viernes, abril 19, 2024

Centenario Alain Resnais: Crítica de ‘Providence‘ (1977)

Las críticas de José F. Pérez Pertejo:
Providence

Como ante (casi) cualquier película de Alain Resnais, el espectador que se acerque a Providence sin tener ninguna noción de lo que va a ver no tardará en encontrarse perdido ante el juego narrativo hilvanado por el dramaturgo inglés David Mercer desde el guion y el propio Resnais con la realización y, particularmente, el montaje.

Tras una sucesión de planos aparentemente inconexos, nos encontramos con la mano de un hombre anciano que trata de coger una copa, se le cae al suelo haciéndose añicos y pronuncia las tres primeras palabras del film: “mierda, mierda, mierda”; a continuación, una aparente secuencia de guerrilla tiene lugar en el seno de un bosque en el cual un hombre, también anciano, con aspecto de ermitaño se oculta junto a un árbol. La tercera secuencia plantea un tercer escenario, un hombre trajeado de nombre Claud (Dirk Bogarde) ejerce de abogado interrogando en un juicio al presunto asesino del anciano ermitaño de la secuencia anterior quien, por lo visto, antes de pedir ser asesinado se convirtió en hombre lobo.

Apenas han transcurrido cinco minutos de película y el planteamiento fílmico exige que el público renuncie a cualquier intento de comprensión basado en la narrativa clásica y se disponga a ir encajando las diferentes piezas visuales y sonoras que Mercer y Resnais ponen en la pantalla. Una voz en off parece decidir lo que a cada personaje le ocurre en cada momento, introduce nuevos personajes a conveniencia e incluso rectifica alguna acción o palabra si considera que no conviene al avance de su ¿ficción? He aquí la clave del film, ¿qué estamos viendo, una realidad recordada por el narrador o una ficción inventada por él mismo?

Pero, a diferencia de lo que ocurría en El año pasado en Marienbad, Resnais no lleva tan lejos la radicalidad de su propuesta y, de la mano de su guionista, va ofreciendo algunos apoyos que permiten al espectador agarrarse a algo asimilable a un relato y no tenga que conformarse con apreciar texturas, crípticos mensajes o hallazgos visuales. En primer lugar, hacia el minuto veinte, Resnais hace más accesible su película al hacer visible al narrador, al dueño de la voz en off que, en realidad, hace las veces de demiurgo disponiendo a su voluntad lo que los demás personajes viven, dicen y sienten. Este narrador-demiurgo no es otro que Clive (John Gielgud) un escritor crepuscular que, sintiendo cercana la muerte, aborda la creación de la que acaso sea su última novela.

Una noche de insomnio entreverado con pesadillas alcoholizadas sirve para que Clive utilice a sus personajes a su antojo en una suerte de ajuste de cuentas con el pasado y una cínica expiación de culpas y pecados. Los personajes, sus personajes, no son otros que su hijo Claud (el ya citado Bogarde), su nuera Sonia (Ellen Burstyn), su hijo bastardo Kevin Woodford (David Warner) y su esposa Molly (Elaine Stritch) a la qué en la ficción, para complicarlo todo aún más, llama Helen Wiener. Entre ellos establece vínculos cambiantes y acciones más o menos comprensibles en lo que parece (aunque Resnais negó que ese fuera su propósito) un ensayo sobre el proceso creativo.

Providence propone un continuo flirteo entre el paso del tiempo y sus efectos sobre la memoria (acaso la principal preocupación temática de Resnais en toda su carrera) con la siempre espinosa relación entre ficción y realidad. El difuso límite entre el sueño y la vigilia (con el ingrediente añadido del alcohol para complicar más aun el asunto) sirve para que Resnais (a través de Mercer) reflexione sobre cuestiones tan complejas como lo inexorable del envejecimiento, la búsqueda de un código moral con el que conducirse en la vida, la muerte, el suicidio, la infidelidad o una tenue puesta en solfa de la burguesía y sus valores tradicionales.

Finalmente, la estructura dramática de un guion dividido en tres actos (relativamente) clásicos, dispone un tercer acto pegado a la realidad, parcialmente aclaratorio de todo lo planteado en los dos anteriores. La mañana siguiente de la insomne y alcoholizada noche da paso a la mañana del 78 cumpleaños de Clive, sus hijos y su nuera acuden a visitarle a su mansión trayéndole regalos y callando los reproches que se hacen evidentes en sus rostros, particularmente en el de Claud interpretado por un Dirk Bogarde sobrio, frío y muy matizado en el gesto.

Todo el quinteto protagonista realiza un trabajo interpretativo admirable a pesar de lo intrincado de unos personajes en el limbo de la realidad y la ficción. John Gielgud, que recibió el premio al mejor actor del año por el Círculo de Críticos de Nueva York, pone en juego toda su apostura teatral y, sin abusar de la gestualidad ni caer en el histrionismo, recrea un personaje tan difícil de querer como de odiar y que está inspirado en el escritor norteamericano H.P. Lovecraft, nacido en la ciudad de Providence, en Nueva Inglaterra, donde Alain Resnais había pasado una buena temporada embarcado en varios proyectos cinematográficos que, finalmente, no vieron la luz.

Providence fue el primer film de Resnais hablado en inglés aunque se realizó una versión doblada al francés en la que François Périer dobló a Bogarde, Nelly Borgeaud a Burstyn, Claude Dauphin a Gielgud y un joven Gérard Depardieau a Warner. La película fue un auténtico éxito en Francia y se coronó como la gran triunfadora de unos incipientes Premios César (en su tercera edición) donde obtuvo siete galardones incluyendo el de mejor película, mejor dirección, mejor guion, mejor montaje y mejor banda sonora original para un Miklós Rózsa que por aquel entonces ya había ganado tres Óscars incluyendo el de la inolvidable partitura de Ben-Hur (William Wilyer, 1959). También se alzó con la Espiga de Oro, máximo galardón de la SEMINCI de Valladolid en 1977.


No es fácil ver Providence en nuestro país, actualmente no está disponible en ninguna plataforma y la única edición en DVD conocida fue un auténtico desastre en el que Manga Films incluyó el doblaje en castellano y francés y obvió la versión original inglesa. Tampoco hay actualmente ediciones internacionales de Providence fácilmente accesibles y asequibles. Sería deseable y muy agradecible que alguna editora, aprovechando el centenario de su director, realizase una edición con la imagen y el sonido restaurado y, por supuesto, respetando la versión original anglófona.

Providence

7.5

Puntuación

7.5/10

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