ceremonias.

El filme narra las distintas pruebas y tribulaciones por las que pasará Oribe, junto a la inquieta Princesa Goh (Rie Miyazawa), hija adoptiva de Hideyoshi, y el jardinero Usu (Toshiya Nagasawa), el amante secreto de la princesa. Los tres buscarán hallar el equilibrio necesario entre el arte y el deber en medio de las diversas confabulaciones políticas de los señores feudales de la época.

La princesa Goh

La presencia simbólica de Rikyu

Lo primero que choca al espectador cuando visiona La princesa Goh son algunos cambios en el reparto que despistan bastante. Tsutomu Yamazaki es sustituido por Katsuhiro Oida en el rol del general Hideyoshi, pero más confuso resulta aún descubrir el rostro del actor Rentarô Mikuni (el Rikyu original) como Junsai, un envejecido pastor que vive en las montañas y que salvará la vida de Usu tras sufrir éste un ataque salvaje. Es sabido de antemano el gusto de Teshigahara en repetir con los mismos intérpretes, por ello es fácil encontrar en sus películas personas que ya habían trabajado con él en películas anteriores, pero el utilizar en esta secuela a Mikuni en un personaje distinto resulta cuanto menos raro. Lo único que se me ocurre es que quisiera darle un carácter simbólico a su presencia.

Y es que Rikyu acaba convirtiéndose en un personaje fantasma del que se sigue hablando y cuyo legado artístico influenciará las acciones de los nuevos personajes. Por ejemplo, la cabeza decapitada de Rikyu será tomada como trofeo y exhibida en un poblado para concienciar a todos los súbditos sobre lo que puede sucederles si alguno desafía a su líder. Eso provocará el enfado de la rebelde Princesa Goh que, ayudada por amante Usu, realizarán una peligrosa incursión en el pueblo para robar la cabeza y darle así un entierro adecuado al maestro.

La princesa Goh

Dos princesas en una

Esos primeros 45 minutos de La princesa Goh son lo mejor de esta secuela. Teshigahara decide impregnarse del ímpetu jovial de la princesa y las imágenes adquieren un tono aventurero mucho más ágil del que tenía la primera entrega. En un par de momentos, incluso, el director parece querer abandonar la sobriedad del jidai-geki (drama de época) para anticipar aquellas luchas voladoras rescatadas del wuxia chino (héroes marciales) que el bueno de Zhang Yimou popularizó exitosamente durante su etapa más comercial.

Sin embargo, la película quedará dividida en dos grandes bloques, y el segundo tiene un tono más pausado que vuelve dar importancia a las triquiñuelas políticas y luchas de poder entre señores feudales, pero sin la profundidad histórica que tenía la película precedente. Lo más interesante hace referencia al aspecto religioso que nos permite ver el auge del cristianismo bajo el auspicio de Hideyoshi quien, posteriormente, cambiaría de opinión y los vería como una amenaza invasora. Eso le llevaría a publicar un edicto de expulsión contra todos los clérigos cristianos de Japón que culminaría con la crucifixión de 26 cristianos y jesuitas en Nagasaki cuando corría el año 1597. Todo esto se contextualiza mejor en Rikyu, pero aquí se le da continuidad histórica.

Entremedias de los dos bloques narrativos, una elipsis evidenciará los cambios sociales a través de la Princesa Goh que ya ha dejado de ser aquella niña rebelde del principio de la película y se ha convertido en la esposa desventurada de un lord cristiano exiliado. Oribe será considerado un traidor y obligado a cometer seppuku, al igual que su predecesor en el cargo, mientras que la muerte posterior del general Hideyoshi llevará al poder a otro militar, Tokugawa Ieyasu (Hisashi Igawa).

La princesa Goh

El epílogo a una carrera llena de desafíos 

Teshigahara no parece tan interesado en reflejar fehacientemente el contexto histórico de La princesa Goh como sí lo hizo en Rikyu, de hecho, el material de partida aquí es una novela de Masaharu Fuji que pone énfasis a algunos aspectos menos contrastables. La austeridad de la puesta en escena de la primera entrega se vuelve mucho más luminosa y creativa mediante elegantes movimientos de cámara y encuadres imaginativos que se desmarcan de un drama histórico común. Sin embargo, la subtrama romántica adquiere demasiado protagonismo y la coherencia narrativa entre los diversos elementos y personajes principales flaquea en algunos de los segmentos del filme, especialmente en esa segunda mitad que se vuelve cuesta arriba.

La princesa Goh destaca por su esteticismo visual a la hora de recrear el Período Azuchi-Momoyama y por la colorista fotografía de Fujio Morita que pondera la belleza de las imágenes por encima del retrato psicológico de los personajes. No es el mejor trabajo de Hiroshi Teshigahara ni tampoco el más representativo del cine de vanguardia que ejercitó en sus inicios, pero se trata de un cierre digno y hermoso con un drama histórico henchido de clasicismo.
La princesa Goh


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La princesa Goh

7

Puntuación

7.0/10

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