Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Valor sentimental
Sería reduccionista y tremendamente injusto reducir Valor sentimental a la categoría de drama familiar y, sin embargo, lo es. Sería un recurso facilón ponerle la etiqueta de cine nórdico y escribir una serie de tópicos sobre la tradición del cine escandinavo, no obstante, resulta incuestionable la impronta de (mayormente) Bergman en las principales preocupaciones del guion y en la construcción de los personajes. Y, finalmente, sería demasiado pretencioso tratar de explicar este Valor Sentimental en función de las anteriores películas de su director, aunque la filmografía de Joachim Trier sea ya lo suficientemente fecunda y compleja para poder hacer un análisis serio y reposado sobre las claves de su cine.
El caso es que, tras la genialidad que resultó ser La peor persona del mundo, esperaba la nueva película del director noruego sumido en una lucha por evitar que las expectativas (uno de los mayores enemigos del cine y de la obra artística en general) me nublasen el juicio. Tuve ocasión de ver la película entre las “perlas” del pasado Festival de San Sebastián y, semanas después, volví a verla entre las “constelaciones” de la Seminci de Valladolid. Pero no es hasta ahora, cuando se estrena por fin en la cartelera de nuestro país, que me siento a escribir unos párrafos sobre la película alejado del aturdimiento cinéfilo, propio de los festivales, que provoca ver cuatro o cinco películas diarias durante ocho días seguidos.

En una preciosa secuencia inicial, una voz en off otorga naturaleza humana a una casa. A través de las vivencias que ha albergado durante generaciones, la casa palpita de alegría, se entristece o se duele de las grietas físicas que la aquejan. En esa casa han nacido y crecido dos hermanas, Nora (Renate Reinsve) y Agnes (Inga Ibsdotter Lilleaas) junto a su madre, después de que, tras el divorcio, su padre Gustav Borg (Stellan Skarsgård) abandonase el país para centrarse en su exitosa carrera como director de cine.
Aunque narrada en tiempo presente, Joachim Trier y su coguionista de siempre Eskil Vogt, escarban recurrentemente en el pasado para encontrar el origen de las heridas emocionales que, de una u otra forma, cada personaje lleva en su mochila existencial y cómo estas heridas y su parcial, deficiente e inestable cicatrización determinan su identidad, limitan sus aspiraciones y configuran los vínculos afectivos y emocionales entre ellos.
Porque entre los muchos aspectos sobresalientes en Valor sentimental, probablemente lo más brillante sea una exploración inteligente, sensible y nada desgarrada de la fragilidad emocional y cómo esta se fundamenta en heridas, generalmente causadas en la infancia, aunque no todas se expliquen desde ahí, también hay heridas presentes y temores a heridas futuras que condicionan cómo son y como se relacionan entre sí estas dos hermanas entre sí y cada una de ellas con su padre.
Pero sería un error considerar a los personajes como construcciones de guion y mucho más aún como instrumentos para una trama argumental, esto no es así desde el momento en que todo el reparto, pero especialmente Renate Reinsve y Stellan Skarsgård hacen a sus personajes trascender de lo que les ocurre a base de capas de complejidad humana llenas de matices interpretativos. Nora (¿se puede tener un nombre más teatral?) es una actriz de teatro hija de Gustav, un director de cine al que no le gusta el teatro y que sólo fue una vez a ver a su hija y se salió en el descanso. Aun así, Gustav escribe para ella y le ofrece el papel protagonista en su nueva película, un film con tintes autobiográficos para el que está encontrando enormes dificultades de financiación tras muchos años sin filmar y ver como su productor de toda la vida está enfermo y decadente; casi tanto como su prestigio como cineasta que se ha quedado para alimento de homenajes en festivales de cine de segunda línea.
Mientras Nora practica el escapismo emocional y sufre graves bloqueos nerviosos antes de salir al escenario, Gustav es un hombre atribulado, sumido en su contradicción entre la vanidad por las glorias pasadas y la evidente necesidad de afrontar su decadencia presente. Tras el rechazo de Nora a interpretar el papel sin haber siquiera leído el guion, Gustav encontrará a Rachel Kemp (Elle Fanning), una emergente estrella hollywoodiense para interpretar un papel que no le encaja, pero cuya presencia en el cartel animará a productores y distribuidores, Netflix incluida. Y aquí, en un agradecible momento de cine dentro del cine, Trier (y su coguionista Vogt) deslizan algunas (muy sutiles) críticas a los criterios que imperan en la producción cinematográfica y otras (menos sutiles) a cierta prensa informadora de cine interesada en todo menos en el propio cine.
Lo que suceda a partir de ahí con la filmación de la película no es lo más importante, porque lo que interesa (ya está dicho) son las soterradas emociones de los personajes y sus reflexiones sobre el paso del tiempo, la pérdida, la soledad, la culpa, los ajustes de cuentas sentimentales y el improbable (o no) perdón. Lo que trasciende es el conflicto interior de cada personaje por encima de lo que les ocurre, a pesar de lo cual hay espacio para el humor y la socarronería con algún momento memorable.
Hacia el tercio final del film, el personaje de Agnes se torna crucial en el entramado emocional del film y la actriz Inga Ibsdotter Lilleaas se incorpora al recital interpretativo en algunas secuencias impagables que respiran autenticidad a través de las conversaciones y los silencios. Joachim Trier filma la intimidad con elegancia, con sobriedad, sin artificios y cierra el film argumental y emocionalmente con una secuencia sencillamente magistral.
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