He escrito en numerosas ocasiones sobre las complejas relaciones entre el cine y el teatro, particularmente el teatro musical, a propósito de otras adaptaciones recientes y no tan recientes de exitosos musicales escénicos que han sido llevados al cine. No he sido capaz de encontrar una norma ni una explicación que rija para todos y revele porqué en unos casos la adaptación funciona muy bien (Mamma Mía!) y en otros es un soberano despropósito (Cats). En la mayoría de los casos, como el que nos ocupa, nos encontramos en situaciones intermedias, más o menos fallidas, en las que no se puede hablar (ni mucho menos) de brillantez, pero el resultado tampoco es para sacar a relucir los peores adjetivos.
El material literario de partida, Matilda, una de las últimas obras de Roald Dahl, que ya había conocido una adaptación al cine en 1996 dirigida por Danny DeVito, dio origen en 2010 a un exitoso musical a cargo de la Royal Shakespeare Company que, con canciones de Tim Minchin, libreto de Dennis Kelly y dirección escénica de Matthew Warchus, fue el gran éxito de la temporada londinense en el West End alzándose con siete premios Olivier. De ahí, como suele ocurrir, se exportó al neoyorquino distrito de Broadway donde repitió el éxito de público, crítica y premios (varios Tony incluidos). Su expansión por todo el mundo ha llegado a España donde el pasado mes de octubre se estrenó en el madrileño teatro Nuevo Alcalá la versión en español que todavía no he tenido ocasión de ver.
Es decir, estamos una vez más ante la adaptación (al cine) de una adaptación (al teatro musical) de un material que en origen era literario. Y como saben bien los que se han mudado muchas veces de casa… con cada mudanza se pierden cosas, la mayoría irrecuperables. Lo que ocurre aquí es que la agudeza, la ternura, el sarcasmo y el ingenio de la obra de Roald Dahl van menguando con las sucesivas diluciones al pasar de un medio a otro.
De entrada, podría parecer un acierto elegir para la versión fílmica al mismo realizador que dirigió la versión escénica, pero para ello sería necesario que se tratase de alguien que sea tan buen director de cine como de teatro, algo que no es tan habitual como parece (no todo el mundo es Kenneth Branagh o Sam Mendes) y Matthew Warchus, de quien no dudo que sea un gran director escénico (su trayectoria le avala) patina con la dirección cinematográfica de su propio musical en demasiadas secuencias como para pasarlo por alto.
Tampoco el reparto es particularmente brillante, la niña Alisha Weir tiene un rostro entrañable y da bien el papel desde el punto de vista del físico que del personaje de Matilda podemos tener en el imaginario, pero no destaca ni por sus cualidades interpretativas ni vocales. Los personajes de sus padres son interpretados (es un decir) por Stephen Graham y Andrea Riseborough que perpetran unas exageradas caricaturas sin el más mínimo matiz. Algo parecido puede decirse de la creación de Emma Thompson, sepultada bajo prótesis de maquillaje, como la Directora Trunchbull cuya creación encuentro difícilmente soportable; para construir un personaje así no es necesario una actriz de su talento. Tanto la de unos como la de otra son interpretaciones que probablemente funcionen en el medio teatral, pero en la pantalla resultan insufribles. Únicamente me parecen destacables Lashana Lynch como la Srta. Honey que canta lo suficientemente bien y crea un personaje entrañable e interpretado sin estridencias innecesarias y Sindhu Vee como la bibliotecaria Sra. Phelps.
Warchus parece más empeñado en llevar al extremo los aspectos estéticos que en ajustar el ritmo de la narración o cuidar los matices vocales e interpretativos. Así, la estética, deliberada y extremadamente kitsch del hogar de los Wormwood (los padres de Matilda) se come todo el inicio del film y desluce el primer gran tema del musical “Naughty”, quizá en el que Weir evidencia mas sus carencias vocales. Warchus consigue, sin embargo, algunos planos estéticamente bonitos como el final del número en el tejado.
La segunda gran canción del musical, «When I Grow Up», es filmada en una discutible secuencia que potencia el carácter de ensoñación del tema. Se adivinan las buenas intenciones, pero el resultado es, en mi opinión, un tanto fallido. La canción más emblemática del musical, «Revolting Children», da lugar al mejor momento del film con una coreografía a la altura del tema filmada con verdadero sentido del espectáculo cinematográfico y que, dada la proximidad con el final del film, deja al menos un sabor de boca satisfactorio.
El conjunto es entretenido y puede funcionar con el público infantil, aunque uno se queda con la sensación de que se podría haber logrado un resultado mejor si el proyecto hubiera caído en manos de una productora con menos sentido del negocio y más amor genuino por el cine.
Estas líneas están escritas basándome en la versión original subtitulada de la película, existe también una versión doblada pero, por favor, no me pregunten por ella. No pude soportarla más de diez minutos.
¿Qué te ha parecido la película ‘Matilda, de Roald Dahl: El Musical’?