Las críticas de Daniel Farriol:
Tiburón negro
Tiburón negro (The Black Demon) es un thriller de acción estadounidense que está dirigido por Adrian Grunberg (Rambo: Last Blood, Vacaciones en el infierno). El guion lo firma Boise Esquerra, adaptando una historia de Carlos Cisco. La trama sigue a un trabajador de una empresa petrolífera y su familia que aprovechan una inspección rutinaria a una plataforma flotante para disfrutar de unas idílicas vacaciones en la bahía azul de México. Sin embargo, lo que prometía ser una tarea sencilla se convierte en una auténtica pesadilla al encontrarse cara a cara con un sanguinario megalodón obsesionado con proteger su territorio a toda costa.
Está protagonizada por Josh Lucas (La Purga: Infinita, Ángel de la muerte), Fernanda Urrejola (Cry Macho, Milagro azul), Julio Cedillo (Deadland, Chocolate Lizards), Omar Chaparro, Héctor Jiménez, Jorge A. Jiménez, Raúl Méndez y Venus Ariel. La película se ha estrenado en España de la mano de DeAPlaneta el día 6 de Julio de 2023.
Un Megalodón de Hacendado
Resulta inexplicable que este año subproductos de baja estofa tan poco defendibles como Tiburón negro o Jeepers Creepers: El renacer (Timo Vuorensola, 2022) hayan conseguido un hueco en la distribución española para estrenarse en salas cuando otras joyas del cine de género reciente como Pearl (Ti West, 2022) han tenido que conformarse con hacerlo directamente en plataformas, sin duda, es una curiosa manera de querer fidelizar a un público al que cada vez le cuesta más desplazarse a los cines.
Tiburón negro se enmarca dentro de la Serie B casposa, pero buscando darle trascendencia a una historia mil veces vista que se olvida de apostar por el humor y lo puramente recreativo, algo que hubiera podido salvarla del naufragio. Su única razón de ser es aprovechar el éxito comercial de Megalodón (The Meg) (Jon Turteltaub, 2018) y el inminente estreno de su secuela Megalodón 2: La fosa (Ben Wheatley, 2023) o, quizás, confundir al espectador despistado que piense estar delante de un producto de similares características.
En realidad se trata de una versión exploitation sin ninguna conexión que nos recuerda a aquéllas que aparecían en los estantes de los videoclubs durante los años 80. No era lo mismo alquilar el VHS del Tiburón spielbergiano que su presunta secuela italiana Tiburón 3 (L’ultimo squalo) (Enzo G. Castellari, 1981)… Y es que, como diría una amiga mía, estamos ante un Megalodón de Hacendado.
Un pueblo con elementos de wéstern
La trama de Tiburón negro sigue a una familia-prototipo compuesta por un padre proveedor, una madre amorosa, una hija adolescente rebelde y un niño «especial». Paul Sturges (Josh Lucas) trabaja para una importante empresa petrolífera y decide aprovechar sus idílicas vacaciones familiares en la Bahía Azul de México para realizar una inspección de control rutinario en el «Diamante», que es como los lugareños conocen a una planta petrolífera flotante que está ubicada en el océano cerca de la costa de Baja California.
Las primeras escenas del filme nos muestran la llegada de la familia a un pueblo desmantelado que nada tiene que ver con el recuerdo paradisíaco que conservaba la pareja de una visita romántica que hicieron antes de ser padres. Son escenas que parecen extraídas de un wéstern clásico, con cierta atmósfera cercana al terror, en cuyo tratamiento fotográfico rojizo encontramos paralelismos con una película anterior del director Adrian Grunberg titulada Vacaciones en el infierno (2012), en la que también convertía la aridez de México en una cárcel casi apocalíptica.
Esa breve introducción sirve para caricaturizar como personajes de viñeta a los pocos mexicanos que siguen viviendo allí, entre ellos El Rey (Raúl Méndez), un «malote» malcarado que no parece demasiado satisfecho con la presencia de los foráneos en el pueblo. El exotismo del «México profundo» se complementa incorporando mitología local al citar a Tláloc, un Dios acuático al que culturas ancestrales realizaban sacrificios de niños para que la lluvia beneficiase sus cosechas, o el relato de «El Demonio Negro» (título original de la película), un tiburón gigante que durante generaciones acechó a los pescadores en las aguas de Baja California. Esas dos leyendas quedarán unidas de manera caprichosa en el guion de Boise Esquerra para dar una explicación «lógica» a lo que sucederá a continuación.
Pocos espectadores picarán el anzuelo
Tras eso llegará lo que muchos esperaban: la confrontación de la familia protagonista con un Megalodón cabreado que se los quiere zampar. Por diversas circunstancias, al igual que sucedía en la serie La plataforma (The Dig) (David Macpherson, 2023), los protagonistas quedarán atrapados en el interior de la planta petrolera flotante sin poder comunicarse con la costa. En ambas ficciones la amenaza es distinta, pero las une un similar mensaje ecologista. La familia contará con la ayuda de dos trabajadores que siguen allí, únicos supervivientes a los ataques del escualo asesino, Chato (Julio Cesar Cedillo) y Junior (Jorge Jiménez), cuyos personajes aportan cierto dinamismo a un relato plagado de lugares comunes.
Hay que advertir al público fanático de los tiburones que el gigantesco selacio aparece aquí solamente un par de veces y de refilón, no había presupuesto para más. La historia se convierte entonces en una aventura de supervivencia poco atractiva con elementos familiares melodramáticos, personajes de cartón-piedra, discusiones estúpidas, existencialismo de bolsillo y giros de guion que buscan la sorpresa cuando en realidad se ven venir de muy lejos. Además, exceptuando a Julio Cesar Cedillo, las interpretaciones del elenco son discretas y el protagonista, Josh Lucas, sobreactúa en muchas escenas.
Tiburón negro puede llegar a satisfacer a un público poco exigente que disfrute viendo una fórmula repetida hasta la saciedad en multitud de telefilmes de sobremesa (con sacrificio de redención heroica incluido), pero carece de la suficiente entidad para convertirse siquiera en un pasatiempo palomitero mínimamente apetecible para el resto.
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Tiburón negro
