Las críticas de José F. Pérez Pertejo en el 70 Festival de San Sebastián:
Max y los chatarreros
Max (Michel Piccoli) es un hombre frío y solitario que, tras sentirse decepcionado con su carrera judicial al comprobar que los criminales quedaban impunes por falta de pruebas, decide convertirse en policía para conseguir atrapar a los delincuentes “in fraganti”. Este punto de partida argumental parece idóneo para que Claude Sautet realice (tras A todo riesgo) su segunda incursión en el polar, esa variante del cine policiaco, heredera del noir americano, que hizo fortuna durante varias décadas en la cinematografía gala y hoy, avanzado el siglo XXI, sigue vigente con films como Les Lyonnais (Olivier Marchal, 2012) o Roubaix, une lumiere (Arnaud Desplechin, 2019) por citar solo un par de títulos.
El propio Sautet junto a su coguionista habitual Jean-Loup Dabadie y el autor de la novela homónima, Claude Néron, escribieron un guion que pone el acento en el perfil psicológico de los personajes y hace que todo lo que ocurre se explique desde la evolución de los mismos. La película, como su anterior film Las cosas de la vida, está narrada desde un largo flashback que sitúa al espectador en un conocimiento (no demasiado explícito) de lo inevitable. Esa sensación de fatalismo, presentada desde el planteamiento mismo del film, nos acompañará durante todo el metraje.
La obsesión de Max por combatir el crimen cazando a los delincuentes en la materialización del delito le hará perder la razón hasta llevarle a convertirse en inductor de un atraco convenciendo a una banda de rateros de poca monta, que se dedican a trapichear con chatarra, de lo fácil que sería atracar un banco. Para ello usará como cebo a una prostituta, Lily (Romy Schneider) que para más señas es la novia de Abel Maresco (Bernard Fresson), el líder de los chatarreros.
En el rostro de Piccoli, hermético como pocas veces, se dibujan con exquisita sobriedad los rasgos de su personalidad, un hombre obstinado, implacable y riguroso que sacrifica, acaso de modo inconsciente, los principios de su sobria moral con el fin de conseguir un objetivo que, en realidad, satisface más a su propio orgullo que al servicio a la sociedad que, teóricamente, justifica sus acciones. Romy Schneider compone a una prostituta pulcra y aparentemente feliz de esas que solo parecen existir en el cine, sin embargo, la fuerza de su interpretación radica en hacer verosímil la introducción de un elemento romántico sustentado en la contradicción: el hecho de que Max no quiera acostarse con ella y le pague por horas de conversación jugando a las cartas hace que Lily dude de sí misma y de su potencial para gustar a los hombres con el que se gana la vida; al mismo tiempo, despertará en ella el deseo de una vida mejor.
Es decir, tenemos un policía obstinado, una prostituta con encanto, una banda de malhechores y un doble móvil, el del policía y el de la banda. Con estos ingredientes, Claude Sautet rueda con su sobriedad habitual, apoyando toda la filmación en un primoroso y estilizado sentido de la puesta en escena que huye de los golpes de efecto para volcarse en los conflictos internos de los personajes.
Paradigmática de esta sobriedad resultan las secuencias finales en las que Sautet busca siempre el encuadre más útil para el relato cinematográfico y la iluminación más pulcra para culminar la narración a través de un montaje eficiente y eficaz (que no efectista).
Max y los chatarreros es un excelente film policiaco, un polar como se ha dicho al principio de estas líneas, teñido de un profundo componente sentimental que resulta trascendental en el devenir del film, pero no me atrevería a discutir con alguien que la definiera como un drama romántico con trasfondo policiaco. Sautet mezcla la historia de amor y la trama criminal de forma que resulta difícil encasillar el film un género u otro, algo, por otra parte, absolutamente innecesario aunque ponga de los nervios a los amantes de las etiquetas.
Piccoli y Schneider se consolidan como pareja romántica tras Las cosas de la vida, volverán a coincidir en Mado, en una brevísima aparición de Schneider y en películas de otros directores como El trio infernal (Francis Girod, 1974) o en la que será la última película de Romy Schneider, Testimonio de mujer (Jacques Rouffio, 1982), estrenada el mismo año de su trágica muerte.
Max y los chatarreros podrá verse durante el 70 Festival de San Sebastián en tres pases:
- Sábado 17 a las 15:30 en la Sala Príncipe 6
- Miércoles 21 a las 16:30 en la Sala Príncipe 6
- Sábado 24 a las 22:45 en la Sala Príncipe 6